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Arafat: la muerte de un símbolo

Con la muerte de Arafat en un hospital de París, una era llega a su fin. Él ha definido el movimiento palestino desde la década de 1960. Nos guste o no, Yasir Arafat ha sido un símbolo para los palestinos. A su modo de ver, fue él quien consiguió situar la causa palestina en la escena mundial, y garantizar que no se pudieran pasar por alto las aspiraciones nacionales palestinas. Fue él quien resistió contra los líderes árabes que intentaban manipular a los palestinos para sus propios fines. Él fue quien desafió a aquellos, como Estados Unidos e Israel, que en opinión de los palestinos los humillan y les niegan sus derechos. Y fue él quien consiguió crear al menos una apariencia de unidad entre un pueblo siempre dividido por el clan, la tribu, la región y la ideología. Poco importa qué parte del legado de Arafat es un mito, o qué parte es realidad. Lo cierto es que Arafat siempre ha conseguido mucho más como símbolo que como dirigente. Como símbolo, sólo tenía que encender las pasiones; como dirigente, tenía que tomar decisiones y elecciones difíciles, y era mucho más tendente a evitarlas que a tomarlas. Pero es el símbolo de Arafat el que se echará en falta. Para la mayoría de los palestinos, él era el símbolo -el emblema- de su movimiento. Y relativamente pronto, puede que sea sólo un recuerdo.

Hasta sus detractores palestinos más firmes, en cuya opinión Arafat no proporciona a los palestinos un futuro, sino un pasado, saben que sin él se producirá un vacío. Desde el punto de vista emocional, el movimiento habrá perdido una figura paterna. En la práctica, era la única figura de autoridad y, aunque decidiera hacer poco por evitar el caos y la anarquía en Cisjordania y en Gaza, ciertamente era la única figura que podía haber hecho algo al respecto. Es la ausencia de una figura de autoridad la que invita a un vacío de poder y la que, casi con seguridad, va a disparar una lucha por el poder tras la marcha de Arafat. Pero también aquí hay una ironía. Precisamente porque los palestinos temen una lucha violenta, se producirá un diálogo interno entre las distintas facciones de Al Fatah -la organización de Arafat- y entre Al Fatah y grupos como Hamás. Y, con toda probabilidad, se llegará a un acuerdo para mantener la estabilidad y evitar el conflicto al menos durante un plazo provisional. Quizá se llegue a un liderazgo colectivo en el que participe Abu Mazen, como secretario general de la OLP, Abu Ala, como primer ministro, y Rouhi Fatuos, el portavoz del Consejo Legislativo.

Pero otros, incluido Hamás, desempeñarán algún papel en los acontecimientos. El problema de cualquier arreglo semejante es que enmascara el vacío de liderazgo pero sin resolverlo. No proporcionará legitimidad para tomar decisiones difíciles. ¿Podrá un liderazgo basado en acuerdos no públicos asumir las responsabilidades palestinas mientras Israel se retira de Gaza? ¿Podría dicho liderazgo ordenar un alto el fuego real para que la retirada israelí se lleve a cabo en una atmósfera de calma y no de violencia? ¿Lo secundará Hamás, dado su deseo de fomentar la impresión de que son ellos los que han obligado a los israelíes a retirarse? Puede que Hamás no quiera secundar ninguna decisión que ordene el cese de la violencia. Pero es mucho más probable que lo haga si la decisión procede de unos dirigentes electos. Las elecciones investirán de legitimidad a los nuevos líderes. De hecho, la única forma de que el sucesor de Arafat tenga probabilidades de disponer de legitimidad y autoridad es que sea elegido. La sucesión obtenida mediante un diálogo privado entre las diferentes facciones podría ser necesaria para preservar la estabilidad durante un periodo de transición y hacer posible la celebración de elecciones. Pero si la opinión pública palestina no tiene la impresión de que ha tenido algo que decir sobre quién sucede a Arafat, no es probable que ningún líder se sienta seguro o legítimo.

Los reformadores palestinos llevan un tiempo insistiendo en la necesidad de que se celebren elecciones. Las han impuesto en Al Fatah como medio de enfrentarse a Arafat y a la manera de hacer las cosas de la vieja guardia. Aunque inicialmente Arafat se opuso a dichas elecciones, finalmente se dio cuenta de que no podía pararlas y se celebraron en Gaza. De manera similar, los reformistas presionaron para que se celebraran elecciones municipales. Nuevamente, a Arafat no le entusiasmó la idea, pero los reformistas del Gobierno, como Jamal Shobaki y Kadura Faris, insistieron, y tras obtener el respaldo del Consejo Legislativo, las elecciones municipales se celebrarán a comienzos de diciembre. Está claro que los reformistas han considerado que las elecciones son una forma de crear una autoridad independiente a la de Arafat. Pero el deseo de elecciones no sólo lo tienen los reformistas; la opinión pública palestina también las quiere. A pesar de que el ambiente sobre el terreno hace muy difícil llegar a los centros nacionales de registro, ya se ha inscrito el 67% de los palestinos con capacidad de voto.

Irónicamente, aunque Arafat no ha sido precisamente un demócrata en vida, su muerte podría abonar el terreno para un significativo proceso de elecciones. Ahora es el momento de que empecemos a insistir en la importancia de que se convoquen elecciones en Palestina. La celebración de elecciones tiene otra virtud: proporcionará una buena base para que los israelíes y los palestinos retomen el diálogo. Los responsables de la planificación y celebración de las elecciones deberían hablar con el Ejército israelí, dadas las operaciones y la presencia de las fuerzas armadas israelíes en los territorios. Para celebrar las elecciones, habrá que coordinar dónde estarán las fuerzas armadas israelíes, qué harán y qué no, y qué harán y no harán los palestinos. Si Estados Unidos empezara también a mediar entre israelíes y palestinos antes de la retirada israelí de Gaza y Cisjordania, dicho diálogo podría restaurar una base para poner fin al conflicto diario y reanudar un proceso político. Y otra ironía más: el hacer que los palestinos se impliquen ahora que empiezan a centrarse en cómo se van a gobernar en ausencia de Arafat puede que sea importante no sólo para la estabilidad palestina, sino también para desactivar el conflicto palestino-israelí.

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