"Mis fusiones de clásica y jazz no son radicales, son naturales"
Contempla la música en pura y constante evolución, o en revolución permanente, mejor, de ahí que Uri Caine conserve cierto aspecto de trotskista activo, como músico arriesgado, insólito, que es, de esos que cabalgan entre campos que para muchos son dispares, pero para él no están tan lejos, como Bach y el jazz. Ha pasado por Madrid, donde ofreció el martes un recital junto a la Orquesta de Basilea para el ciclo de Juventudes Musicales. Tenía ganas: "Iba a actuar el pasado 11 de marzo, pero tuvimos que suspenderlo", cuenta Caine.
Tiene complejo de Doctor Jekyll y Mister Hayde, por aquello de pasar de los clubes de jazz, entre trompetistas mofletudos y parejas que se besan, a los auditorios de música clásica, donde cada vez está más presente en los programas como invitado de grupos de cámara. Caine defiende que sus adaptaciones de Mahler, Wagner, Beethoven o Bach, a los que somete a una transformación muy llamativa, no son propuestas disparatadas: "No niego que a mí me gustan los extremismos, no las posiciones académicas. Pero mis fusiones no son radicales, son muy naturales. Se puede hacer. ¿Por qué no? A mí me sale. Yo crecí tocando el piano en muchos campos, no sólo en el jazz, por tanto, lo que a mucha gente le parece extraño, para mí es una evolución lógica en mi lenguaje musical", dice este músico.
Lo que le vale al cien por cien es el experimento, la mezcla. "Las mezclas, las fusiones se han hecho toda la vida. Por eso a mí me gusta ser John Coltrane y Beethoven al mismo tiempo". Y los músicos, ¿cómo reciben sus propuestas? "Pues es divertido comprobar algunas reacciones. Cuando hicimos el disco de las Variaciones Goldberg, de Bach -interpretado por el Uri Caine Ensamble-, unos músicos provenían de Europa, otros de Estados Unidos, y al principio muchos creían que la manera de interpretar correcta era la suya. Cada uno tiene su versión. Yo también soy purista, aunque no lo parezca. Siempre intento ser fiel a los espíritus de los músicos que interpreto", afirma.
Para eso, les somete a estudios concienzudos. De Mahler ha seguido su rastro en Viena, pero también en Nueva York, la ciudad en la que vive: "Mahler tiene una historia neoyorquina muy impresionante. Recuerdo aquella tarde en la que oía desde su habitación el sonido de unos tambores por el funeral de un policía, que creía que presagiaban su muerte. Era en la calle 72, junto a Central Park, a la altura del edificio Dakota, donde asesinaron a John Lennon y hay una estatua de Verdi. Me gusta ir a ese lugar, percibo una extraña energía musical", afirma.
Sus experimentos serían difíciles de apoyar de no haberse cruzado en su vida con Stefan Winter, el productor musical dueño del sello Winter & Winter, con sede en Múnich y en el que trabajan sólo tres personas, que le acompaña de manera activa y creativa en todos sus experimentos. "Le estaré toda mi vida agradecido. La música que yo hago no es algo que se tenga que apoyar porque sí". Ahora prepara tres discos, aunque no sabe cuál saldrá primero. Uno de música electrónica, otro de Variaciones de Brahms y otro sobre Otello. Cosas con las que quiere probar que lo moderno no debe bajar la calidad para acercarse al público. "Es al revés, es el público quien debe aproximarse a la modernidad".
Babelia
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