Alquimia de virtud
LA POESÍA acompaña las aventuras de don Quijote de la Mancha. También cae sobre ella la mirada cómplice e irónica, respetuosa y acerada, que caracteriza la mordacidad compasiva de Cervantes. Igual que ocurre con otros asuntos, y aunque utilice la voz distanciadora de sus personajes, el autor habla desde dentro, desde el interior de la poesía, como alguien que conoce bien el paño que está cortando. Sorprendido ante la humildad de don Lorenzo de Miranda, tardará poco don Quijote en señalar que "no hay poeta que no sea arrogante y piense de sí que es el mayor poeta del mundo". Claro que no se trata de una vanidad en el vacío, sino de una apuesta personal excesiva en un terreno complejo, desatendido y grave. El lector ya comprende, desde la historia del Curioso impertinente, que la "ficción poética tiene en sí encerrados secretos morales dignos de ser advertidos y entendidos e imitados".
En su conversación con el discreto Caballero del Verde Gabán, don Quijote hace una de las declaraciones de amor a la poesía más sensatas y más famosas de la historia de nuestra literatura. Porque si famosas son las locuras de este caballero andante a destiempo, también merecen la fama sus atinadísimas y medidas palabras sobre las cuestiones más diversas. Un caballero de Verde Gabán, hacendado prudente, que pasa la vida con su mujer y sus hijos, entretenido por la caza, la pesca y el cuidado de sus negocios, se cruza en el camino con la extraña figura de don Quijote. Y no sabemos si le sorprende más el aspecto del loco o la cordura de sus opiniones. Enterado de que su acompañante se preocupa por la suerte de un hijo que no es malo, pero quiere dedicarse a la poesía, don Quijote sale en defensa del género: "La poesía, señor hidalgo, a mi parecer es como una doncella tierna y de poca edad y en todo extremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella".
Don Quijote sabe que la poesía no debe manosearse, ni ser traída por las calles o por los rincones de los palacios. Ni lo muy callejero, ni lo muy cortesano, convienen a un género que se debe "a una alquimia de tal virtud, que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo de inestimable precio". El equilibrio de Garcilaso, tan admirado por Cervantes, aparece en las consideraciones de don Quijote, que sin duda recuerda aquel deseo humanista de "huir del afectación sin dar consigo en ninguna sequedad". Se trata de un género delicado, porque el exceso de sus virtudes suele ser más peligroso que sus defectos. El poeta nace y se hace, y don Quijote sostiene muy razonablemente que "mezcladas la naturaleza y el arte, y el arte con la naturaleza, sacarán un perfectísimo poeta". Dicho esto, se coloca una celada que Sancho había llenado de requesón y se lanza a resolver el misterio de los leones enjaulados. Puestos a elegir, son preferibles los momentos de cordura del loco que los arrebatos demenciales con los que a veces se entretienen los discretos hacendados. Son más productivos para la poesía.
Francisco Ayala escribió un artículo inolvidable sobre el soneto que Cervantes dedicó "Al túmulo del rey Felipe II en Sevilla". Aprovechó su análisis para volver a los famosos versos del Viaje del Parnaso: "Yo que siempre trabajo y me desvelo / por parecer que tengo de poeta / la gracia que no quiso darme el cielo". Tenía mucha razón Ayala cuando afirmaba que, centrados en la declaración de humildad y en la gracia que no quiso darme el cielo, nos solemos olvidar del trabajo y del desvelo, elementos clave en la poética de Cervantes. Conviene, pues, relacionar esta humildad lírica de Cervantes con el prólogo de su obra maestra, cuando se describe a sí mismo desvelado y trabajando, "con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla, pensando lo que diría". La poesía es también un género de ficción, aunque buena parte de la literatura contemporánea se haya empeñado en negarlo, resacralizando la voz lírica con los adornos esencialistas que asumió, para consolarse, el sujeto romántico. El poeta quiso responder a la sociedad industrial con la divinización de su palabra. Podemos encontrar en Don Quijote de la Mancha una magnífica explicación de este proceso, condenado a instalarse en una querella perpetua. Me refiero al soneto que recoge el "Diálogo entre Babieca y Rocinante": "¿Es necedad amar? -No es gran prudencia. / Metafísico estáis. -Es que no como".
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