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Columna
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La línea y el tacto

El escultor egipcio Yves Dana (Alejandría, 1959) muestra sus bronces y basaltos en la galería bilbaína Colón XVI (Henao, 10). Destaca por encima de todo la singular destreza para el tratamiento de los materiales. En cuanto a expresión artística se inclina por dos opciones. Una de tipo frontal -de dos únicas dimensiones-, y otra filiforme, de aguda estilización. En lo que atañe a la primera opción hay una carga muy grande de intencionalidad suntuaria y decorativa. La segunda opción juega con la ventaja que poseen todas las formas sumamente estilizadas; basta pensar en la pluma de una grúa, en los obeliscos, en las estirajadas farolas o en el mástil de una bandera para saber que cada uno de ellos siempre queda bien en el espacio.

Yves Dana no duda en inspirarse a través de formas del pasado de su país natal. Suena evocadoramente la paleta del rey Narmer, cuando no la piedra Roseta o determinadas formas extraídas del friso de las cobras de Saqqara. Quiere decirse que lleva al espectador hacia siglos o milenios atrás, aunque se sabe que lo evocado sólo es la apariencia del pasado. Huelga recordar, por tanto, que la atmósfera vivida en la exposición está impregnada de aromas afines a palimpsestos, estelas funerarias y a columnaje tanto dactiliforme, como lotiforme.

En algunas de las piezas de piedra le pierde el exceso de mimo en el tratamiento del material, al punto de acordarse demasiado de la materia, para olvidarse de la forma. No ocurre eso en la excelente escultura trabajada en basalto de Suecia (218 x 30 x 25 cm.), donde armonizan a la perfección lo artesanal -siendo roca volcánica, resulta a la vista maleable como la madera- con lo puramente espacial.

Por la escultura de bronce, titulada Le regard antérieur, conocemos mejor el mundo creacional de Yves Dana. Ha realizado esa escultura dentro del espíritu de Brancusi, con la introducción de elementos evocadores del pasado egipcio. Pese a la belleza formal de la pieza, se ponen en evidencia dos mundos opuestos. Al tiempo que Brancusi proyectaba sus esculturas hacia el futuro, es como si quisiera hacerle ver con ello al escultor egipcio que yendo hacia siglos pasado se pierde la ocasión de indagar sobre su propio tiempo. En una palabra, parece indicarle que debe ser en primera instancia un hombre hodierno.

Sea esta una manera de reflexionar válida o equivocada, respecto al artista en cuestión, lo que es seguro es que estamos ante un escultor lleno de matices, de vocación táctil, hacedor de líneas (busca perfilar nítidamente los límites), amante del juego de concavidades y convexidades, además de poseer una mano para la piedra que sería la envidia de los mejores canteros imaginables que por el mundo pululan.

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