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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sharon se abre paso

El Parlamento israelí aprobó anoche, con la ayuda de los votos de la oposición laborista, el plan de Ariel Sharon para evacuar la franja de Gaza -y cuatro pequeños asentamientos de Cisjordania- a finales del año próximo. La decisión -"la más difícil de mi carrera", ha dicho Sharon-, sometida todavía a la aprobación por el Gobierno de las cuatro fases de su ejecución, abre heridas en las filas judías. El dividido partido gobernante, Likud, sale malparado del envite parlamentario y el jefe del Gobierno comenzará ahora a reorganizar una coalición maltrecha.

La evacuación de Gaza, cuando se produzca, no será un paso histórico en la contienda entre israelíes y palestinos. Pero el proyecto de Sharon tiene el valor simbólico de plantear, por primera vez en 20 años, la retirada de colonos judíos (casi 8.000) de tierras ocupadas tras la guerra de 1967. Y la división de la clase política israelí prueba que toca fibras profundas, que llegan al mesianismo en el caso de los ultraortodoxos y los colonos fundamentalistas, que por miles acusaban al jefe del Gobierno de una traición de proporciones bíblicas.

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Es más que lícito desconfiar de las intenciones del primer ministro israelí, un ultranacionalista dedicado militar y políticamente a torpedear la emergencia de un Estado palestino. Pero las dudas sobre los motivos últimos de su apuesta -descrita en el círculo íntimo de Sharon como la oportunidad para congelar indefinidamente cualquier negociación sustancial con los palestinos- no deben oscurecer el hecho de que marcharse de algún territorio que se ocupa ilegalmente es mejor que no hacerlo. Casi 1,4 millones de palestinos hacinados en Gaza respirarán aliviados si los colonos judíos evacuan más de un 20% del territorio de la superpoblada franja y los tanques israelíes dejan de formar parte de un sangriento paisaje cotidiano. Aun así, Gaza seguirá siendo una tierra cuya comunicación exterior, por tierra, mar y aire, dependerá de la voluntad israelí.

Otra cosa es si la prevista retirada servirá como catalizador en las divididas filas palestinas o removerá un liderazgo caduco y cuestionado. Más que a nadie, a los propios palestinos les interesa que en Gaza prevalezcan ley y orden. Un eventual descenso al caos desembocaría en una nueva confrontación militar y acabaría haciendo buena la cínica afirmación de Sharon según la cual su plan unilateral parte de la base de que no hay jefatura palestina con la que negociar.

En cualquier caso, la esperanza que suscita la decisión del Parlamento israelí va más allá de Sharon o Arafat, ambos presumiblemente al final de su itinerario público. La promesa que esconde Gaza, si se concreta, es la de abrir un resquicio a la razón en un conflicto cegado que envenena cada día, desde hace décadas, la convivencia entre el islam y Occidente.

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