Euro-dólar
La cotización de la moneda europea ha alcanzado estos días el récord de 1,3 dólares por euro, desatando una ola de inquietud en casi todas las economías del continente, dependientes en muy alto grado -sobre todo Alemania- de sus exportaciones. Francia ya alertó de los problemas que plantea una cotización elevada del euro a unos países cuyo PIB no acaba de despegar. El crecimiento de Alemania durante el tercer trimestre de este año (0,1%) se aproxima peligrosamente al estancamiento, antesala de una posible recesión. Los analistas económicos atribuyen esta desaceleración a las dificultades de las exportaciones alemanas, penalizadas por un euro fuerte. Pero si Alemania no arranca, sus socios y clientes comerciales europeos tropezarán a su vez con dificultades para exportar allí sus productos y ello afectará a sus propias tasas de crecimiento.
Existe cierto acuerdo entre los economistas en que los máximos del euro respecto al dólar no son precisamente un motivo de confianza económica; y también en que la carrera alcista del euro es en realidad un efecto de los esfuerzos de las autoridades estadounidenses por mantener la cotización del dólar en niveles bajos para cauterizar su elevado déficit comercial con Japón o China. Los exportadores europeos están pagando la política de Alan Greenspan y del secretario del Tesoro, John Snow, de mantener un dólar débil frente al yen y al yuan. No deja de resultar irónico que tal política haya resultado hasta ahora un fiasco para el dólar, debido a la resistencia de las autoridades asiáticas a apreciar sus monedas frente al dólar.
No acaban aquí las ironías. A corto plazo, los exportadores están pagando la factura de un euro fuerte, es cierto; pero quizá la hipótesis de un euro más débil resultaría más onerosa para el conjunto de la economía. Porque sin el filtro del euro fuerte la factura petrolera caería sin atenuantes sobre todos los consumidores.
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