Una pesadilla imprevista
Holanda se pregunta cómo un joven islamista aparentemente bien integrado pudo atentar contra el cineasta Van Gogh
Los Países Bajos perdieron hace dos años la inocencia con la muerte de Pim Fortuyn, el líder populista holandés tratado de ultraconservador por sus críticas contra el islam. Con el asesinato del cineasta Theo van Gogh la sociedad holandesa parece haber despertado a una realidad de pesadilla que amenaza con socavar los cimientos mismos del Estado de derecho.
El agresor de Fortuyn era holandés autóctono y resultó fácil tildarle de fanático solitario. La identidad de Mohamed B., el joven que el pasado martes le cortó el cuello a Van Gogh, es más inquietante. Nacido en Amsterdam y de origen marroquí, su trayectoria no difería de la de tantos jóvenes patrios. ¿Cómo pudo, entonces, fanatizarse hasta considerar a su víctima un blasfemo que merecía morir de forma ritual?
La respuesta a dicha pregunta está siendo buscada en todos los foros públicos, pero una cosa está ya clara. El Gobierno considera el crimen un atentado terrorista y el inicio de la yihad (guerra santa) en el país. Una contienda a la que la coalición de centro-derecha en el poder piensa responder con la desarticulación de los grupos radicales musulmanes que operen dentro de sus fronteras y la deportación de los agresores de doble nacionalidad. "Estamos ante gente que considera legítimo matar a otros por sus creencias religiosas. Es extremismo práctico, no sólo teórico, algo desconocido en la historia moderna de Holanda", dijo Gerrit Zalm, ministro de Finanzas, al anunciar que el Gobierno se sentía compelido a "declarar a su vez la guerra a los radicales islámicos que le amenazan".
En el análisis de las circunstancias que propiciaron la muerte violenta de Van Gogh la primera sorpresa la plantea la personalidad del agresor. Mohamed B. tiene 26 años y nació en un barrio inmigrante de Amsterdam con fuerte presencia marroquí. Tiene tres hermanas y dos hermanos y perdió a su madre por culpa del cáncer. Según sus vecinos, era un chico aplicado que consiguió un diploma de secundaria a los 17 años y colaboró en proyectos sociales del barrio. En su casa se habla bien holandés y la influencia de la sociedad en la que se ha criado le ha marcado claramente. Los expertos que analizaron el testamento que dejó apuntan un estilo similar a las rimas navideñas para conmemorar la llegada de san Nicolás.
El mensaje es bien distinto, claro, con versos como: "Ésta es mi última palabra / perforada por las balas / bautizada en sangre / como yo he deseado". O bien: "Alá te dará el paraíso / en lugar de los escombros terrenales". Y la despedida: "Queridos hermanos y hermanas / se acerca mi final / que no será el fin de esta historia". Un adiós insólito para un chico que el Ministerio de Inmigración consideraría integrado por sus estudios y manejo de la lengua y por su conocimiento de los valores de la sociedad occidental. Alguien, en suma, que no encajaba en la listas de la inmigración tradicional con 460.000 personas que no hablan holandés y llevan décadas residiendo en los Países Bajos.
Según la policía, Mohamed B. había planeado morir como un mártir en la refriega que siguió al asesinato. Para las autoridades, tanto el testamento como la carta con amenazas de muerte contra la diputada liberal de origen somalí Ayaan Hirsi Ali -coautora con el fallecido del corto Submission, crítico con la posición de la mujer en el islam- y contra el Gobierno en general, demuestra que no actuó en solitario. Los informes sobre su paso por la mezquita El Tawheed de Amsterdam, considerada radical porque vendía libros promoviendo la yihad, la mutilación genital femenina o la muerte de los homosexuales, corroborarían las sospechas oficiales del adoctrinamiento del presunto asesino. Portavoces de El Tawheed han negado que el joven siguiera sus clases o acudiera a orar allí.
Los ministerios de Interior y Justicia cifran en cerca de 200 las personas que podrían tener contactos en Holanda con grupos de terroristas islámicos. Temen asimismo que Mohamed B. sea el resultado sangriento de las redes originarias de países como Libia, Mauritania, Argelia y Marruecos, que reclutan jóvenes para la lucha religiosa.
Con casi un millón de musulmanes censados (5,5% de la población holandesa) y unas 465 mezquitas, Paul Schnabel, director de la Oficina de Planificación, atribuye lo ocurrido a la lucha entre una fe religiosa que consideran superior y una posición inferior en la escala social. "Se usa a gente que no es libre en lo íntimo ni en su entorno", ha señalado. Un drama íntimo que puede favorecer la separación entre ellos y nosotros. Sobre todo cuando, según su oficina, los holandeses están preocupados por los problemas de la sociedad en la que viven, pero contentos con su vida privada.
Ataque a las mezquitas
Varias mezquitas holandesas fueron atacadas con botellas incendiarias ayer en Roterdam, Breda y Huizen, y en Amsterdam, un centro islámico apareció ayer manchado con pintura roja, a pesar de que buena parte de los imanes de Holanda condenaron el asesinato de Theo van Gogh en la prédica del viernes siguiente al crimen.
El cineasta se había labrado un nombre como provocador que no distinguía entre grupos sociales en sus críticas. Lo mismo ridiculizaba a los judíos que al islam o a cualquier comunidad y personaje famoso que mereciera su atención. A veces, su lenguaje rayaba lo soez, como cuando dijo que los musulmanes "lo hacían con las cabras".
Manifestantes de extrema derecha marcharon ayer en varias ciudades holandesas, mientras el Gobierno holandés pidió calma.
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