París vuelve a ser la ciudad de Truffaut
Libros, ediciones en DVD de todas sus películas y publicaciones de todo tipo se suceden en el vigésimo aniversario de la muerte del último cineasta popular de Francia
La salud cultural de un país depende tanto de su capacidad para revisitar su pasado como para proyectarse en el futuro. La fórmula de ese equilibrio soñado no es fácil, y eso se hace evidente estos días en que Francia celebra el vigésimo aniversario de la muerte de François Truffaut, fallecido el 21 de octubre de 1984. Libros, ediciones en DVD de todas sus películas, restauración de algunos títulos míticos, publicaciones de todo tipo se suceden y nos recuerdan que Truffaut fue el último cineasta popular del país, el último que conciliaba éxito de público y exigencia artística. Esporádicamente, de vez en cuando, algún director -Claude Miller, Patrice Leconte, Alain Corneau, Cédric Klapisch, Pascal Thomas...- logra que el milagro se repita, pero el secreto de la continuidad, la receta que tanto fascina a Spielberg, Truffaut se la llevó a la tumba. Y el resultado es que tenemos la sensación de que se habla de Truffaut para llenar el relativo vacío actual.
Antoine de Baecque, que ocho años atrás ya publicara una excelente biografía de Truffaut, vuelve a la carga con un Dictionnaire Truffaut que nos descubre los secretos de "un gran maniaco, de un compulsivo de la anécdota, de un hombre que quiso guardar para sí toda su vida para filmarla mejor, para perderse y reencontrarse en ella". Sabido es, por ejemplo, que es posible leer la filmografía del cineasta a la luz de su obsesión por buscarse un padre o reencontrar el perdido, que llegó a inventarse historias de detectives privados para poder encargar a uno que localizase a su padre.
Los libros de regalo, repletos de fotos, también abundan. Es el caso de François Truffaut, auteur de films o de François Truffaut a l'affiche. El segundo, con sus carteles procedentes de todo el mundo, testimonia además el éxito planetario del más francés de los directores. Para el cinéfilo clásico puede que el más interesante sea Paroles de François Truffaut, que recoge fragmentos de diálogos de todas sus películas, mientras que el estudioso preferirá François Truffaut au travail, fruto de una lectura atenta de todas las cartas y notas de trabajo intercambiadas entre el director y sus colaboradores. Gracias a ellas aprendemos, por ejemplo, que para Truffaut Jules et Jim "tiene que ser un filme subversivo de un dulzura absoluta" o que dio al músico Georges Delarue como única indicación para la partitura de Vivamente el domingo que era la historia "de una mujer a la conquista de una ciudad".
La producción escrita generada por este aniversario de la muerte -Truffaut decía de su necrófila película La chambre verte que la había hecho porque "los muertos son mucho más numerosos que los vivos"- no se acaba con los títulos citados. Habría que añadir a la relación otros muchos, entre ellos una fotonovela imaginada por el propio Truffaut a partir de L'Homme qui aimait les femmes.
Si se repone la mítica Los cuatrocientos golpes que tanto ha marcado al cine francés -los temas de infancia han pasado a ser una especialidad de la cinematografía gala-, no significa que no haya voces que cuestionen una parte más o menos importante de la filmografía truffautiana. Para algunos la moral subyacente en las aventuras de Antoine Doinel no ha resistido el paso del tiempo, para otros el apresuramiento compulsivo de Truffaut dinamita la estética de sus filmes, mientras que unos terceros ponen en evidencia que el mejor Truffaut de los últimos años -el de El último metro, por ejemplo- se parece mucho a Duvivier o Autant-Lara contra quienes él había comenzado y fundado su carrera. La sombra de la figura de Truffaut ha sido, pues, protectora, pero hoy son bastantes quienes estiman que oscurece la visión de los herederos.
Babelia
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