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Columna
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¿Qué esperamos?

El próximo domingo, día 14, Batasuna presentará pomposamente en el Velódromo de Anoeta de San Sebastián su nueva propuesta para la resolución definitiva del "conflicto", que nos será ofrecida cínicamente como una propuesta para la pacificación -"ETA tiene total disposición a que las armas callen"-. No es la primera vez que Batasuna hace ofertas similares en los últimos años y la expectación con que han sido recibidas ha ido decreciendo en proporción directa a la progresiva debilidad del mundo al que representa.

Esta vez, sin embargo, la curiosidad es amplia y está relacionada no con un renovado fortalecimiento de esa formación, sino con la reacción que vaya a escenificar ante lo que se presume ser su agonía. Desearíamos escuchar su voz, aunque casi con seguridad escucharemos la voz de su amo. Y desearíamos que su voz descalificara la de su amo, pidiéndole que abandone de una vez por todas las armas. Desearíamos todo eso, pero esperamos poca cosa. El margen de sorpresa que deja lo previsible encierra la posibilidad de un cambio sustancial en la política vasca. De ahí la expectación.

A nada que jueguen con un poco de inteligencia, nada tienen que perder con el fin del terror, y sí mucho que ganar
Desearíamos escuchar la voz de Batasuna, aunque casi con seguridad escucharemos la voz de su amo

A mí me revuelve las tripas -con perdón- esta capacidad escénica de Batasuna para representar un papel de arbitraje del que en la actualidad carece. Me queda el consuelo de pensar que ésta puede ser su última oportunidad y que una declaración continuista le puede conducir a un proceso de lenta pero progresiva decadencia, que la unirá en su final a la del grupo armado del que no ha sabido distanciarse.

Batasuna puede optar el próximo domingo por la legalidad y arrastrar de esa forma a ETA a una conclusión que le permita salvar, en un proceso que no será fácil, algunos aspectos humanitarios de la derrota. No es previsible que pueda haber ya ningún otro tipo de ganancia y el saldo del inmenso dolor causado durante estas décadas será el único rédito que le haya de quedar de su aventura. Pero si nada le queda a Batasuna por ganar, todavía le queda algo por perder, y en la apuesta que haya de realizar en un plazo inmediato está poniendo en juego ese algo, que no es sino la pervivencia de un movimiento político que aún tendría que definir su futuro posterrorista.

Uno se hace sus cábalas sobre lo que puede suceder en este país después del terror y está convencido de que el más afectado por ese futuro va a ser el mundo nacionalista. Los partidos no nacionalistas no ganaron las últimas elecciones autonómicas de 2001, y es posible que tampoco ganen las siguientes, pero estos últimos años han logrado una estabilidad y una reafirmación y confianza ideológicas de las que habían carecido los años precedentes. A nada que jueguen con un poco de inteligencia y con algo de firmeza, nada tienen que perder con el fin del terror y sí mucho que ganar, pese a algunas convulsiones victimistas que hayan de producirse.

Por el contrario, la situación posterrorista creo que es menos halagüeña para los nacionalistas, y tengo la impresión de que ellos lo intuyen y temen el impacto que vaya a producir en sus filas y en sus votantes. El fin del terror va a producir sólo alegría en los no nacionalistas, mientras que entre los nacionalistas, al margen de las alegrías, puede provocar una convulsión interna.

La tregua de ETA y el coincidente Pacto de Lizarra de 1998 pudieron constituir un precedente y servirnos de ejemplo de lo que puede ocurrir ahora. La alegría generalizada y el impacto psicológico euforizante que pudo causar en la población el cese temporal de los atentados no aportaron al nacionalismo las ventajas electorales que esperaban derivasen de ambos acontecimientos. La distribución del voto entre nacionalistas y no nacionalistas apenas si sufrió variaciones en las elecciones siguientes, y las que hubo fueron favorables al voto no nacionalista, que salió fortalecido.

Lo que sí se produjo entonces fue una redistribución del voto dentro del nacionalismo, con una pérdida de cuota para el nacionalismo institucional y un marcado avance del voto abertzale radical, que emergía de la aventura como la fuerza de futuro del nacionalismo y, por tanto, como un auténtico peligro para la pervivencia hegemónica de éste en el conjunto del movimiento.

La experiencia le sirvió al Partido Nacionalista Vasco para cambiar de estrategia y garantizar su hegemonía en el mundo abertzale también en un escenario posterrorista. Es posible que muchos de los actuales movimientos en Batasuna se deban a una necesidad similar para garantizarse su parcela política, y que el uso del terror, por agónico o residual que resulte a estas alturas, sea un elemento más con vistas a ese objetivo.

Si es esto lo que Batasuna quiere ofrecernos el próximo domingo en San Sebastián, no debemos prestarle apenas atención, salvo en los efectos que puede provocar en el nacionalismo gobernante. Lo que de ellos deseamos oír es únicamente esto: una condena decidida de ETA, pidiéndole que abandone las armas. El resto sólo es jolgorio nacionalista.

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