La ausencia del embajador de EE UU en la Fiesta Nacional evidencia el distanciamiento
Argyros alega "problemas de transporte" para no acudir a la recepción ofrecida por los Reyes
El distanciamiento entre el Gobierno español y la Administración de EE UU quedó ayer patente con la ausencia del embajador estadounidense en Madrid, George Argyros, en los actos conmemorativos de la Fiesta Nacional. El embajador no sólo faltó al desfile celebrado en la plaza de Colón, sino también a la posterior recepción que ofrecieron los Reyes en el Palacio Real, a la que asistió la mayor parte del cuerpo diplomático. La Embajada de EE UU en Madrid alegó que "problemas de transporte" impidieron al embajador acudir a la recepción, aunque se encontraba en España.
La ausencia del embajador Argyros en una conmemoración tan señalada como la Fiesta Nacional de España no pasó inadvertida. En un momento en que las relaciones entre Madrid y Washington se caracterizan por la frialdad, el gesto se interpretó en clave política. La excusa esgrimida tampoco ayudó a otra cosa. Fuentes de la Embajada de EE UU en Madrid dijeron que el embajador Argyros se encontraba en España, pero "problemas de transporte le impidieron llegar a tiempo a Madrid".
El embajador, añadieron dichas fuentes, no tenía previsto acudir al desfile, en el que su puesto en la tribuna fue ocupado por miembros de la agregaduría militar estadounidense, pero sí al Palacio Real, donde su presencia resultaba inexcusable.
El último malentendido lo produjo la decisión del Ministerio de Defensa de no invitar a fuerzas estadounidenses a participar en la parada militar, como en los últimos años. En 2001, un grupo de marines enarboló la bandera de las barras y estrellas, en solidaridad por el 11-S. Y hace un año, militares estadounidenses desfilaron junto a polacos y centroamericanos, en representación de los ejércitos con los que España colaboraba en Irak.
No había ningún motivo para repetir este año la invitación. El ministro de Defensa, José Bono, afirmó el pasado día 5 que EE UU es un país "amigo y aliado", pero que España ya "no se pone de rodillas a las órdenes de un Gobierno extranjero, sea el que sea". El jefe del Estado Mayor de la Defensa, el general Félix Sanz, se puso en contacto con la Embajada estadounidense para evitar que la decisión se interpretase como una muestra de desprecio.
El portavoz de la Embajada de EE UU se limitó a señalar ayer que "otros años estuvimos invitados [a participar con tropas en el desfile] y lo agradecimos. Este año no se nos ha invitado".
Este desencuentro no es el primero. La Administración de Bush no ocultó su malestar por la retirada de las tropas españolas de Irak, la primera decisión que adoptó Zapatero tras asumir el cargo, y tampoco le gustó que el 9 de septiembre invitase a otros países a seguir su ejemplo.
Ayer, las únicas banderas que desfilaron por Madrid junto a la española fueron la italiana y la francesa. El presidente del PP, Mariano Rajoy, se puso en pie al paso de ambas, al contrario de lo que hizo Zapatero hace un año ante la enseña estadounidense.
La primera la llevaban representantes de la unidad anfibia hispano-italiana y la segunda iba al frente de 48 miembros de la Segunda División Acorazada francesa, heredera de la División Leclerc, de la que formaron parte los republicanos españoles que participaron hace 60 años en la liberación de París de los nazis.
Cuatro republicanos de la División Leclerc integraron el cortejo que acompañó al Rey en la ofrenda floral a los caídos. Con ellos iban veteranos de la División Azul, familiares de víctimas de ETA y del 11-M, la viuda del policía muerto en la explosión con la que se suicidaron terroristas islamistas en Leganés, la madre del periodista Fernando Ortega (muerto en Haití), parientes de los agentes del CNI asesinados en Irak y de los fallecidos en el accidente del Yak-42. Cuando se preguntó a Zapatero por la polémica presencia de veteranos de la División Azul, replicó que lo "histórico" del desfile era la invitación a militares republicanos.
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