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Un ejercicio de realismo ante la falta de diálogo sobre soberanía

La actitud política del Gobierno español sobre Gibraltar formalizada en la reunión ministerial hispano-británica de ayer implica un ejercicio de realismo frente al hecho consumado de que Londres no volverá a dialogar en mucho tiempo acerca de la soberanía del Peñón; y otro de talante netamente zapaterista, en la medida en que se quiere evitar que el bloqueo de la reivindicación fundamental de Madrid redunde en un continuo rifirrafe con Londres o en un indeseable ejercicio de castigo de la población gibraltareña.

Esta actitud tiene precedentes. En 1984, cuando abrió la negociación sobre la soberanía, Fernando Morán puso el acento en la necesidad de atraerse a los llanitos mediante un fuerte impulso a la cooperación entre ambos lados de la verja. No logró avanzar mucho, lo que sugiere que la vía reabierta ahora no va a estar libre de problemas. La peculiaridad fiscal, aduanera y económica de Gibraltar plantea serias dificultades incluso para algo tan sencillo como mejorar la calidad de las aguas de la bahía de Algeciras.

Más allá de susceptibilidades históricas, España va a seguir, además, defendiendo en Bruselas las consecuencias jurídicas y políticas de su reivindicación anticolonialista, sin renunciar a vender lo más caro posible cada concesión a Londres. El precio, sin embargo, no se medirá en términos de soberanía sobre la Roca.

Negociaciones empantanadas

José María Aznar creyó que estaba a punto de tenerla entre las manos, por la buena voluntad de su amigo Tony Blair, pero éste se la quitó como la había puesto sobre la mesa. Las negociaciones de 2001 a julio de 2002 se empantanaron también porque la parte española tenía problemas para admitir la soberanía compartida, sobre todo cuando se planteaba sin límite de tiempo.

El motivo esencial de su fracaso fue, sin embargo, la oposición de los militares británicos a compartir la soberanía sobre la base militar, que cubre el 65% del territorio. La discrepancia del ministro de Defensa, Geoff Hoon, potenció la rebelión contra Blair incluso en las filas laboristas, y el Foreign Office terminó cambiando su oferta de negociación por el mensaje de que Gibraltar es para el Reino Unido lo que Ceuta y Melilla para España.

La posición política de Blair, castigado por la guerra de Irak, es hoy más débil que nunca. Reabrir la negociación con el actual Gabinete británico resulta impensable, y el entusiasmo nacionalista vivido por los gibraltareños al calor de las últimas desavenencias hispano-británicas lleva a pensar que, para volver a hablar de la soberanía del Peñón, tal vez no tengan que pasar años, sino alguna generación política.

El ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, exigió, en un artículo publicado en EL PAÍS el pasado 3 de agosto, que, pese a todo, prevalezcan la cordura y las iniciativas positivas. Es lo que se ha formalizado ahora.

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