Sí, pero...
En estas páginas se ha recordado hace poco la famosa adversativa de Giscard a De Gaulle en referencia a la ampliación de la Unión Europea. Pero el primero se refería a la política interior de su país y aquel famoso "Sí, pero..." puede hoy ser aplicado a la española.
Frente al juicio de la derecha, el Gobierno actual no es débil e inestable. Será bastante estable mientras perdure el recuerdo de la mayoría absoluta derechista. Los conservadores abusaron tanto y de forma tan insensata que darán durante mucho tiempo motivos para justificar al Gobierno en la pura rectificación. Pero se trata también de un Ejecutivo que ya merece la pena contemplar en lo que tiene de criticable. Y no hay que referirse sólo a las contradicciones o a los rasgos de bisoñez. Se citarán aquí tres cuestiones concretas, importantes en todo caso.
No hay aspecto de la política gubernamental objeto de tanta irrisión por parte de la oposición como el talante (o estilo, como sería mas oportuno denominarlo). Pero ha sido netamente positivo. Lo que hay que hacer es mantenerlo y afinarlo. Al mismo tiempo, se deben reconocer sus peligros, en que ha caído ya en más de una ocasión. A menudo está amenazado por una versión simplificadora de la contracultura del 68, la vaporosidad o el angelismo. A veces se adorna con la simple renuencia a aceptar un problema como tal o se resuelve con el oxímoron blandengue, superposición de obviedades contradictorias. Santayana escribió acerca de William James que era "tan sumamente natural que no había manera de saber cuál era su naturaleza ni qué esperar de él". Algo así podría valer para algunas declaraciones gubernamentales. A veces da la sensación, sobre todo en política exterior, que en vez de proponer soluciones se vuelve al inicial y repetitivo planteamiento del problema. Así sucede con la cuestión del Sáhara o del choque de civilizaciones.
El Ejecutivo parece interesado en cambiar el modo de vida de los españoles más que en las grandes reformas sociales. Esta actitud tiene la ventaja de que no cuesta desde el punto de vista presupuestario, pero puede provocar, si tienta la imprudencia, a una mayor división de la sociedad. Lo deseable en esta materia sería llegar a soluciones moderadas y consensuadas, como en el caso del maltrato doméstico. El texto inicial del Gobierno resultaba inapropiado. La crítica más acerba la hizo el Consejo de Estado; en ella se adivinaba la inteligencia irónica de su presidente. En la regularización legal de los derechos de los homosexuales se ha avanzado casi hasta llegar a un consenso. Sobre la adopción, en cambio, existe disenso y cabría llegar a un acuerdo. Como mínimo habrá de admitirse que la experiencia y la difusión de la fórmula propuesta son tan escasas que bien merecería la pena una moratoria. Finalmente, respecto a la educación religiosa en la escuela cabe pensar que han existido dos desmesuras sucesivas, por emplear un término utilizado por un obispo español. El PP patrocinó un cúmulo de cesiones que explica la reacción posterior. Hay que avanzar en la desconfesionalización del Estado, incluso por motivos religiosos. Pero la asignatura de religión, para quienes la deseen, debiera figurar en el horario lectivo normal y con calificación, aunque no tuviera efectos académicos. Eso es, quizá, lo que desean la mayoría de los padres.
En tercer lugar, en materia de regeneración política se ha avanzado todavía poco y ha habido muestras de peligroso sectarismo. La televisión pública ha mejorado, sobre todo en comparación con la temporada anterior y con la Telemadrid actual. Al Poder Judicial se le ha dado una última oportunidad para la despolitización. Pero subsisten los problemas. El propósito de incrementar la financiación de los partidos mueve a serias dudas, la comisión del 11-M ratifica el bajo nivel de la democracia española y el sectarismo impera cuando parece imprescindible relevar a la mitad de los directores de las cárceles españolas. Pensemos qué supondría eso aplicado a la administración cultural.
No se puede sobrevivir de las rentas de haber echado a Aznar. El actual Gobierno y sobre todo los españoles merecen bastante más. Ahora es el momento de decirlo.
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