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Columna
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Arrimar el hombro ahora que es posible

Soledad Gallego-Díaz

Cuanto antes empecemos a hablar de la Constitución europea y de la necesidad de que sea ratificada por los países miembros de la UE, mejor. Mejor que todos estemos atentos a lo que está pasando y que empecemos a dar vueltas a lo que dicen personalidades como Michel Rocard: "En el estado actual de las fuerzas políticas, la esperanza de poder negociar una nueva Constitución, que sea mejor, es nula" (Le Monde 22.9.2004). Si se vota no y se abre una crisis en la UE no será para mejorar ese texto, como alegan algunos, sino para paralizar la dinámica europea. Y eso, en estos precisos momentos, supone correr un gran riesgo. Porque todos estamos enfrentando una situación internacional potencialmente muy peligrosa.

Si Estados Unidos vota el día 2 a favor de los republicanos y sigue cuatro años más bajo el mandato de Bush y de sus neocons, necesitaremos más que nunca una UE capaz de seguir adelante y de dar otra dimensión al combate que se avecina. Es probable que una victoria de Bush fuera seguida por una cabalgada brutal de sus partidarios, con muy poco espacio para maniobras o respuestas europeas ambiguas. Pero "no hay más elección que mantener la perspectiva de una Europa que se refuerce progresivamente", como escribe Rocard. La única elección es una Europa más unida y, por poco que la Constitución ayude a ir en ese camino, merecerá la pena.

Pero, aunque parezca contradictorio, si la UE quiere la complicidad de sus ciudadanos en estos momentos difíciles, tendrá también que ser capaz de evitar errores tan profundos como el nombramiento de Rocco Buttiglione como comisario de Justicia e Interior. No se puede pedir complicidad si el principal organismo de la Unión provoca el rechazo frontal de millones de ciudadanos y ciudadanas. Y eso es lo que sucederá si el Parlamento Europeo acepta el chantaje de Durão Barroso y vota a favor del candidato italiano. Confiemos en que los socialistas y liberales se mantengan firmes y comprendan que no existe pacto posible con Buttiglione, como no lo existió nunca con el austríaco Jörg Haider.

Buttiglione es un hombre inteligente, culto y coherente que defiende lo que cree y que lucha por llevarlo a la práctica. Él es respetable. No lo serán los diputados europeos que se conformen con votarle a cambio del apoyo a sus propios candidatos. Saben lo que cree y lo que defiende Buttiglione. Conocen su carga ideológica y su fundamentalismo religioso. Saben que su concepto de justicia y de igualdad es radicalmente contrario al de millones de ciudadanos europeos. Si Durão Barroso no es capaz de resolver el desaguisado y de encomendarle otra cartera que no sea la de Justicia, sería preferible correr el riesgo de que caiga la Comisión entera. Siempre será más razonable que aceptar el compromiso con el fundamentalismo católico.

Cada vez son más quienes creen, en Europa y en el resto del mundo, que estamos atravesando un momento muy delicado, en el que entran en juego elementos políticos básicos. Quizás haya que esperar algunos años para poder valorar con justeza lo que está ocurriendo y el papel que desarrolla en ese escenario, a trancas y barrancas, la vieja Unión Europea. La verdad y la información son ahora muy escasas, probablemente más, incluso, de lo que nos tememos, porque la Administración de Bush es la más opaca y secretista de la historia reciente de Estados Unidos. Pero aun así lo decisivo es que Europa no dimita de su papel: la razón contra la fe, como mantiene el diario británico The Guardian.

La utilización del miedo y el espeso contenido religioso del grupo Bush oculta realidades muy concretas. No sabemos si la decisión de los neocons de no admitir un solo error se debe exclusivamente a una táctica electoral o, por el contrario, responde a un convencimiento cuasi religioso. Si así fuera, si el grupo Bush sigue creyendo en el fundamentalismo cristiano, en las virtudes de la guerra preventiva (quizás frente a Irán) y en la posibilidad de desencadenar conflictos militares con una relativa presencia de fuerzas sobre el terreno, como ha ocurrido en Irak, y si ese grupo vuelve a ganar las elecciones, lo mejor será que la Unión Europea, por muy imperfecta y criticable que parezca, esté en condiciones de defendernos. Y que hagamos todo lo posible por controlar a quienes desde dentro, como en su día pretendió José María Aznar y ahora defiende Buttiglione, quieren desnaturalizarla. Arrimemos el hombro, ahora que aún es posible. solg@elpais.es

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