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El debate sobre el terrorismo

La política antiterrorista del Partido Popular durante sus años de Gobierno tuvo aspectos indudablemente positivos. Eliminó toda esperanza de una negociación con el Estado, obligando a ETA a redefinir la estrategia que venían manteniendo desde el inicio de la democracia. Se atrevió con un asunto difícil y arriesgado como la ilegalización de Batasuna, con unos resultados que hoy pocos se atreverían a discutir. Llamó la atención sobre las innobles complicidades del nacionalismo democrático con ETA y su mundo. Y dio un protagonismo a las víctimas del terrorismo que los Gobiernos anteriores del PSOE habían pasado por alto.

Sin embargo, al igual que sucedió en otros ámbitos, esos éxitos envalentonaron al PP para ir mucho más lejos, perdiendo la perspectiva y cometiendo algunos errores de bulto. Así, llegó un momento en el que el acoso al nacionalismo vasco se volvió contraproducente políticamente, reforzando la hegemonía del PNV. Igualmente, lo que comenzó siendo una atención necesaria a las víctimas, con el tiempo pasó a ser una penosa instrumentalización electoral contra la oposición. Y el entonces presidente Aznar dilapidó el capital acumulado tratando de justificar la invasión de Irak en términos de política antiterrorista. El proceso culminó cuando el PP y los medios de comunicación que le profesan simpatía decidieron echar la casa por la ventana tratando de confundir a la opinión pública en los días posteriores al 11-M. Pareció que valía todo, que se podía utilizar la carta de ETA para que no peligrara el Gobierno. Aquello fue una manipulación indecente del terrorismo de ETA y sus víctimas cuyas consecuencias todavía está pagando el PP.

Como consecuencia de estos excesos, Aznar, su partido y ciertos intelectuales y ensayistas de la derecha han utilizado su firmeza contra el terrorismo para justificar 'sin complejos' tesis que no son siempre razonables. Y lo que es peor: han tratado de blindar dichas tesis sugiriendo que quien no las comparta lo hace movido por cierta complicidad inconfensable con la violencia, complicidad que deriva en última instancia de un izquierdismo trasnochado. De lo que se trata, a mi juicio, es de rebajar la carga ideológica que acompaña a este debate. Si lo que buscamos es combatir el terrorismo, al margen de los réditos políticos de ese combate en el corto plazo, lo primordial es entender adecuadamente su naturaleza, para lo cual los planteamientos doctrinales y las convicciones exageradas no son el mejor punto de partida.

Ante todo, hay que subrayar que no todos los terrorismos son iguales, pese al empeño de algunos en afirmar lo contrario. Una política antiterrorista eficaz ha de tener en cuenta esas diferencias. No es lo mismo luchar contra el terrorismo nacionalista que contra el terrorismo revolucionario o religioso. Importa también conocer sus distintos grados de apoyo popular, así como el tipo de acciones que llevan a cabo (si son indiscriminadas o no, por ejemplo). Y es necesario tener en cuenta las circunstancias del conflicto en cada caso, no hay por qué limitarse a soluciones esquemáticas de aplicación universal. Cabe oponerse a cualquier tipo de negociación con ETA mientras se apuesta por la negociación entre israelíes y palestinos. No es una posición contradictoria. Depende, para ponérselo fácil al adversario, del análisis concreto de la situación concreta.

Algunos, no contentos con afirmar que todos los terrorismos son iguales, van todavía más lejos y niegan que el terrorismo tenga causas. Como si por reconocer que las tuviera se justificasen sus acciones, o no se pudiera llevar a cabo una política de firmeza. Si no es por ese temor, no se entiende que alguien pueda llegar a decir una cosa así. El terrorismo, como las guerras, como los golpes de Estado, como cualquier otro fenómeno político, tiene sus causas, lo cual no quiere decir que el terrorista no sea responsable de sus actos, ni que sus acciones sean admisibles. El error contrario al de negar las causas consiste en una visión ingenua en la que el terrorismo es consecuencia automática de la miseria y la opresión. Pero para refutar ese simplismo no hace falta irse a la posición extrema que hace del terrorismo algo incomprensible, algo que nos viene dado como una catástrofe natural.

A veces se apunta que el terrorismo se explica por el fanatismo de sus practicantes, no por sus 'causas'. Está claro que sin un cierto fanatismo nadie empuña las armas para asesinar a sangre fría. Que yo sepa, nadie nunca ha cuestionado algo tan obvio. Pero eso no es una explicación del terrorismo. Es tan sólo una descripción distinta del mismo fenómeno. Las condiciones o las causas del terrorismo no están en la desigualdad económica o en el fanatismo. Deberíamos reconocer que el debate es un poco más complejo. De lo que se trata es de llegar a entender las razones políticas por las cuales el fanatismo no se distribuye azarosamente en el mundo. Nadie duda que los terroristas de Hamás sean unos fanáticos. Pero no habrían crecido ni sobrevivido si no fuera porque el fanatismo es muy común en Palestina, mientras que apenas se da en lugares más tranquilos, como Suiza, pongamos por caso. Al fanatismo de Hamás ha contribuido cierta ideología islamista perversa, pero también la represión de Israel. Una política inteligente consiste en reforzar las medidas de seguridad al máximo, pero también en evitar la represión indiscriminada, que sólo produce mayor polarización, y en reforzar las posiciones moderadas, para poder aislar socialmente a los grupos más radicales.

El terrorismo se transforma en una amenaza seria cuando consigue cierta implantación social. Pensemos en la secta japonesa que diseminó el gas sarín en el metro de Tokio. Aquellos tipos no estaban en sus cabales y nadie les secundó. Era un problema estrictamente de seguridad. El terrorismo es, por desgracia, bastante diferente en la medida en que cuenta con un cierto grado de apoyo social. Hay que entender las causas por las que se produce ese apoyo, para lo cual no sirve remitir-nos genéricamente al fanatismo. Por qué en su momento estudiantes, intelectuales y ciertos segmentos de la clase trabajadora apoyaron el terrorismo revolucionario en Italia; por qué ETA consiguió sentar las bases de su posterior desarrollo durante la dictadura; por qué el IRA Provisional apareció a los ojos de los católicos como una defensa frente al acoso protestante, en un sistema político en el que eran una minoría permanente y en el que no se sentían protegidos por el Estado británico; por qué muchos palestinos son partidarios de las misiones suicidas y del asesinato de civiles; etcétera.

Identificar las causas del terrorismo, y entender sus estrategias, no implica que tengamos que acceder a sus demandas, ni siquiera que tengamos que entrar en su juego. Renunciar a estudiar las causas, refugiándonos solamente en nuestras propias convicciones, como si éstas fueran suficiente guía para combatir el terrorismo, nos conduce a soluciones incorrectas. Como la de Irak. Hay que huir de explicaciones tópicas como la desigualdad o la injusticia. Esas explicaciones pueden incluso contribuir a aumentar la legitimidad del terrorismo. Pero hay que huir también de las nuevas certezas de la derecha sobre el terrorismo, cuyas consecuencias están bien a la vista. Han conseguido que Irak sea hoy el principal centro de actividad terrorista del mundo.

Ignacio Sánchez-Cuenca es profesor de Sociología de la Universidad Complutense.

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