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Por qué importan las normas

A pesar de la intensidad de la política que define la campaña presidencial estadounidense de este año, es más probable que el resultado se base en cuestiones constitucionales, formales y técnicas, que en el fondo o en las políticas en las que se centraron los debates. Porque las cuestiones formales y técnicas siempre salen a la luz cuando la elección es ajustada (como en 2000), y está claro que este año la elección será ajustada. He aquí al menos cuatro de esas cuestiones "técnicas" que probablemente influyan en quién gane el 2 de noviembre.

La primera es el simple hecho de que la Constitución estadounidense, siguiendo el espíritu federalista, pone las normas electorales en manos de los Estados, a pesar de que está en juego la presidencia. Quien vota lo hace por una orden federal, pero cada uno de los cincuenta Estados establece sus propias normas sobre cómo inscribirse y cómo contar los votos (así como sobre cuándo repetir el cómputo), si el sistema de votación electoral es proporcional o el ganador se queda con todo, a quién descalificar para las elecciones en aquellos casos en los que la Constitución no se pronuncia (los ex convictos reciben un trato distinto en los diferentes Estados) y otras cuestiones clave.

Esta descentralización suele conceder una influencia indebida al funcionario estatal responsable de las elecciones, los denominados "secretarios de Estado" nombrados o elegidos en cada Estado. Es sabido que fue la secretaria de Estado de Florida la que, en las elecciones de 2000, cuando la votación de ese Estado se puso en duda, permitió que su afiliación al Partido Republicano triunfara sobre sus responsabilidades neutrales hacia los votantes. Ciertamente, cuando el resultado de la votación es concluyente, esas variaciones menores en los Estados tienden a perder importancia, pero cuando las cosas están reñidas, ¡cuidado!

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La segunda cuestión constitucional surge de las peculiaridades del colegio electoral, un mecanismo instituido por los fundadores estadounidenses para "filtrar las pasiones populares" mediante una pantalla de competencia que originalmente se concebía como voz de "los más brillantes y los mejores" de cada Estado. Aunque ya no exige convenciones estatales de "electores" que realicen elecciones prudentes sobre el presidente y el vicepresidente (originalmente se elegían por separado), sigue siendo un sistema ponderado que da más votos electorales per cápita a las partes poco pobladas de Estados Unidos que a los centros urbanos de mayor población. Además, el sistema de que el ganador se quede con todos los votos, utilizado en la mayoría de los Estados, significa que grandes mayorías de los Estados "azules" (de tendencia demócrata) pueden al final perder por ligeras mayorías en Estados "rojos" (de tendencia republicana). En resumen, el colegio electoral favorece a los votantes rurales estadounidenses, más conservadores. Esto sólo se puede cambiar mediante una enmienda constitucional que los Estados "rojos" pueden bloquear. Desde el punto de vista electoral, el viejo Estados Unidos, blanco, protestante y rural pesa de hecho más que el nuevo Estados Unidos, multicolor, multicultural y urbano.

La tercera cuestión técnica que puede influir en el resultado de la votación es la acción perversa de terceros partidos, en lo que se considera un sistema electoral bipartidista. El "distrito de miembro único" (al contrario que la representación proporcional) anima a los votantes a respaldar un sistema bipartidista polarizado, e históricamente las elecciones estadounidenses han sido normalmente un asunto de dos partidos (con alguna que otra excepción, como la campaña independiente realizada en 1912 por Teddy Roosevelt). Es normal que en las elecciones presidenciales se "presenten" terceros partidos -anarquistas, verdes, independientes-, pero por lo general sólo como candidatos simbólicos, que obtienen un pequeño porcentaje de los votos totales. Cuando los votantes eligen decisivamente (por más de unos cuantos puntos porcentuales) entre uno u otro de los grandes partidos, los candidatos de terceros partidos quedan relegados al margen, como recordatorios de la insatisfacción que algunos sienten con los partidos mayoritarios. Pero en las elecciones reñidas (como en 2000), los candidatos de terceros partidos pueden sustraer suficientes votos de uno u otro de los principales partidos y "lanzar" las elecciones al otro partido. Irónicamente, los votos de extrema derecha o extrema izquierda del tercer partido sustraen sufragios a la izquierda o a la derecha moderadas. Esto significa que el partido mayoritario más cercano a las opiniones de los candidatos del tercer partido sale perjudicado. Los ultraconservadores quitan votos a los conservadores moderados. Así, se puede decir que en 2000 Gore perdió las elecciones porque un 2-3% de los electores -la mayoría sustraídos de los partidarios de Gore- votaron a Ralph Nader. Aunque el apoyo a Nader ha disminuido este año (porque ahora los electores demócratas aprecian la "ironía" de su candidatura, y también porque los demócratas han presentado demandas judiciales contra las solicitudes de candidatura con las que obtiene acceso a los votos de las elecciones estatales), podría seguir atrayendo el 1-2% de los votos. En Estados bisagra cruciales como Ohio, Michigan y Florida, esto podría ayudar a reelegir a Bush. Aunque aborrecen los puntos de vista de Nader, los republicanos han donado grandes cantidades de dólares a su campaña, y le han ayudado a conseguir votos en las votaciones electorales de los Estados. Por otra parte, este año se presenta un enérgico candidato "libertario" (semianarquista), que podría restarle votos a Bush, compensando los votos a Nader.

Finalmente, las encuestas que han agitado y deprimido a los votantes y a los observadores presentan de hecho un defecto que las convierte en malos pronosticadores de las próximas elecciones. Tienden a centrarse en los "probables votantes", lo que significa electores que votaron la vez pasada o que han anunciado su intención de hacerlo esta vez. Las encuestas se limitan también a personas con línea de teléfono fija, dejando fuera a quienes no disponen de teléfono, a quienes carecen de domicilio fijo, y a personas que sólo disponen de teléfonos móviles.

El resultado es que las encuestas se apartan de los votantes "nuevos" y registrados por primera vez este año, la mayoría de los cuales son demócratas atraídos en una intensa campaña de inscripción llevada a cabo por el Partido Demócrata a lo largo de este año. Puede que haya hasta cuatro millones de estos nuevos votantes, muchos de los cuales se han registrado en Estados disputados. Si los recientemente inscritos votan como los demás -y participan al menos la mitad-, significará que existen muchos más votos demócratas de los contabilizados por las encuestas. De hecho, si estos nuevos votantes acuden en masa a las urnas, podría significar una victoria decisiva de Kerry, en la que los demás factores "técnicos" aquí analizados perderían importancia.

¿Cuál es la moraleja de todo esto? Lean las encuestas con cautela, pasen por alto a los elementos vociferantes de los medios y comprendan que los "intoxicadores" de ambos partidos hablan de su esperanza, no de hechos. ¿Y qué significa eso para el resultado? Mi cálculo, basado en las circunstancias, es que el 3 de noviembre, Estados Unidos y el mundo estarán contemplando a un segundo Bush de un solo mandato y a un Kerry en el primero de sus dos mandatos.

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