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Nina Ricci y Rabanne afianzan nuevos talentos en sus casas

Mucho 'look' chica buena y sutil sensualidad

La semana de la moda de París con las propuestas de la primavera-verano 2005 llega hoy a su fin. Han sido días intensos y coloristas; variados y hasta contradictorios. De una parte, casas de tradición y solera han continuado la apuesta por los nuevos nombres emergentes; de otra, el peso de John Galliano, Jean Paul Gaultier o Valentino Garavani afirman el reverdecimiento del poder de la capital de la moda en un mundo que se pregunta por la sombra de la recesión y los resultados de ventas.

En las jornadas finales de los desfiles parisinos se ha verificado el afianzamiento de la savia emergente como Lars Nilssson en Nina Ricci o Rosemary Rodríguez en Paco Rabanne. Lanvin y Kenzo también tienen nuevos nombres, aceptando la renovación de los equipos de diseño como la imperiosa necesidad de los tiempos y del mercado, también es el caso de Naoli Takizawa en Miyake o Stefano Pilate en Ives Saint-Laurent.

Lars Nilsson hacía su tercer desfile para Nina Ricci y eso ocurrió felizmente en un marco tan inesperado como potente: la gran biblioteca dieciochesca del Museo Nacional de Historia Natural, un edificio del siglo XVIII de gran pureza neoclásica que desde el peralto de sus columnas respira el espíritu de la Ilustración. Y si algo ha sido el desfile del joven estadounidense de origen nórdico es que ha sido ilustrado, reflejando buena cultura profesional, gusto y un tono de discreto encanto a base de una gama suave y delicada a la vez, de rosas, marfiles y marrones, solos o combinados entre sí para conseguir volúmenes. Usó un estampado floral de crisantemos chinos, tejidos complejos, dobles de texturas y superposiciones (encaje flamenco sobre tafeta, por ejemplo), punto ligero, faldas a la rodilla que a veces se abren bajo la cadera, manguitas globo que recrean el perfil de las niñas buenas, pero con algo de escote y una línea de recato que no elude un lujo de voz baja: bordados de lentejuelas de nácar o hileras de brillo en vertical. Sus constantes fueron un cinturón japonés de tela plisada, calzado al tono, muy elegante, y el uso de la tijera dentada para dejar cantos vivos en zigzag. Rosemary Rodríguez también era la tercera vez que se enfrentaba al exigente público del Carrusel del Louvre con su franqueza y orgulloso acento español, algo que exhibe en el habla y los gestos; también ella reafirmó su calidad y su independencia. Respeta al padre, pero la umbilicalidad es cosa pasada (Paco Rabanne en persona, gentilmente, presenció este desfile en primera fila: algo sin precedentes aquí entre los grandes a la dolorosa hora de pasar el testigo). Así empezó Rosemary con pitón rebajado en apenas dos salidas safari para pasar a mucho estampado, del floral al cashemire inglés sobre gasa, apoyadas estas prendas ligeras por grandes cinturones de aire étnico resueltos siempre con la técnica de engarzado metálico de Rabanne o pectorales que recordaban las culturas arcaicas griegas. Ese recuerdo protohelenístico y solar también está en los vestidos fruncidos, el algodón blanco, las camisas y las faldas sueltas, túnicas playeras a lo Janice Joplin; se acentuó la colección de baño con la fantasía del tricotado y el crochet y el exotismo llegó hasta un ruedo con medallitas zíngaras. Hay que citar en esta marca renovada el piqué perforado, el carey y el plástico junto al metal en los clásicos de la casa y el crochet salpicado de lentejuelas gigantes pendulares.

El tiempo de las grandes provocaciones es cosa pasada en la moda contemporánea. Aquellos desmadres o descoques han dado lugar a dos tendencias muy claras y más realistas dentro del lujo: el de las niñas buenas o el de la sensualidad gentil y controlada. En ambos, mucha suavidad, gamas que se aclaran, largos rodilleros, pieles tratadas en el grosor y el color y el ya apuntado regreso del algodón, que, dicho sea de paso, no engaña a nadie con su modestia y valor.

La prensa especializada internacional, traída a París en bloque por las grandes corporaciones del sector, se ha mostrado unánime ante la imaginación rupturista de Alexander McQueen, la constante innovación deconstruida de Rick Owens (tanto en su hombre como en su mujer) y en la fuerza expresiva y singular del gibraltareño John Galliano.

Una de las creaciones de Nina Ricci para la primavera-verano 2005.
Una de las creaciones de Nina Ricci para la primavera-verano 2005.EFE

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