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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Leal Condi

El nombramiento de Condoleezza Rice como jefa de la política exterior estadounidense, tras el de Alberto Gonzales como ministro de Justicia, apuntala el temor -a la espera de lo que ocurra en el Pentágono- de que el presidente de Estados Unidos está asignando los puestos clave de su nuevo Gobierno a incondicionales poco dados al juicio crítico. Es difícil imaginar una relación personal y política tan estrecha como la que une a Bush y a su nueva secretaria de Estado, forjada a lo largo de años pero espectacularmente cuajada en el primer mandato presidencial, sobre todo tras los acontecimientos del 11-S.

Rice ha venido comportándose como una extensión clónica de Bush, quien confía ciegamente en su instinto político y aprecia su lealtad a machamartillo. La secretaria de Estado va a tener tras de sí en el desempeño del cargo todo el peso que concede la plena confianza del presidente de EE UU, algo de lo que carecía alarmantemente en los últimos tiempos su predecesor, Colin Powell, progresivamente debilitado por su falta de entendimiento con Bush y el agresivo dúo Cheney-Rumsfeld.

Quienes lamentaron la victoria de Bush sobre Kerry tienen probablemente un nuevo motivo de inquietud en el nombramiento de Rice. Por lo que atañe al Gobierno español, la próxima secretaria de Estado se ha visto sólo una vez con el ministro Moratinos -que sí sintoniza con Powell-, y no precisamente en un ambiente idílico. Es poco probable, con los antecedente conocidos de la hija de un pastor presbiteriano de Alabama, que Rice sea el tipo de política acomodaticia, mullida y multilateral que Powell se esforzó por ser. Más allá de los clichés al uso sobre halcones y palomas, la todavía consejera de Seguridad Nacional no se caracteriza por la relatividad de su ideario o la ambigüedad a la hora de formular estrategias.

A Condoleezza Rice, de cuya capacidad dudan muy pocos, hay que concederle todos los beneficios de la duda previos al desempeño del cargo. Como secretaria de Estado, la primera mujer de raza negra que escala tal posición va a desarrollar a escala planetaria la agenda de la superpotencia. Resulta inevitable, sin embargo, alentar el temor de que pueda trasladar a su nuevo cargo el asentimiento ritual a los puntos de vista del inquilino de la Casa Blanca en materia exterior. A Bush, por acción u omisión, se le deben algunas decisiones nefandas para la convivencia internacional.

Rice tiene a la vuelta de la esquina retos formidables, como Irak u Oriente Próximo, que van a poner inmediatamente a prueba su talante. Más importante en estos momentos va a ser su capacidad para formular una política exterior coherente e integradora. Que convenga no sólo a la superpotencia a la que sirve, sino también al resto de países que comparten con EE UU valores y principios; y que no resulte dañina para el conjunto de un mundo que por encima de todo tiene que ser habitable.

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