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Propuesta revolucionaria

Si la propuesta que ha formulado el arquitecto británico George Ferguson triunfa un día entre nosotros, nuestras ciudades se convertirán en unos lugares más agradables de lo que son en la actualidad. No es probable, desde luego, que de aplicarse estas medidas se circule con mayor comodidad, ni que los exiguos pisos que habitamos aumenten milagrosamente de tamaño. En cambio, nuestro espíritu lo agradecerá. Aunque para algunas personas los problemas del espíritu carecen de importancia, otros muchos, en cambio, anhelamos un mayor confort espiritual. ¡Lástima que a nuestros gobernantes les cueste reconocerlo!

Frente a la obsesión que muestran tantos arquitectos por preservar cualquier edificio con unos años de antigüedad, la iniciativa de Ferguson puede considerarse revolucionaria. Propone el arquitecto derribar aquellas construcciones que presenten una estética deficiente y entorpezcan la armonía que debe presidir toda ciudad. Ferguson sostiene que nuestra calidad de vida se ve afectada, de manera muy directa, por la arquitectura que nos rodea. Es una opinión con la que estoy totalmente de acuerdo. Más de una vez, paseando por las calles de Alicante, he pensado que el creciente malhumor que se advierte en el alicantino se debe a esta causa. La mala arquitectura puede resultar tan irritante como una corriente de aire o el claxon de un automóvil accionado por un conductor nervioso.

Dado que Ferguson es el presidente del Real Instituto de Arquitectos Británicos, su iniciativa ha sido acogida con absoluta seriedad entre sus compatriotas. Conociendo el carácter británico, no podía suceder de otra manera. Entre nosotros, sin embargo, es improbable que la sugerencia del arquitecto inglés alcance la misma consideración. Sin contar, además, con la dificultad económica que supone el proyecto, ya que se trata de una idea muy cara, sólo apropiada para países ricos. Pero, sobre todo, veo muy difícil que el proverbial corporativismo de nuestros profesionales permitiera decidir qué edificios deberíamos entregar a la piqueta. La idea, no obstante, me parece magnífica y daría gran brillantez a muchas de nuestras ciudades, envilecidas por la mala calidad de la construcción.

No cabe duda que a una ciudad como Valencia, la propuesta de Ferguson le sentaría estupendamente. Permitiría aliviarla de algunos de los armatostes que se han edificado durante los últimos años, cuando el mal gusto de los gobernantes alentó las construcciones espectaculares. La belleza de la ciudad se vería favorecida sin la presencia de estos edificios que, por su exceso de carácter, ya han comenzado a envejecer. Sin embargo, no es presumible que se acepte esta idea y, por el contrario, se insista en destruir un barrio tan interesante como El Cabanyal.

Si los planes de Ferguson resultarían excelentes aplicados a Valencia, no los considero, en cambio, oportunos para Alicante. No porque Alicante carezca de edificios con méritos suficientes para ser derribados sino, precisamente, por la abundancia de los mismos. Cualquier persona que conozca la ciudad sabe que una de sus características más singulares es la deficiente arquitectura que ha producido. Nos veríamos obligados a derribar tal número de construcciones que, de descuidarnos, arrasaríamos media población, lo que quizá resultara excesivo para los alicantinos.

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