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Columna
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San Rafael

El Arcángel San Rafael es doctor honorario del Colegio de Médicos de Córdoba. ¡Qué cosas tienen los médicos de Córdoba! No sé cómo se les ocurre complicarle la vida a la medicina de Dios, mezclando su pureza arcangélica con las amarguras de la sanidad contemporánea, los laboratorios, las rivalidades profesionales, los seguros y las protestas de los enfermos insatisfechos. Los médicos han querido darle alas a la medicina de Córdoba, y lo que van a conseguir es crearle problemas terrenales a las altas esferas, como si la paciencia divina no tuviese bastante con la incómoda mezcla de las sotanas y los negocios bancarios de la ciudad. San Rafael es un arcángel discreto, mucho más que los obispos españoles, y creo que no corremos el peligro de que pretenda dedicarse a la medicina pública. Bastante tiene ya con su consulta particular en la conciencia de los creyentes. San Rafael pertenece a la familia real de los cielos, esta muy cerca de Dios, y ha aprendido a ser prudente y a quedarse en su sitio, para que no le ocurra lo mismo que a Lucifer. Los tiempos, además, bajan revueltos y no están las cosas como para descuidar los consuelos espirituales por culpa de las preocupaciones públicas, que forman parte de esa inmensa lista de espera que llamamos Historia. Si San Rafael se dedicase a las reclamaciones laborales, a los problemas organizativos del hospital o a la preparación de manifestaciones, es muy probable que los fieles encontraran su consulta vacía cuando acudiesen a él. Y ahora, con las nuevas leyes del divorcio y de los matrimonios homosexuales, convienen que San Rafael tenga una dedicación completa al servicio privado de los católicos. El arcángel se hizo famoso por expulsar a los demonio del cuerpo de Sara, con ayuda de un hígado de pescado, para facilitar su matrimonio con Tobías. San Rafael es el arcángel de los matrimonios santos, consagrados a la reproducción y enemigos de la lujuria. Así que no conviene distraerlo en estas circunstancias, y a estas alturas, con la sanidad pública cordobesa.

Por otra parte, tal vez los médicos de Córdoba no se han dado cuenta de que San Rafael es un mal ejemplo, porque se negaba a cobrar por sus servicios. Ni facturas, ni comisiones por las recetas. Es fama que solucionó la vida de Tobías, arregló su matrimonio, su hacienda, le devolvió la vista a su padre, y luego no quiso cobrar un duro. Eran, desde luego, generosidades de otras épocas, pero tampoco conviene airear el pasado, sobre todo ahora que Carlos Castilla del Pino acaba de terminar el segundo tomo de sus memorias. Porque, ésa es otra, no quiero ni imaginar lo que puede ocurrir si se encuentran San Rafael y Castilla del Pino en el Colegio de Médicos de Córdoba. ¿Usted quién es?, le preguntaría el psiquiatra, con sus ojos penetrantes y su barba tan blanca como la bata. Yo soy San Rafael, contestaría con inocencia el Arcángel, delante de un médico del alma que lleva medio siglo oyendo a la gente afirmar cosas parecidas: soy Napoleón, soy Julio César, soy la reina de España, soy un poeta genial, soy el padre Castillejos. ¡Vaya situación! Carlos Castilla puede cometer la irreverencia de darle hora para su consulta. Por el bien de todos, de la Iglesia y de los ciudadanos, hubiera sido mucho mejor dejar cada cosa en su sitio.

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