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Crítica:LOS INTELECTUALES EN LA ESPAÑA CONTEMPORÁNEA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El camino hacia una estrella

José Álvarez Junco

Nada menos que eso, inmortalizarse como luz en el firmamento, era lo que el pueblo español iba a hacer, según el título de la célebre escultura que abría el pabellón español en la exposición internacional de París, en 1937. Era obra de un comunista, Alberto Sánchez, y quizá él, o algún camarada materialista duro, lo tomaría sólo como una metáfora, o una licencia artística, pero sintetizaba lo que muchos habían pensado en serio a lo largo de los últimos dos siglos: que España, mucho más que un grupo humano que se movía en circunstancias históricas, era un ente metafísico destinado por la Providencia a altas metas celestiales. El problema era que no todos coincidían en cuanto a esas metas, es decir, en cuanto al contenido de esa identidad esencial. La génesis y evolución de este "gran relato" nacional es el tema del libro de Santos Juliá, Historias de las dos Españas. Un libro que podría subtitularse "los intelectuales españoles en la era contemporánea". Porque eso es, una historia intelectual organizada en capítulos por generaciones -hablando de intelectuales, el esquema generacional funciona: son relativamente pocos, se conocen, comparten las preocupaciones básicas-, recorridas todas por esta preocupación común: la madre España, su identidad, sus pugnas internas, su difícil incorporación al mundo moderno.

HISTORIAS DE LAS DOS ESPAÑAS

Santos Juliá

Taurus. Madrid, 2004

568 páginas. 16 euros

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Todo comenzó en Cádiz. Lo que allí se planteó no fue sólo una reforma política, sino una reinterpretación del pasado para poder presentar como antigua una Constitución que era radicalmente nueva. Hasta entonces, la historia había versado sobre hazañas, reinados, linajes. A partir de Martínez Marina, lo principal fue la evocación de una era feliz en que la "forma de ser" española había alcanzado su plena realización: un mundo medieval idealizado en el que "los españoles" habrían luchado por su libertad y su fe, regidos por una monarquía limitada por unas Cortes que expresaban a la perfección los deseos del conjunto social.

Y, tras la idealización, el lamento: la decadencia, causada por una dinastía, por supuesto extranjera, que trastocó aquel maravilloso modelo de equilibrio político. De esta forma, los liberales inventaron el "gran relato", el mito sobre los orígenes del grupo y sus valores constitutivos. Durante varias décadas los revolucionarios se lo tomaron en serio; y los intelectuales comprendieron cuánta fuerza podían tener sus invenciones. A los liberales replicarían, mediado ya el siglo, los católicoconservadores, que entre Balmes y Menéndez Pelayo construyeron su mito alternativo. "España" era, para ellos, el catolicismo de Trento, la fidelidad sin fisuras a los dogmas proclamados por Roma. Igual que para sus rivales, para los nacionalcatólicos España había alcanzado poder y grandeza cuando había sido fiel a su "verdadera identidad", mientras que había decaído al abandonar aquel camino, seducida por cantos de sirena del otro lado de los Pirineos. A esa discrepancia inicial siguieron otras muchas. Tras 1898, el sueño liberal del buen pueblo que un día habría de despertar y restablecer las libertades inherentes a su forma de ser dio paso a los temores y desprecios hacia la "masa", a la desesperación ante una raza "degenerada". Intelectuales como Unamuno no supieron hacer más que protestar, en nombre, eso sí, de España. Otros, como Prat de la Riba, se dedicaron a despertar (construir, inventar, diríamos hoy) identidades alternativas a la española.

Una cierta dosis de optimismo recuperó la generación siguiente, la de la Gran Guerra, cuando Ortega propuso a la "minoría selecta" la nueva tarea de educar y dirigir a la masa, y otros, como Melquíades Álvarez o Azaña, optaron por actuar políticamente. Y vino al fin, en plena ebullición intelectual, el momento crítico de la caída de la Dictadura y la proclamación de la República, al que este libro dedica sus mejores páginas, pues no en vano su autor conoce este periodo como nadie. Todo culminó en la Guerra Civil, cuando el ruido de las armas se vio acompañado por un enésimo debate sobre la definición de la verdadera España, y la denuncia de la "invasión extranjera" contra la que ambos bandos creían estar combatiendo.

Tras estas páginas magistrales, vienen las más polémicas: el capítulo sobre los falangistas "liberales", tema que ya ha hecho correr bastante tinta en el pasado. Fueron nuestros maestros y es natural que susciten pasiones. A partir de una documentación de primera mano, Santos Juliá aborda, de manera compleja, desprovisto de intención tanto inquisitorial como exculpatoria, el miserable ambiente intelectual de los cuarenta y la actuación de quienes se mostraron menos intolerantes hacia los vencidos. Se atiene, en mi opinión, demasiado literalmente a las palabras impresas en el momento: para recuperar a un Antonio Machado, el grupo Escorial utilizó, sin duda, argumentos expresamente antiliberales, pero ello no quita un cierto significado liberal al hecho de mostrar, en fecha tan temprana como 1940, un mínimo respeto e interés por el poeta que tanto había defendido la causa republicana.

El capítulo final no sólo sigue basándose en datos de primera mano, sino que abre todo un tema de investigación nuevo: estando, como estaba, el país aislado del mundo, ¿cómo pudo surgir la oposición al franquismo, de qué fuentes intelectuales bebió? Frente a cualquier continuidad con la tradición liberal o con los republicanos del exilio, Santos Juliá, en unas páginas apasionantes que tienen mucho de autobiográfico, lo relaciona con el propio falangismo y catolicismo del interior, con las exigencias de autenticidad de unos jóvenes que se tomaron en serio el único mensaje político existente. Había sido tan grandiosa la apuesta, tanta la justicia social e integración nacional prometidas, que fue inevitable que los más honestos descubrieran y denunciaran el fracaso del régimen.

No es fácil para un recensionista que comparte tantas cosas con el autor y que es citado en los agradecimientos hacer una valoración distanciada de esta obra. Sugerencias críticas, siempre se le ocurren a uno: se podría pedir una definición sociológica más precisa de aquellas élites intelectuales o mayor presencia de ambientes no madrileños (sólo hay un capítulo sobre el catalanismo; y nada sobre vasquismo). Pero se correría el riesgo de un tomo enciclopédico e ilegible. En conjunto, el libro me parece la mejor síntesis de la historia intelectual española de los últimos dos siglos. Es una obra ejemplarmente documentada (con especial atención hacia fuentes literarias), escrita con elegancia y fuerza, y con una coherencia interna que sólo se logra tras muchos años de reflexión y trabajos previos. Un libro indispensable, en suma, para el que quiera entender cómo hemos llegado a ser lo que somos, o a pensar políticamente lo que pensamos.

Lo que somos y pensamos, o lo que hemos sido y pensado los que hoy ya no podemos presumir de jóvenes. Porque éste no es un libro de actualidad, sino de historia. Afortunadamente, salvo en ambientes nacionalistas periféricos, pocas de estas grandes disquisiciones sobre la patria esencial siguen candentes. Vivimos sanos tiempos de pensamiento débil, de fragmentación, de mirada distanciada y burlona hacia la epopeya nacional. Este RIP sobre el "gran relato" nacionalista es, quizá, nuestro gran relato, la seña de identidad generacional de quienes surgimos a la vida política e intelectual en el último franquismo.

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