Pancho Villa, balas y lágrimas
Hace ya bastantes años, el gran actor mexicano Ignacio López Tarso ofreció en Madrid un recital de corridos. Uno de ellos narraba una aventura surrealista en la que Pancho Villa, con su caballería, cercaba a la aviación de los gringos, o cosa parecida. "¿Y cómo pudo haber sido eso?", se preguntaba el letrista. La respuesta era tajante: "¡Porque Pancho Villa tenía lo mero principal!".
Lo mero principal en Pancho Villa, de verdadero nombre Doroteo Arango, era una asombrosa combinación de violencia y de astucia, salpicada de explosiones de emotividad. Después de robar en su juventud, mataba a destajo, ponía en práctica imaginativos montajes para engañar al enemigo, y a veces lloraba. 'De bandido a redentor', tituló Enrique Krauze su nota sobre Villa en su libro Biografía del poder. Caudillos de la revolución mexicana.
RETRATO AUTOBIOGRÁFICO, 1894-1914
Pancho Villa
Edición de Guadalupe
y Rosa Helia Villa
Taurus. Madrid, 2004
355 páginas. 22,50 euros
Encarnó al mismo tiempo la brutalidad y la utopía populista contenidas en la revolución mexicana, y por lo primero su recuerdo quedó bastante empañado. En el callejero y en la lista de estaciones de metro de la capital azteca encontramos naturalmente a Zapata y a Madero, a Pino Suárez, pero Villa está sólo presente a través de la unidad militar que mandó, la División del Norte.
Las memorias de Villa, dic-
tadas a su asistente Manuel Bauche, habían sido utilizadas y publicadas parcialmente por Martín Luis Guzmán, un extraño tipo que anduvo por Madrid en la Segunda República, actuando como mandamás en El Sol durante la etapa azañista del diario. Ahora nos llega su texto íntegro, preparado por dos historiadoras, que además son nietas del revolucionario, Guadalupe y Rosa Helia Villa. La pulcritud de la edición se beneficia de ello; no así el planteamiento crítico que a estas alturas debiera presidir toda aproximación a un personaje tan contradictorio.
Para Villa, en el principio es-
taba la acción. Su crónica autobiográfica reproduce el ritmo de los episodios narrados, que culmina con la famosa toma de Ciudad Juárez. En este sentido, Villa cabalga de nuevo. Su discurso se atiene a los tópicos del machismo mexicano. Es "un hombre de principios", tiene sin duda "lo mero principal" y es capaz de meterle una bala entre ceja y ceja a aquel que le incomode. Manda a entrevistarse con Lucifer a unos pobres soldados federales a quienes sorprende y llora con quien va a mandar su pelotón de ejecución, logrando que el verdugo se conmueva y se rodee de mediadores que arrancan el perdón del general Huerta. Y al agradecer a éste su gesto, vuelta a llorar.
Claro que otras veces abraza al adversario y luego se lo piensa, decidiendo fusilarle. Al mismo tiempo, es capaz de esbozar una crítica lúcida del porfiriato y de reconocer su propia impotencia política, a partir de un razonamiento primario. A título personal, es desinteresado y quiere a los pobres y a los niños. Sueña con un México sembrado de colonias militares agrarias.
En suma, fue una versión mexicana de nuestros bandidos generosos, sólo que metido a revolucionario. Era la bondad empapada de sangre.
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