"El arte es un nombre, no un verbo"
Vito Hannibal Acconci (Nueva York, 1940) habla como si recitara un poema, con una voz gruesa y llena de matices en la que el sonido parece querer competir con el sentido de lo que dice. Pero lo tiene. Como su obra, un trabajo de casi cuarenta años que lo ha situado como punto de referencia en el campo de la poesía experimental, la performance, el videoarte, la instalación y, finalmente, la arquitectura. Ayer presentó en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba) una exposición retrospectiva de su trabajo, abierta hasta el 14 de febrero, que incluye un archivo de obras sonoras digitalizadas para la ocasión, en parte inéditas, y tres vídeos que recogen conferencias con audiovisuales sobre sus últimas obras arquitectónicas realizadas en el Acconci Studio.
El Macba dedica una retrospectiva al artista que ha sido referente de la 'performance'
Acconci explica el ensimismamiento del mundo del arte, que considera un círculo cerrado y endogámico, porque "el arte es un nombre, no un verbo", y, en consecuencia, no se puede conjugar fuera de la propia disciplina. En su caso se da la paradoja de que la fama le ha llegado como artista cuando comenzó como escritor -estudió literatura y se inició en el arte a través de la poesía, que fue expandiendo hacia el espacio y la performance- y ha acabado trabajando en la arquitectura. "Y no sólo el arte es lo que me ha dado fama, sino que encima es lo que me ha permitido sobrevivir", añade Acconci. "El estudio de arquitectura pierde mucho dinero, sin embargo, las instalaciones que hice en los setenta se venden bien y son las que cubren las pérdidas. Casi me da vergüenza lo que valen aquellas obras. Veo la contradicción, pero no se cómo solucionarla".
Entre las obras que pueden verse en la esperada retrospectiva, que tiene como comisaria a Corinne Diserens, destacan las fotografías y sobre todo los vídeos que realizó en los años setenta que documentan algunas de sus performances. El sexo es un elemento fundamental en muchas de ellas, como en la famosa Semillero (1972), en la que el artista se excitaba y masturbaba bajo la plataforma elevada situada en la galería, fuera de la vista del público, que sólo escuchaba su voz. Acconci no lo mira con nostalgia: "La gente de mi generación pensaba que el sexo era algo revolucionario y liberador, pero no sé si era verdad. Me pregunto si no era también una manera de encerrarse en uno mismo, un refugio que evitaba relacionarse con lo que estaba pasando en el mundo. Como no puedo con los demás, me encierro en mí mismo y en el sexo".
Esta difícil relación con el exterior aparece de forma poética en otra vieja performance, La gallinita ciega (1970), en la que el artista, con los ojos cerrados, intenta esquivar las pelotas de goma que le van lanzando. Toda una metáfora del hombre actual. A mediados de los setenta dejó de aparecer físicamente y el vídeo ocupó el lugar del artista al tiempo que el espacio fue ganando forma. Primero fueron instalaciones que se convirtieron en proyectos de arquitecturas móviles y, finalmente, en intervenciones arquitectónicas en el espacio público, que es en lo que se ha ocupado en los últimos quince años.
"Mirando hacia atrás veo que mi obra ha crecido como crece un niño. Al principio sólo se ve a sí mismo y poco a poco va descubriendo que hay mucha más gente alrededor y la relación con el mundo se amplia", afirma. Acconci, que sigue viviendo en Nueva York aunque reconoce que la ciudad ha perdido la vitalidad de los setenta, se considera un optimista y reconoce que los de su generación se equivocaron cuando pensaban que la revolución era posible -"entonces pensábamos que nada era peor que Nixon, y se ha demostrado que sí, que Bush puede ser mucho peor"-, pero lamenta que de aquella euforia se haya desembocado en esta resignación.
Babelia
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