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Cuando lleguen las vacas flacas

El actual equipo dirigente del PSOE ha realizado un meritorio esfuerzo para dotar de una base intelectual a su propuesta política. Un esfuerzo tanto más meritorio cuanto que se produce en un momento en que la izquierda se ha convertido al pragmatismo más radical, en aplicación de la regla que Felipe González dijo haber oído hace unos años de labios de los dirigentes chinos: ¿qué más da que el gato sea blanco o negro si caza ratones? Sin embargo, el resultado de ese esfuerzo intelectual no deja de causar una cierta perplejidad.

El principal motivo de perplejidad para un cierto sector de opinión que simpatiza con los socialistas es el papel dominante que ha adquirido en la agenda política del Gobierno su programa de extensión y profundización de los derechos civiles de los españoles, que podríamos simbolizar (y que el Gobierno ha querido simbolizar) en la aprobación del proyecto de ley que extiende a los homosexuales el derecho a contraer matrimonio y a adoptar niños. Porque, aunque la extensión de los derechos ciudadanos ha sido siempre uno de los pilares de la acción política de los socialistas, en esta ocasión la agenda elegida parece haber borrado o difuminado la vocación por las reformas sociales y económicas que constituyen sin duda el otro pilar del socialismo. Más aún, puede decirse que el rasgo distintivo de éste es su insistencia en mantener, frente a liberales y republicanos, que los derechos y libertades proclamados por éstos sólo serán reales si se dan las condiciones sociales, y sobre todo económicas, que permitan ejercerlos.

En este contexto resulta especialmente significativo el que la cartera de Economía se haya dejado en manos de un técnico reputado por su ortodoxia; lo que equivale a un anuncio de que el Gobierno pretende no distanciarse demasiado -en este apartado- de la sabiduría económica convencional y, por tanto, de la gestión de sus predecesores.

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Las razones de esta decisión del Gobierno pueden ser muy varias, pero es posible imaginar una que conviene discutir porque, de un modo u otro, planea sobre los principales debates políticos de nuestro tiempo y actúa, además, como una especie de mecanismo de bloqueo que impide la reflexión.

Repasando una historia que sin duda está presente en la memoria o en el subconsciente de los dirigentes socialistas actuales, es preciso reconocer que, en el apartado de las ideas sobre cómo organizar la vida económica, la izquierda (y también la derecha, pero ésa no es ahora la cuestión) ha conocido una larga serie de renuncias: a la propiedad colectiva de los medios de producción (la bandera original del socialismo), a la planificación de la economía, a las nacionalizaciones y, más recientemente, a la lucha por el pleno empleo y el crecimiento económico con ayuda del presupuesto estatal y la inversión pública, en aplicación de las fórmulas keynesianas en boga hasta la crisis de la década de 1970.

Se comprende que, escarmentados por esa historia de renuncias, los actuales dirigentes socialistas parezcan querer pasar como de puntillas sobre las cuestiones económicas, protegiéndose así de las acusaciones de anticuados y fracasados que, sin tener en cuenta su propia historia, les lanzan los enrabietados ultraliberales de nuestros días.

Para ser justos hay que decir que alguna idea ha quedado en pie tras aquel largo rosario de abandonos: los socialistas de hoy siguen convencidos de que sólo el gasto público puede curar los males sociales (la pobreza, la exclusión social) que genera el sistema económico. Pero a la vez piensan que el crecimiento económico que debe permitir la expansión de aquel gasto y, por tanto, de los programas sociales de los gobiernos depende por completo de los empresarios privados y -cada vez más- de los mercados internacionales. Por lo que no sirve de mucho quebrarse la cabeza para ser originales en estas cosas cuando se está al frente del Gobierno.

En el caso de España, además, esta renuncia, digamos, a la originalidad viene abonada por el positivo legado económico de los gobiernos del PP, que se atribuye generalmente a las recetas ortodoxas puestas en práctica y que podemos simbolizar en el mantenimiento del equilibrio presupuestario.

Esta apuesta por la ortodoxia y la continuidad no es tan tranquilizadora como puede parecer a primera vista. La experiencia demuestra que, a menos que exista una reflexión propia en cuestiones económicas, cuando lleguen las vacas flacas, bien porque entremos en la fase descendente del ciclo económico, bien por la subida de los precios de la energía o por fenómenos más de fondo como la deslocalización de industrias hacia países de bajos salarios, los socialistas se verán obligados a aplicar las recetas "consagradas". Lo que es tanto como decir aquellas que mejor responden a la lógica del sector financiero, verdadera superpotencia en el campo del pensamiento económico, por la atención y los medios que dedica a la producción de información y de ideas en esta materia.

Sin embargo, como muchos han observado (y no sólo los socialistas), la lógica del sector financiero no es siempre la que más conviene, ni a otros sectores de la economía ni a la ciudadanía en su conjunto.

Nuestra historia reciente ilustra bien sobre los riesgos de la situación. La carencia de una reflexión alternativa en la que apoyarse condujo a Felipe González, en la década de 1980, a aplicar sin contemplaciones algunas de las recetas más en boga entonces, y en particular a confiar en la política monetaria como medio casi exclusivo de lucha contra la inflación, aunque fuera a costa de tipos de interés disparatados y de situar el desempleo por encima del 22%, el doble de la media europea.

Aunque el superministro Boyer -pasado luego a las filas conservadoras- y su sucesor, Carlos Solchaga, fueron los inspiradores de esa política, fue el clima de opinión del momento el que llevó al entonces presidente del Gobierno a la peregrina conclusión de que aquélla era "la única política posible".

Esa historia debería hacer reflexionar a los actuales dirigentes socialistas. En beneficio propio y en beneficio de todos.

Mario Trinidad es ex diputado socialista y escritor.

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