Una pregunta

El señor Rajoy y sus portavoces comienzan a dar miedo. A sus permanentes gestos adustos, sus intranquilizantes sonrisas despectivas, sus palabras infaustamente destructivas, su pose de desalojados de una dehesa coto de caza propiedad privada, ahora añaden terminología de conspiradores. Asocian comportamientos, de un Gobierno legítimamente en el poder, con periodos previos a un golpe de Estado siniestro. Piensan como frustrados, como envidiosos. Uno ya no sabe si esconderse, si escaparse o si renunciar, desesperado, a su condición de españolito, y comprende, de un modo tristísimo, que ser español sigue siendo un castigo.

Si la democracia es esta situación vital colocada en un paréntesis entre guerras civiles, si la oposición es estar permanente y constantemente en contra, sin reconocer ni una sola vez y jamás nunca una sola gestión de los opuestos, uno pierde la fe en la inteligencia, en la concordia y hasta en la deportividad.

Pero de paso, a uno se le ocurre una pregunta: ¿es que entre los millones de votantes del PP no hay nadie que sienta vergüenza ante todos estos gestos y palabras? ¿Es que, de verdad, hay dos Españas irremediablemente enfrentadas la una a la otra y una ha de ser, necesariamente, de enfadados?