"El 'Quijote' es un libro divertido y sencillo, transparente"
Francisco Rico, "castellano" de 1942, fue nombrado en junio director de la Comisión Nacional del Quijote, pero un mes más tarde dimitió del cargo -que ahora ocupa José Manuel Blecua- para evitar posibles incompatibilidades con su labor como filólogo. Ahora Rico lleva en la cartera los frutos de esa labor: dos ediciones del Quijote, la que él mismo acaba de publicar en el Círculo de Lectores -que amplía la que Crítica publicó en 1998- y la que bajo su supervisión ha publicado la Junta de Castilla-La Mancha. Falta la edición popular que ha coordinado por encargo de la Real Academia Española, que será presentada el mes que viene en el Congreso de la Lengua de Rosario (Argentina). Miembro de la RAE, Rico tiene desde hace años plaza en el laberinto de la erudición, pero no olvida la primera vez que leyó la novela cervantina, en 1956, en un hotel de Zaragoza, mientras su abuelo atendía sus asuntos. Aunque matiza: "Siempre digo que yo he leído el Quijote una sola vez. En primer lugar, porque los libros se leen una sola vez; luego, si acaso, se releen. Y en segundo lugar, porque la verdadera lectura siempre es la primera". ¿Y la última? La última es "continua pero fragmentaria". Cosas del estudio: "Lo que ocurre es que el Quijote es tan divertido que cuando hacíamos el cotejo de variantes a veces se nos iba el santo al cielo. Nos reíamos tanto que teníamos que parar y volver varias páginas atrás".
"La filosofía del Quijote, de la que tanto se habla, es casera y mínima, del tipo de 'más vale un diente que un diamante"
"Las dos interpretaciones -la cómica y la trágica- son verdaderas. Y las dos las da Cervantes"
PREGUNTA. Cuando lo nombraron coordinador de las conmemoraciones del año que viene dijo usted que había que "repensar el Quijote
y ponerlo a la altura de los tiempos". ¿Cuál sería el
Quijote
a la altura de estos tiempos?
RESPUESTA. Un Quijote sin leyendas, un Quijote leído, que no es lo que anda por la cabeza de quienes no lo conocen bien. Ni son las interpretaciones de Unamuno, un don Quijote que es España, el español eterno, quién sabe qué. Tampoco es el bien contra el mal. Don Quijote no es nada de eso. E, insisto, tampoco es un centenario ni un símbolo: es una novela. Quizá lo primero sería volver a leerlo con sencillez, como lo que es: un libro divertido.
P. ¿Dónde estaría la clave de su éxito?
R. Don Quijote es un personaje que fascina a todo el mundo. Un personaje que habla mucho y siempre muy bien. Y que tiene ideas que nunca son geniales pero ante las que todo el mundo asiente. La filosofía del Quijote, de la que tanto se ha hablado, es del tipo de "más vale un diente que un diamante". Es decir, filosofía casera y mínima. El Quijote es un libro muy sencillo, transparente. Por lo que tiene de verdad humana se le pueden encontrar sentidos más trascendentes, pero eso son interpretaciones a las que da pie la misma sencillez del libro, su transparencia.
P. No obstante, parece que siempre es el Quijote
el que tiene que ponerse a la altura de alguien. ¿Qué le parecen, por ejemplo, las adaptaciones para niños?
R. Me parecen muy bien. En España no tanto, pero fuera, y durante siglos, ha sido un libro para niños. En el mismo sentido en que mi generación leía la colección Araluce o la Cadete, a Julio Verne, a Alejandro Dumas e incluso a Victor Hugo, es decir, novelones adaptados para niños. Todas las obras maestras tienen diversos niveles de lectura. Y además la forma de atraer lectores hacia el Quijote no es hacer que un niño de pocos años, ni siquiera un chaval de instituto, coja el libro desde la primera frase, sino mostrarle algunas de las versiones, de los episodios y hacerle el libro atractivo. Y luego dejarle que en su día llegue al texto completo.
P. Mucha gente lo conoce sin haberlo leído.
R. Sí, todo el mundo conoce sus personajes y algunos episodios sin necesidad de haberlo leído. Pero eso no le quita lectores. Me parece muy bien que se hagan versiones para niños y para jóvenes y juegos de ordenador -que es algo que hay que hacer- y versiones cinematográficas, recreaciones musicales y plásticas. Eso demuestra que don Quijote existe prescindiendo de la novela. Pero eso pasó ya en España y en Europa desde el mismo año 1605. Los personajes tienen una fuerza tal que la vida acabó por imitar a la literatura, y, como dice Sancho en la segunda parte, cuando la gente veía un caballo flaco, decía: "¡Rocinante!". El Quijote es la mayor contribución de la lengua española a la literatura de todos los tiempos y don Quijote es el único mito de la literatura universal que uno reconoce inmediatamente en un dibujo. Eso no pasa con Hamlet ni con Ulises.
P. ¿Por qué podemos decir que es la mejor novela de la historia?
R. Pues como de la existencia de Dios: por consentimiento universal. La verdad es que no sé por qué ese libro ha sido apreciado por autores tan distintos: Dickens, Stendhal, Freud -que aprendió español para leerlo y con sus amigos utilizaba seudónimos cervantinos: Cipión y Berganza, del Coloquio de los perros-. En una encuesta reciente que salió en toda la prensa mundial fue elegida la mejor obra de ficción de todos los tiempos. No sabemos por qué es un libro tan bueno, pero sí sabemos una cosa: que ha tenido los mejores lectores. Escritores muy distintos -Kafka, Borges- parecen estar de acuerdo en que ese libro, tan sencillo por otro lado, es la mejor ficción. Y no son lectores tontos.
P. ¿Y qué época cree que lo ha leído mejor?
R. Yo creo que hay sólo dos intrepretaciones: la cómica y la trágica. La interpretación de don Quijote como personaje cómico es la inicial de Cervantes y la más común de su tiempo. Trágico lo vieron los románticos. Las dos interpretaciones son verdaderas. Y las dos las da Cervantes. De hecho, en la primera parte de la obra, don Quijote es un personaje prácticamente sólo cómico, aunque con muchos momentos de gran sensatez. En la segunda, en cambio, se va convirtiendo en un personaje trágico, alguien que duda sobre sí mismo, que está incierto, que no sabe si él mismo tiene sentido. Va apareciendo una tristeza, un temor. Y ése es el principio de la interpretación trágica: su densidad como persona, su humanidad.
P. ¿La humanidad que le da Cervantes?
R. En el Quijote no hay personajes unívocos, ni lo es Sancho ni lo es don Quijote ni lo es ninguno de los secundarios. Y ésa es una actitud de comprensión humana que sin duda es muy de Cervantes, que tenía sus ideas (alguna vez he dicho que Cervantes fue siempre un "excombatiente"), pero al que tener unos ideales no le impide saber que no vale imponérselos a nadie. Cervantes es un personaje desengañado y que ha aprendido a quedarse al margen, a no molestar, a no herir. Y a entender un poco a todos. En el Quijote eso se manifiesta en el diálogo. Don Quijote habla con todo el mundo. Y se entiende con todo el mundo.
P. Sin embargo, Cervantes, de sus libros, prefería el Persiles.
¿Cuál cree que era su relación con el
Quijote?
R. Se quiera o no, el libro ideal para Cervantes es el Persiles. Él se mueve entre dos extremos. Por un lado, el tipo de ficción de la fantasía y la imaginación desbocadas: la novela de aventuras, a la que acusa de ser disparatada e inaceptable desde un punto de vista realista. Y a la que, sin embargo, le reconoce virtudes: la amenidad, la admiración que despierta en el lector deslumbrándole y mostrándole cosas nuevas. Sin embargo, y ése es el otro extremo, él quiere que todo eso ocurra dentro de los márgenes de la racionalidad, de la verosimilitud. Y hace dos grandes ensayos en esa búsqueda de simultanear admiración y verosimilitud, sorpresa y reconocimiento de la realidad: el Quijote y el Persiles. Él teóricamente creía más en el Persiles, pero en la práctica estaba sumamente orgulloso del éxito del Quijote. En la segunda parte habla casi en cada página de que todo el mundo ha leído la primera.
P. En el
Quijote
pesa más el realismo.
R. Estrictamente, el Quijote no es un libro realista. Si don Quijote hubiera salido al camino en su época, a las dos horas lo habría detenido la Santa Hermandad. Ya está a punto de pasar alguna vez. No es una historia verosímil en su conjunto. La acción no, pero sí lo es todo el mundo que rodea a don Quijote. Lo fundamental es la irrupción de la vida cotidiana y, sobre todo, de la lengua cotidiana. La irrealidad de su mundo de novelas de caballerías contrasta con la realidad doméstica del mundo en que se mueve y con el lenguaje con que lo cuenta Cervantes. De hecho, Cervantes inventa no la novela moderna, sino la historia de la novela moderna, que es, ya digo, la reconciliación de dos tendencias: la tendencia a la imaginación y la constricción de la realidad. Eso es radicalmente nuevo.
P. ¿Y ha dejado poso? ¿La novela española después de Cervantes es cervantina?
R. No, ni la española ni la francesa ni la inglesa, aunque hay centenares de imitaciones concretas del Quijote. Era demasiado moderna y hay que esperar al siglo XVIII, XIX y, en muchos sentidos, XX. La novela es un género moderno. Es lo que llamamos novela en el siglo XX, algo que aplicamos retrospectivamente. García Márquez, Italo Calvino o el mismo Kafka son novelistas muy cervantinos. En ese sentido de casar imaginaciones que no tienen que ser verosímiles con una visión de la cotidianidad muy verdadera. El Quijote es mucho más moderno que las novelas clásicas del siglo XIX, más moderno que Balzac o que Galdós.
P. ¿Cuál es el escritor español que mejor ha leído a Cervantes?
R. El gran imitador de Cervantes en España ha sido Galdós. Es una imitación programática. Se había inspirado en Balzac y en Dickens, y quería dar a la novela contemporánea una base española. Galdós está lleno de imitaciones directas de Cervantes. Desde Isidora Rufete, en La desheredada, que se cree que es una gran señora, hasta Nazarín, que es un verdadero doble de don Quijote.
P. ¿Y después de Galdós?
R. Las fantasías de Unamuno tienen interés porque él es un personaje muy singular, pero carecen de todo valor para entender el Quijote. ¿Aportación fina? Sin duda la de Azorín. También lo de Ortega es inteligente, pero es que apenas habla del Quijote. El ensayo de Azaña es aceptable pero mediocre, como todo lo de Azaña. Martín Santos escribió unas páginas atractivas dentro de Tiempo de silencio. Juan Benet le dedicó un ensayo con alguna buena observación pero que no estaba a la altura de Benet. Hay otros novelistas que han escrito desde una perspectiva más analítica, menos creativa sin dejar de serlo. Es el caso de Francisco Ayala o Gonzalo Torrente Ballester, con páginas estupendas. Buena parte de lo que se ha escrito en España en el siglo XX es bla bla bla, leyendo menos el libro que incidiendo en esas ideas tópicas de España, de la locura y del ideal.
P. ¿El tópico de lo español no tiene base?
R. Se lo inventaron los ingleses hacia mil setecientos y algo, y llega a Byron y a los románticos. Es la idea del Quijote como si fuera la Armada Invencible. El libro fue inmensamente apreciado en Inglaterra. Allí fue comentado por primera vez. Y allí surgió esa idea de identificar a don Quijote con el imperio español. Pero no hay cosa menos española que esa imagen de don Quijote como símbolo de España.
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