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LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
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Perder un congreso

Josep Ramoneda

EL PP HA PERDIDO su congreso, confirmando de este modo que los principales enemigos de los partidos políticos acostumbran a ser ellos mismos. El anterior congreso del PP, el de la elevación a los cielos de Aznar, después de su renuncia a volver a ser candidato, fue calificado en los días posteriores como un congreso triunfal. Y tuvieron que pasar varios meses para que se comprendiera que había sido letal para el PP, porque Aznar perdió definitivamente el sentido de la realidad y, convencido de que ya sólo la historia podía juzgarle, llevó a su partido al desastre. La novedad del congreso del pasado fin de semana es que se ha visto que era un fracaso desde el primer momento.

El liderazgo de Mariano Rajoy ha salido más debilitado de lo que entró. ¿Por qué? Porque el congreso fue por derroteros absolutamente contrarios a lo que él proclamaba y ha seguido proclamando después. Rajoy ha insistido en que para él sólo cuenta el futuro, y, sin embargo, el XV Congreso ha girado en torno al pasado con el resentimiento de Acebes y el ego rabioso de Aznar como protagonistas, empeñados en salvar su honor aun al precio de hundir a su propio partido. Rajoy ha hablado de la renovación necesaria, pero en lo ideológico ha sido un congreso plano y repetitivo, en el que los intentos de autocrítica de Ruiz-Gallardón o los esfuerzos de Piqué para ampliar tímidamente el espacio de lo posible no encontraron eco alguno. En fin, difícilmente se puede hablar de renovación de personas cuando Ángel Acebes y Eduardo Zaplana, que, junto con Aznar, son los tres iconos del desencuentro entre el PP y la ciudadanía que les condujo a la derrota, siguen en puestos decisivos.

El propio Mariano Rajoy dio en la clave al ofrecer una excusa que nadie le había pedido: "No me recomienda nadie. Soy yo el que os pide que confiéis en mí". La realidad no puede cambiarse: fue Aznar el que le señaló como sucesor. Y éste es el pecado original con el que carga el presidente del PP. El XV Congreso ha sido la prueba de que Mariano Rajoy no tiene capacidad para desmarcarse de su padrino. Y el congreso fue como quiso Aznar y no como quiso Rajoy. Lo cual estaba escrito desde el momento en que Rajoy aceptó a Acebes como secretario general. En democracia, los cargos se han de ganar, no se han de heredar. Los exiguos nueve votos de ventaja con que Zapatero ganó en su día la secretaría general de su partido le otorgaban de hecho una legitimidad suplementaria mayor que el 98,37% ciento con que Rajoy ha sido elegido presidente del PP. Es la diferencia entre una competición democrática y una aclamación. También en política matar al padre es el camino a la madurez y a la autonomía. Y Rajoy no ha sido capaz de hacerlo.

El gran mérito de Aznar es haber unificado a la derecha española en un solo partido. Pese a ello, el acceso al poder fue extremadamente laborioso. Se necesitó que el PSOE estuviera atrapado en la malla del GAL y de la corrupción para que la derecha pudiese llegar al poder. Y sólo ganó por la mínima. Como todas las encuestas demuestran, la derecha es minoritaria en este país: la ciudadanía se sitúa en el centro-izquierda. Es necesario un desastre de la izquierda como en el 93-96 para que la derecha gane.

El poder es un imán muy fuerte que ayuda a mantener juntos el voto conservador no ideológico -la persona que tiende a votar al que gobierna-, el voto conservador radical, el voto de ultraderecha, el voto liberal, y el voto pragmático y ocasional. Pero, desde la oposición, recuperar el voto viajero de los electores polivalentes que decide las elecciones es complicado. Desde que, con la guerra de Irak, Aznar se dio cuenta de que el PSOE le pisaba los talones, optó por la estrategia defensiva: asegurar el voto de los fieles. Ideologizó al máximo su política y apostó por la estrategia del miedo, que ahora protagoniza Acebes. Con lo cual hizo el pleno de los incondicionales, pero perdió a los demás. Rajoy tiene el encargo de recuperar el terreno perdido. Pero su padrino le impone una condición: el orgullo del pasado. Y lo hace desde la irritación del perdedor que, incapaz de asumir su error, busca presentarse como víctima. Mientras el PP persista en este discurso tan ajeno a la realidad, de poco sirve que Rajoy diga que sólo le interesa el futuro.

Rajoy y Michavila, en el congreso del PP.
Rajoy y Michavila, en el congreso del PP.

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