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Columna
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La noche (re)cortada

Los políticos de Madrid dan la sensación de no pasárselo bien. Ruiz-Gallardón conserva la estampa del empollón acribillado a bolitas de papel desde el fondo de la clase y Esperanza Aguirre recuerda a las madres pacatas que buscaban en sus hijos adolescentes rastros de tabaco en el aliento y revistas guarras debajo del colchón.

La imagen de nuestros gobernantes es paternal y adoctrinadora, casta y cabal. Reordenan la M-30, abren escuelas, blindan el carril-bus... gobiernan con la intención de que los madrileños vivamos más cómodos, tranquilos y ordenados, pero no de que nos lo pasemos bien. Para que los ciudadanos se sientan plenamente identificados con sus políticos, éstos han de velar por los intereses del electorado, entre los que ocupa un lugar muy importante la diversión.

El Ayuntamiento ha establecido una ordenanza que obligará el año que viene a los bares a cerrar media hora antes de lo estipulado para que los clientes vayan saliendo escalonadamente y no hagan tanto ruido en la calle. Las cinco asociaciones mayoritarias de bares de copas y salas de música, que aglutinan el 90% de los 5.000 locales de la capital, se han unido para protestar por esta normativa. Bajo el lema No más (re)cortes a la noche madrileña pretenden movilizar a más de un millón de madrileños editando carteles, chapas y camisetas que serán distribuidos en más de mil locales de ocio nocturno.

Madrid se está convirtiendo en una ciudad cada día más civilizada, peatonal y restaurada, más políticamente correcta, es decir, el lugar idílico para que un político y demás ciudadanos de su mismo corte sereno y aburguesado estén a gusto. Los scalextrics se convierten en glorietas, se amplía el Thyssen y el Prado, y se pretende ser la sede de lo que sea para promocionar la candidatura olímpica, pero apenas se tiene en cuenta la diversión de los jóvenes, o al menos la auténtica demanda de recreo que tiene que ver con la música y el alcohol, con unas prolongadas madrugadas de baile y desenfreno. Los jóvenes, quizá más que nunca, buscan en la noche un espacio propio donde ser los verdaderos protagonistas frente al mundo luminoso del día que les es hostil y ajeno, víctimas del trágico problema del empleo y la vivienda. En la añoranza en boga de los ochenta, se echa sobre todo de menos a un alcalde en sintonía con la gente que no se peina como él.

Parece que la política juvenil se centra básicamente en corregir malos hábitos, en proteger de peligros, en conseguir que cada vez más madrileños estudien más carreras absurdas. No hay ninguna complicidad con la juventud, no existe un guiño a las nuevas generaciones que observan perplejas la inocencia de las campañas antidroga que creen que el joven se coloca porque no sabe lo que hace; que ven cómo cada día está más proscrito comprar una cerveza o hacerse un calimocho en la calle. Crear alternativas de ocio para la juventud está bien pero, en el fondo, habilitar polideportivos para jugar al ajedrez y al balonmano los sábados por la noche delata una grave falta de comunicación, de sincronía entre la juventud y los políticos.

Tanto Esperanza Aguirre como Alberto Ruiz-Gallardón desempeñan políticas de prevención y castigo sin entender que muchas veces el joven no sólo necesita consejos y restricciones, sino ser comprendido. Muchísimos chavales, tras el cierre de los bares a las tres de la madrugada (una medida castradora para la gran mayoría), entran en locales semiclandestinos donde la policía no sospecha que continúa la diversión. Uno se siente un proscrito tomándose un cubata a más de cien decibelios un viernes a las cuatro de la madrugada por La Latina.

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Las advertencias o las prohibiciones de unos padres se acatan en la juventud con desagrado y resignación, pero en el fondo subyace la seguridad de que sus mandatos no guardan mala intención y que algún día se nos revelará su valía. El cariño y la experiencia son dos condiciones imprescindibles para el calado de las órdenes; sin embargo, los madrileños sentimos que nuestros políticos ni nos conocen, ni nos quieren, ni tienen la suficiente sabiduría para decidir sobre nuestro bien. Parece que su máxima preocupación es que no desordenemos sus días ni perturbemos sus noches, fabricar un Madrid donde siempre llegamos demasiado tarde.

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