De ruta 'erasmus'
Locales valencianos montan fiestas entre semana para estudiantes foráneos con ganas de marcha
"Salgo lunes, martes, miércoles, jueves... y los viernes y sábados, con los españoles", confiesa Julien, un francés erasmus, que ha cambiado el clima continental de su Estrasburgo natal por el Mediterráneo para continuar la licenciatura de Economía. Enterado de la propensión lúdica de los erasmus, se matriculó en las clases de la tarde para evitar tener que "empalmar" tras la farra nocturna. Le encantan las fiestas erasmus que organizan semanalmente algunos locales y donde encuentra "un ambiente muy particular, porque toda la gente va a encontrarse y hacer amistad, en una mezcla de culturas impresionante". Sin embargo, tampoco descarta salir con españoles y solo: "Una noche salí solo. Aquí se puede hacer. En el norte de Francia no". Reconoce que "gasta demasiado" en salidas y que para evitarlo, en ocasiones, montan las fiestas en casas.
"Salimos juntos y a diario porque buscamos divertirnos y conocer gente "
"Que por qué los erasmus siempre vamos rodeados de otros erasmus, pues muy sencillo, porque compartimos los mismos objetivos: divertirnos y conocer gente", explica la holandesa Renske, haciendo gala de un impecable castellano, fruto de sus estudios en Filología Hispánica. Sin familia, conocidos y con un apetito insaciable por conocer el idioma, la ciudad y su gente, el erasmus aprovecha las veinticuatro horas del día a un ritmo inconciliable para la mayoría de estudiantes nativos. Por eso los erasmus hacen piña independientemente de su nacionalidad. Renske se ha matriculado de 40 créditos, veinte menos de la carga lectiva media, para disfrutar su erasmus con muchos días rojos en su calendario a medida. Como la mayoría de extranjeros sale más entre semana que los festivos, lo que le ha obligado alguna vez a dormir cuatro horas para acudir a su clase de las 9.00. "Luego llegas a casa, te echas otras cuatro horas, y a clase de nuevo". Renske comparte piso con dos estudiantes de Arquitectura españolas, una elección de la que está más que satisfecha: "Cuando sales por la noche es fácil hacer amigos españoles, porque los chicos al verte extranjera se acercan, pero no amigas". Poco a poco los erasmus ocupan una pizzería pub de la avenida Aragón de Valencia, ubicada en el campus de Blasco Ibáñez de la Universitat de València, que tiene la peculiaridad de ser un territorio abonado de extranjeros, especialmente los lunes y miércoles, que organizan fiestas.
El día clave es el miércoles porque cenar allí da derecho a una copa en un pub contiguo y a la entrada gratuita en otro local. Es la ruta erasmus en el ecuador de una semana a la que también se apuntan algunos españoles deseosos de aprender un idioma sin hincar codos, o que simplemente se asoman al garito cosmopolita del que han oído hablar.
La italiana Alice dedicó la primera noche en Valencia a limpiar su piso. No todo es diversión. Aquí también sale más que en una Italia en que las noches menguan antes por los horarios. Además de Aragón, le atrae el Carmen, donde también recalan los erasmus, especialmente en algunos de sus bares históricos. Laurie es francesa y coincide con Alice en clases de Economía. Estudia, sale y trabaja en una pizzería. "Aquí todo el mundo se conoce muy rápido si lo comparamos con París".
Miriam, Stine, y Marit, son tres amigas noruegas que han venido a Valencia a estudiar español en academias privadas mientras trabajan. Aunque no son erasmus se mezclan en sus noches y viven a su compás del que piensan forman parte, según afirman con claridad meridiana. "Me gustaría estudiar Sociología aquí", indica Miriam, una noruega de 19 años que acaba de finalizar su formación de danza. No cambiaría nada de la noche valenciana a excepción de la seguridad: "En Noruega no tienes que ir tan pendiente ni del bolso y puedes volver paseando a casa". En su periplo al exterior le acompañó Stine, que también desea adentrarse en la vida universitaria, tras su primera estancia en Valencia que costea, como su compatriota, trabajando en un pub irlandés y con los ahorros de los trabajos noruegos. "Allí ganábamos más", aclara. Por casualidad, coincidieron en la playa con Marit, que vino a Valencia con la misma motivación: aprender español en su trabajo de au pair. En todas ellas ha surtido el "efecto erasmus", ese deseo de continuar los estudios universitarios en un país extranjero.
Y como maestros de ceremonias de estas peculiares veladas están algunos españoles que pertenecen a asociaciones erasmus universitarias. Ellos son los que se encargan de la diversión de los extranjeros, aunque después, y muy a su pesar, pierdan comba. "Tengo que estudiar. Los erasmus suelen tener un trato preferencial en la evaluación y su carga de trabajo lectiva casi siempre es menor", dice Juan Luis Polo, coordinador erasmus de la asociación AEGEE-Valencia (Association des États Généraux des Etudiants de l'Europe). Aunque la Ingeniería Industrial que estudia le está costando más por este hobbie, afirma que merece la pena por los idiomas aprendidos. Su colega, el ya ingeniero Íñigo Montoya, acaba de venir de Suráfrica, por motivos de trabajo, pero cuando puede, se escapa a ese ambiente de noches eclécticas con jóvenes foráneos. Para conseguir su trabajo el dominio de idiomas fue un requisito indispensable. La querencia al concepto erasmus, a sus veladas, a sus días y a la huella indeleble que todo ello deja, se percibe en el aeropuerto, no sólo del que se va, sino también del que se queda.
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