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Columna
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Apechugar

El domingo se conmemoró el Día Internacional contra la Exclusión y la Pobreza con excelentes resultados... para la exclusión y la pobreza. Ocho millones y medio de pobres en la España que va bien (1,7 millones de ellos en situación de pobreza grave). Mientras en el mundo, ese mundo que según Rodrigo Rato se encamina a pesar de todo por la senda de la expansión, una persona muere de hambre cada cuatro segundos (15 por minuto, 900 cada hora, 21.600 al día, casi 8 millones al año). Así pues, hay mucho que celebrar.

Con ocasión de dicha conmemoración el ministro de Trabajo y Asuntos Sociales, Jesús Caldera, además de afirmar el compromiso del Gobierno con la erradicación de la pobreza y la exclusión social, ha realizado una propuesta que, al menos yo, jamás he escuchado de boca de un responsable público: "No basta sólo con el compromiso público. Invito a que los ciudadanos se incorporen al trabajo de las ONG, a que se asocien y participen con una pequeña aportación, el 0,5% o el 0,6% de los ingresos de su trabajo". Ya escucho la reacción mayoritaria... Perdón: no escucho nada, ya que estas cosas de los pobres no suelen ser objeto de reacciones mayoritarias a no ser que puedan expresarse mediáticamente en el lenguaje de la catástrofe: si esos ocho millones murieran de repente y a la vista de todos, pero así, uno a uno... En cualquier caso, imagino la reacción frente a la invitación del ministro: ¿Cómo?, ¿que además de todo lo que nos quitan de impuestos, encima tenemos que pagar más? ¡Que lo solucionen ellos, los políticos! Al fin y al cabo, ¿no hemos estado pidiendo al Gobierno eso del 0,7% para el desarrollo sin que nos cueste un euro? ¿A qué viene ahora esa petición?

Y lo cierto es que, como suele decirse, entre todos la tenían y ella sola se murió. Me refiero a la solidaridad. Nos hemos acostumbrado a exigir (a otros, siempre a otros) una solidaridad indolora, que no nos costaba nada. El ejemplo canónico es la reivindicación del 0,7% mal entendida. Veamos: ¿qué es lo que pedimos, más 0,7 (+0,7) o menos 0,7 (-0,7)? Una pista: en el caso de que logremos que el Gobierno se comprometa con dicho objetivo, ¿repercutirá este porcentaje que a partir de ahora dedicaremos a la solidaridad en nuestros salarios, en las subvenciones que reciben nuestras organizaciones, etc.? Seguro que ni lo hemos pensado. Pero lo cierto es que si yo, que soy funcionario, sigo recibiendo mi 100% de nómina; si nosotros, que tenemos una asociación, seguimos recibiendo el 100% de subvención, mientras el Gobierno dedica un 0,7% del Presupuesto a la solidaridad, ¿de dónde sale ese dinero?; y, sobre todo, ¿a qué vienen tantas resistencias, si la solidaridad nos sale tan barata? A fuerza de banalizar la solidaridad (se trata de dar algo de lo que te sobra, si tienes diez minutos, etc.) hemos olvidado que el destino de pobres y no pobres está inextricablemente unido. Que no es por casualidad por lo que el mismo día y en la misma página un diario recoge dos titulares como estos: "Cada cuatro segundos una persona muere en el mundo" y "Los españoles ingieren un 19% más de calorías que las aconsejadas por la OMS" (El Correo, 16-10-04). Que por vivir como vivimos otros mueren como mueren. Lo expresaban magistralmente en EL PAÍS Forges ("Tenemos hambre porque se nos comen... y viceversa", 22-9-04) y El Roto ("¡Apoyaremos el desarrollo del Tercer Mundo! Vale, pero no mucho, que luego nos quitan el petróleo", 9-10-04).

Sólo si somos capaces de reconocernos deudores del otro -sólo si, como dice Mate, aceptamos que "el otro lleva una contabilidad que no coincide con la nuestra"- podemos abrirnos incondicionalmente a la exigencia de prestarle nuestra ayuda. Es preciso un acto de valor (en su doble sentido, de valentía pero sobre todo, de decisión moral) para asumir los costes de la solidaridad desde el convencimiento de que unos derechos que no sean efectivamente universalizables no pueden ser considerados como derechos, sino como privilegios.

Así pues: ¡ánimo, señor Caldera! Procure que su Gobierno cumpla los compromisos adquiridos para luchar contra el hambre y la desigualdad, pero no deje de recordarnos (tanto monta) que a la hora de apechugar, o todos asumimos nuestra responsabilidad o no habrá nada que hacer. Salvo conmemorar, un año tras otro, días internacionales.

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