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Mafalda está preocupada

A raíz del reportaje que emitió TV-3 en Els matins sobre la prostitución en la calle de Quintana -prostitución que ha desaparecido gracias a la denuncia televisiva-, he tenido ocasión de reflexionar, en televisión, sobre la libertad y sus límites. Y también sobre la pésima relación que el progresismo establece con esos límites: prostitución callejera, top manta, drogas en los after hours, mafias extranjeras y actuación policial, etcétera. La realidad, que tiene una tendencia casi sádica a la tozudez y que esta vez ha querido mostrarnos una de sus caras más crueles, nos ha proporcionado un nuevo motivo de debate. El macabro asesinato de dos jóvenes policías a manos, presuntamente, de un preso convicto por delitos sexuales que estaba gozando de un permiso penitenciario pone sobre la mesa, abruptamente, el tema de la reinserción. Oí la entrevista que Josep Cuní hizo a la consejera Tura sobre esta cuestión y, a pesar de la notable valentía e inteligencia de Tura, la incomodidad de la consejera fue muy perceptible. "El progresismo no pone en cuestión la idea fundamental de la reinserción (...). Este tema abre muchos debates". No sé, no contesto, quizá tendríamos que replantear algunas cosas... Calculada ambigüedad para una notoria incomodidad ideológica. De hecho, la actitud mayoritaria en la cultura de izquierdas, cuando hablamos de prostitución, mendicidad, prisiones, actuación policial, todo aquello que tiene que ver con los viejos conceptos vinculados a la seguridad y al orden.

La idea de orden incomoda a la izquierda; urge revisar algunos conceptos demonizados

El concepto de orden incomoda a la izquierda. Y por supuesto, heredera de las épocas en que la calle era de Fraga y la libertad de cada cual estaba en manos de la libertad del régimen para pisotearla, la izquierda siempre se relaciona mal con el verbo prohibir. Sin embargo, creo urgente hacer una revisión sobre algunos de estos conceptos demonizados, cuya bondad tiene que ver con las cosas realmente importantes. La democracia se garantiza no sólo por aquello que permite, sino especialmente por aquello que prohíbe, y como dijo alguien, la ley nos hace libres. Además, de la misma forma que no entiendo por qué el glamour tiene que ser de derechas, tampoco entiendo por qué tiene que serlo el orden, la familia o la seguridad. Muy al contrario, sólo una visión solidaria de la sociedad puede garantizar un orden estable. A partir de esta convicción, esbozo algunas reflexiones impertinentes. La primera, que hay que comenzar a reivindicar el concepto de seguridad con la boca grande y, en consecuencia, hay que dejar de militar en la moda arraigada del desprecio policial. La seguridad es importante para el bienestar social y el debate no está en su necesidad, sino en qué políticas defendemos para garantizarla. Temas como las mafias de la prostitución, que alegremente campa por las calles de nuestras ciudades (¿son ciertos los datos de la Jefatura de Policía que aseguran que hay alrededor de 300.000 mujeres ejerciendo la prostitución callejera en Cataluña?), o el aumento de las drogas entre los jóvenes, ante nuestra notoria pasividad, son cuestiones que plantean la salud moral de una sociedad. Existe un liberalismo que milita con la convicción de que la prostitución es comprensible o de que la cuestión de la droga es una cuestión individual. Muy al contrario, reclamo la visión contraria: la prostitución es incomprensible y, por supuesto, terrible. Y la droga es un problema colectivo. Especialmente cuando se convierte en la reina de las fiestas de nuestra adolescencia.

En este contexto de reflexión, la realidad nos llega salpicada de sangre y nos reabre el debate sobre cárceles, permisos y reinserción. Y vuelta a la incomodidad progre, a la sensación de que sólo la derecha se atreve con según qué revisiones, que hay debates que no formulamos en voz demasiado alta. Lo cierto es que lo que ha ocurrido esta semana con estos dos asesinatos es una vergüenza colectiva. Lo cierto es que tenemos una ley que equipara, en términos de permisos, a un estafador con un violador, cuando los delitos sexuales son de otra naturaleza. Lo cierto es que una junta de tratamiento dio dos permisos a un condenado por delito sexual y que éste, en los dos permisos, violó. En el segundo, mató. Lo cierto es que esa junta puede que tenga una ley, puede que sea "comprensiva" con los chicos buenos que se portan bien en la cárcel, puede que tuviera demasiado trabajo, puede lo que quiera, pero ha actuado fuera de toda lógica y, sobre todo, fuera de toda prudencia. Y el resultado ha sido la muerte. Lo cierto es que sólo nos preocupan estas cosas cuando tenemos un titular con sangre, pero la memoria es corta. Lo cierto es que queremos creer y creemos en la reinserción, pero ¿qué tiene que ver la reinserción de un preso con la conducta criminal de un pervertido sexual? Y lo cierto es que la consejera titubeó, habló de la reinserción como un bien supremo y, aun si cambia finalmente la ley, demostró que hay conceptos que continúan siendo incómodos en el catecismo de la izquierda políticamente correcta. Para acabar, lo diré con cierta provocación: el orden, la seguridad, la policía, la cárcel, no son de derechas. Garantizarlos no significa traicionar ningún ideario de progreso. Garantizarlos significa garantizar el progreso.

Pilar Rahola es escritora y periodista.

www.pilarrahola.com

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