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Tribuna:
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Las cosas como son

Hace unos días, en Madrid, una amiga mía, que colabora en un medio radiofónico, me preguntaba alarmada por lo que pasa aquí, en Valencia. Decía ella, ¿por qué tenéis tanto problema con la cuestión de la lengua? Entonces le conté esta anécdota, acaecida en mi familia: un día mi padre miraba la televisión, era Canal 9; en la pantalla aparecía una hija suya hablando de cuestiones relacionadas con su especialidad profesional. Con él estaba otra hija suya a la que el padre, en un momento dado, le preguntó: "La teua germana parla en valencià o en català?". La chica, que sabía lo que pasaba, contestó: "Parla com tu i com jo o és que no l'entens? Clar que l'entec perfectament, és la meua filla, no? I qui creus que la va ensenyar a parlar? Jo, nosaltres hem parlat sempre valencià", respondió el padre. "Tu n'estàs segura, però, que la teua germana no parla català?", insistía el buen hombre mientras declaraba el origen del problema.

El problema era que el padre tenía un grupo de amigos que día sí y día también, cuando la prensa agitaba la cuestión de la lengua, se dedicaban a la política lingüística alertando contra el peligro catalán, advirtiéndole también sobre su hija, porque ya se sabe que la Universitat está llena de vendidos al oro de Pujol, etc.

A eso le llaman intoxicar. Lo que acabo de contarles no es de ahora, ocurrió hace casi 20 años. Aquí, le dije a mi amiga, estamos acostumbrados a estas cosas y no nos extraña que la polémica se reabra ahora que la derecha ha perdido las elecciones y quiere volver al gobierno de Madrid sea como sea.

Las cosas son como son, català o valencià, la lengua es la misma. Lo han dicho los filólogos y menos mal que lo han dicho los de la Real Academia de Madrid (ahora esperemos que lo mantengan, pues nunca se sabe hasta qué punto las presiones del poder pueden hacer cambiar las cosas del saber). Las cosas son como son, móviles, inestables y una verdad científica puede no percibirse como tal cuando mandan las razones políticas. Lo ha dicho el señor González Pons, la cuestión no es filológica, yo no soy filólogo, afirmó, curándose en salud, no sea que en Europa otros que sí saben le enmienden la plana. La cuestión es política ha dicho, los valencianos tenemos el derecho de llamar a la lengua como nos salga del corazón. Menos mal que no ha dicho de los huevos (EL PAÍS, 16 de noviembre)

Contra lo que dice el portavoz del Gobierno, poco vale el debate que pretenden los racionalistas. La argumentación que, día a día y desde hace ya más de veinte años, venimos intentando muchos se estrella contra la sentimentalización que, como sabemos, resulta más convincente. ¿Quién no lo ha comprobado con el padre, el vecino o el taxista? Votantes de izquierda incluidos. La gente no atiende a razones ni atenderá mientras haya políticos que agiten convenientemente las pasiones.

Medios no les faltan. En estos días ha sido habitual ver al señor González Pons, en la televisión valenciana, poner a caldo al señor Maragall, amigo de Carod Rovira, etc. Mientras, el señor Joan Ignasi Pla o la señora Isaura Navarro debían esforzarse en desactivar el regalo envenenado que cada día se les lanza. Al portavoz del Gobierno se le veía muy cómodo hablando a un público que supone es el suyo. Para los otros, en cambio, queda el complejo papel de hacer de oposición, sabiendo que se dirigen a un publico más bien hostil, que difícilmente prestará atención a lo que dicen. Y todo ello en menos tiempo y muy mal enfocados, que es como suelen sacarles en Canal 9. En estas condiciones la confrontación de ideas es imposible. Para los muchos que no compartimos las tesis del Partido Popular el espectáculo no puede ser más triste y lamentable: ¿para cuando la reforma del medio?

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El problema, sin embargo, desborda el ámbito de la política valenciana y se extiende, más que antes, al resto de España. Desde hace días la prensa española viene cargada de noticias alarmantes sobre el conflicto valenciano. Tanto es así que la gente de fuera pregunta preocupada qué está ocurriendo aquí, qué pasa para que las cosas estén tan engrescadas. Algunos comprenden mal la actitud tomada por Maragall y aún menos aceptan la del señor Carod. No se les escapa el flaco favor que nos hacen los que dicen ser nuestros amigos. Los métodos políticos de Esquerra Republicana no convencen a muchos. Es posible que al señor Carod armar la gresca le resulte políticamente rentable, pero no es así para nosotros los valencianos. Así es que conténgase, por favor, y, si no le es posible, procure dar donde mejor corresponda, a ver sí ayuda.

La cosa es molesta, pero no es tan grave. Aquí estamos acostumbrados, ahora os toca también a vosotros, les digo a mis amigos de fuera. Mi sentido común me dice que para nosotros los valencianos, que sufrimos el conflicto, no será del todo malo que éste se manifieste por fuera de aquí. Y que cada palo aguante su vela, aunque la nuestra sea la más pesada de aguantar. Quizás esto nos ayude a resolver mejor el problema. O quizás no.

El miedo, ciertamente, se instala cuando uno ve a Zaplana en Madrid acusando al presidente Zapatero de andar enredado en el debate político mientras se descuida de hacer las políticas económicas que convienen a los ciudadanos como, según dice, ocurría cuando gobernaban los suyos. Y viendo lo que ha ocurrido estos días en el Senado, en donde el presidente del Gobierno ha sido recibido con las consabidas pancartas, que esta vez no piden agua, sino que Europa entera reconozca lo que saben que no es posible reconocer, queda meridianamente claro que los tiros van a por el Gobierno de Madrid más que por conservar el de aquí. El presidente se muestra tranquilo, hace bromas con las pancartas, que ahora les gusta llevar a sus contrincantes. No esta mal. Me supongo, sin embargo, que no se descuida y menos después del rapapolvo que acaban de recibir aquí sus ministros María Teresa Fernández de la Vega y Jordi Sevilla. Aquí, al que abre la boca le cortan la lengua y nunca mejor dicho. Formas como Éstas son las que hacen imposible lo que algunos entendemos por política. Pero ahí estamos y, de momento, no parece que podamos hurtar el cuerpo a la dichosa polémica de la lengua, como muchos quisiéramos. Así que propongo ser militante. A partir de ahora me propongo mantener bien informados a mis amigos de fuera, de Barcelona, de Madrid o de Oviedo, de lo que pasa aquí. Pero pienso que no debo hablarles sólo del tema de la lengua. Creo que les conviene saber de otros escándalos, urbanísticos y demás, que pasan en nuestra comunidad, de donde saben que viene Zaplana. El internet va muy bien para esto y todos podemos hacer lo mismo. Y a ver si les gusta.

Isabel Morant es catedrática de Historia Contemporánea de la Universitat de València

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