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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Asfixiado por Nápoles

Raffaele La Capria es autor de tres novelas, separadas entre sí por un decenio. Herido de muerte es la segunda y obtuvo el Premio Strega 1961. A partir de 1973 abandonó la narrativa por el ensayo. Esta novela tiene un sabor inconfundible a la gran literatura de la segunda mitad del siglo XX, cuando escribir era una aventura literaria y una interrogación permanente sobre el sentido de la vida. La Capria es un autor que no ha necesitado acumular libros para convertirse en una referencia firme en la literatura italiana contemporánea. Ahora que regresa a la edición española en busca del reconocimiento que no obtuvo en su día, admira constatar la frescura, intensidad e inteligencia que hay en este texto. Las técnicas narrativas procedentes de la vanguardia que emplea con envidiable soltura se mantienen igualmente frescas y expresivas. ¿Cuál es el secreto? Yo pondría el acento a) en el logro de un equilibrio casi milagroso que le permite trazar su propio camino entre el costumbrismo y el neorrealismo, y b) en el tratamiento del tiempo narrativo.

HERIDO DE MUERTE

Raffaele La Capria

Traducción de Pedro Luis Ladrón de Guevara

Parténope

Orihuela (Alicante), 2004

190 páginas. 15 euros

La novela se divide en dos partes; la primera transcurre entre 1943 y 1954. Se abre y se cierra en un mismo día de este último año, cuando su protagonista, Massimo de Luca, se dispone a abandonar Nápoles -donde ha nacido y vivido, en una dependencia del palacio Medina que da al mar- rumbo a Roma, asfixiado por la rutina napolitana. La segunda parte narra los regresos esporádicos de Massimo a Nápoles entre 1957 y 1960.

Junto a la vida de Massimo, su familia y sus amigos, cuenta la transformación de Nápoles en una ciudad arrasada por la especulación urbanística que se lleva por delante, a su vez, un estilo de vida al que pertenecen la infancia y juventud de Massimo; y aún más al fondo, con discreción y eficiencia, aparecen las referencias europeas; la Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial, la posguerra, la guerra fría... en forma de pinceladas ocasionales que ajustan el marco de la historia.

Este día de 1954 que abre el

libro, Massimo despierta de la siesta y el entorno físico empieza a entrar en su semisueño por medio de sensaciones (efectos luminosos y auditivos, imágenes...) que, poco a poco, van extendiendo a la luz tanto su campo de memoria como el de la realidad circundante. Es a partir de esa mínima lucidez cuando los tiempos se cruzan en su cabeza y en el texto; son episodios o escenas que, al mezclarse, van formando la urdimbre de lo que fue la vida para Massimo y que ahora, cansado y decepcionado, también exasperado, se dispone a abandonar. Entonces, son el recuerdo y el presente los que, mezclados y enhebrados por la doble vía de lo dramático y lo localista, configuran el sentido de la decisión de Massimo de abandonar Nápoles. La unidad del texto es excelente. Además, ni lo dramático excede lo personal ni lo local desemboca en costumbrismo: hay un delicado ejercicio de equilibrio, de precisión -que remite a un trabajo de elaboración exigente y minucioso-, por el cual el relato se desenvuelve siempre en un tono de alta literatura. No tema el lector: es tan confuso en principio como la propia duermevela y tan ajustado después como el propio despertar que conduce a Massimo a Roma. La técnica narrativa de entreveramiento de planos temporales, de voces interiores y exteriores, monólogos tanto de Massimo como de su amigo Gaetano o su hermano Niní, intervenciones de narrador, coros vocales, etcétera, conduce con felicidad el relato y lo va abriendo poco a poco en la mente del lector, que ha de hacer un esfuerzo al principio, pero al que espera una recompensa tan grata como la claridad que poco a poco se instala en su lectura.

La segunda parte manifiesta una esperable resignación. Así como la resignación es lo que finalmente cubre la pasión por aquella muchacha a la que quiso amar, Carla, casi nunca visible pero siempre presente, así cubre ahora su perdido ánimo, su vitalidad, la decadencia de su espíritu y del propio Nápoles. Tanto Carla como el tímpano de Massimo reventado por una inmersión submarina -hay una escena en la primera parte en que las conversaciones de fondo del Club Náutico son pautadas por el dolor del oído que es magistral- son las primeras advertencias de la mezcla de desánimo y vencida serenidad con que acabará contemplando la vida napolitana en sus esporádicos regresos a la casa paterna. Ahora, a la vuelta, se suma un justificado repaso a los amigos de juventud, ajados amigos, fantasmas de otros veranos, que son recompuestos por La Capria sin una sola concesión a la nostalgia, pero sin perder de vista el efecto sentimental de los contrastes -emplea para ello la misma precisión que le permite ser localista sin ser costumbrista, un prodigio de creatividad-.

"Y entonces, desde el momento en que sabes, adiós al hermoso hoy de antes que te envolvía como el agua al pez que nada (...) es inútil obstinarse, nunca más volverás a encontrar una mañana uno de esos días de antes, ni uno solo. Aguanta lo que te espera, a cada cual lo suyo, sólo la manera es diferente, haz de ello si quieres un misterio, pero no un drama, vive si te apetece, y si te apetece dejarte morir, déjate morir". Esta obra maestra sobre el tiempo transcurre a través de un juego temporal de espacios que son los que muestran la calidad de presente de la memoria, la memoria concebida como presente para crear el espacio literario donde el drama, de corte más bien lírico, se sostiene. Y donde valen tanto como las presencias fuertes las presencias débiles, la ausencia significativa de algún personaje, el runrún de las conversaciones e incluso el reflejo de los recuerdos.

Iglesia de San Ferdinando, en la plaza de Trento (Nápoles, Italia).
Iglesia de San Ferdinando, en la plaza de Trento (Nápoles, Italia).AGE

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