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Que siga la confusión

Es que no pasa día. No pasa un sólo día sin tener que ver, oír o leer alguna barbaridad o simpleza respecto a la política lingüística en Navarra. Aquí le toca a la oposición (la nacionalista, pero también la otra) repetir como si fuera cierto lo que sabe que es falso y reafirmar como inviolable derecho algo que es incapaz de avalar con razones. En este asunto lo suyo viene siendo confundir, y a fe que su labor produce contagio. Porque lo tremendo es que quien se ponga también a confundir a la ciudadanía sea el Gobierno, para regocijo y provecho de los adversarios de su política lingüística. Tan despistados andan algunos gobernantes, que tiran piedras contra su propio tejado.

La penúltima piedra se llama Estudio sociolingüístico sobre el vascuence en Navarra.2003, y me parece un estudio rechazable. No porque sus resultados sean novedosos, que no lo son, ni escandalosamente favorables al euskera, que tampoco. Quiero decir que no valen ni sus datos ni sus conclusiones, porque carecen del debido rigor teórico, como admitiría todo sociólogo y hasta cualquiera con sentido común. Pues aquel trabajo, pese a su penosa redacción, no engaña: "La competencia lingüística pasa por la habilidad declarada de entender, hablar, leer y/o escribir un idioma" (pág. 15). Ahí se proclama, pues, desde el principio que no se pretende un estudio sobre el grado de conocimiento y uso de la lengua vasca entre los navarros. Lo que se busca averiguar es, a lo sumo, los grados de creencia o de autoconciencia que tienen los navarros sobre su propio conocimiento y su uso, que es asunto bien distinto. O, para ser exactos, su objeto es calcular esa autoconciencia tan sólo a partir de las manifestaciones de sus sujetos, lo que es más diferente todavía.

A falta de datos fidedignos, se hace política para una situación imaginaria

Basta con transcribir la primera y principal pregunta que el entrevistador plantea: "Con respecto al vascuence, diría Ud. que 1) entiende, habla, lee y escribe vascuence; 2) entiende, habla, lee y/o escribe vascuence con dificultades; 3) No domina el vascuence". Dejaré de lado lo discutible de esa gradación, lo equívoco de los términos de tal pregunta y otros puntos harto débiles. Me limito a concluir que de ahí sólo puede obtenerse un cuadro de lo que los encuestados han querido decir acerca de su nivel de dominio de la lengua, pero no de su efectivo dominio o ignorancia de ella. Por eso, contra lo que repetía tres veces en pocas líneas este periódico el pasado domingo, el único resumen ajustado de la noticia hubiera sido éste: "Tal proporción de navarros dice no hablar euskera, una proporción menor contesta que lo habla y otra aún menor declara que lo habla con dificultad".

¿Es que ustedes deducen el caudal de saberes de sus hijos a partir de lo que ellos les cuentan de sí mismos o más bien de sus propias observaciones y de las notas de sus profesores? ¿Acaso deberíamos los profesores ahorrarnos los exámenes que midieran el aprovechamiento académico de nuestros alumnos y dejarles que se autocalificaran en cada asignatura? ¿Alguien se imagina a un empleador que contratara a sus solicitantes por las destrezas laborales que ellos ponderan, pero sin ponerlas a prueba? Pues así se ha elaborado, sobre poco más o menos, este informe que el consejero del ramo llevó al Parlamento. Datos irrefutables, ciencia pura, ya ven.

Digamos que el sistema de recogida de información ("entrevista telefónica, realizada mediante el sistema CATE-BELLVIEW", qué cosas) servirá para el análisis de consumo y prospección de mercados, pero en modo alguno para lo que aquí se emplea. Mientras los consumidores pueden carecer de estímulos que desfiguren sus preferencias de compra, es muy probable que los ciudadanos navarros cuenten con varios motivos conscientes o inconscientes para disimular o engañarse acerca de su conocimiento (y uso) del euskera. Y, por cierto, para responder al alza, siempre por encima y nunca por debajo de su realidad.

A mí se me ocurren unos cuantos factores que nos inducen a exagerar nuestro saber y entender la lengua vasca. Primero sería la natural inclinación a creernos más de lo que somos, a atribuirnos más capacidades, méritos o saberes que los que en verdad poseemos. Segundo, la universal tendencia al conformismo, a hacer y decir lo que presumimos socialmente mayoritario (y, por miedo, a no hacer ni decir lo contrario); y es de buen tono y hasta progre sostener entre nosotros que el euskera es un patrimonio que debemos recuperar, etc. Y tercero, por si fuera poco, entre los nacionalistas y allegados abundan además las incitaciones para hinchar su autoconciencia acerca de esa lengua: la necesidad de justificar ante uno mismo sus esfuerzos de aprendizaje, rentabilizar sus sacrificios o lavar su mala conciencia, el propósito premeditado de agrandar los resultados en beneficio de su causa política... Estas y otras variables falsean las respuestas, falsean por ello los resultados y falsean por último muchas conclusiones del estudio.

Este remedo de investigación sociológica defrauda, pues, el mandato de la Ley Foral 18/1986 de elaborar estudios periódicos acerca de la realidad del vascuence en Navarra. ¿Por qué lo ordena esa ley? Para así conocer los eventuales cambios en la distribución geográfica de las zonas lingüísticas de nuestra tierra. ¿Y por qué requiere conocerlos? Porque los derechos lingüísticos son de los hablantes efectivos, no de los que dicen o desean serlo; y de los hablantes afincados en una comunidad de ese habla, no en otra comunidad de lengua distinta. Pero ni Gobierno ni oposición han aprendido todavía, después de tantos años, esos y otros criterios básicos de justicia lingüística. Así que, a falta de datos fidedignos sobre la situación real, se hace política para una situación imaginaria. Y, a falta de aquellos principios de justicia, se prosigue una política absurda e ilegítima que concede derechos de vascofonía a los habitantes no vascófonos de zonas no vascófonas. Que siga la confusión.

Aurelio Arteta es catedrático de Filosofía Moral y Política de la UPV.

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