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Fieles a sí mismos

Comprensiblemente, el grueso de la atención informativa y analítica volcada sobre el 15º congreso del Partido Popular se centró en las aristas más cortantes, en los pasajes más agrios y estridentes de la oratoria de sus líderes. Y a fe que hubo donde escoger. Desde esa terminología rancia y cainita con la que Esperanza Aguirre abrió el comicio aludiendo a "los españoles de bien" para referirse a los suyos, hasta los hiperbólicos y generales elogios -rayanos en el culto a la personalidad- a la figura y la obra de José María Aznar. Desde la descalificación frontal del "desgobierno socialista"-tachado de "Gobierno de opereta" que "no da la talla", portador otra vez de "paro, despilfarro y corrupción" más "debilidad y radicalismo"- hasta ese victimismo impostado al que el brain trust de la derecha parece confiar la recuperación del terreno perdido. Vean una pequeña antología: el único proyecto del PSOE es enterrar "todos los valores, todos los principios, todos los proyectos que han sido la referencia de gobierno del PP", "lo urgente para ellos es que nos perdamos, nos diluyamos, nos dividamos", es "el linchamiento político de José María Aznar" (Jaime Mayor Oreja); "lo que quieren es aislar al PP", "quieren que no quede ni el recuerdo de nuestra etapa de gobierno. (...) Y para ello todo vale, la mentira, la calumnia, la insidia o la difamación" (Eduardo Zaplana); las movilizaciones previas al 14 de marzo fueron "una práctica patológica y perversa de la política", "Zapatero esconde un revanchismo sin precedentes", "no vamos a tolerar un día más la represión política contra el PP" (Ángel Acebes); "persiguen a Aznar, lo acosan" (Mariano Rajoy).

Tal vez a usted, lector con memoria, le parezca chocante que quienes gobernaron desde la criminalización sistemática del que discrepaba y pusieron la ley a los pies de su mayoría absoluta se sientan ahora víctimas de una "represión política". Pero no se precipite, porque hay más. También se oyó a Acebes lamentarse de que, tras el cambio, "las purgas políticas no se han hecho esperar" en el seno de la Administración, y a Zaplana -master en caciquismo por la Comunidad Valenciana- denunciar "alto y claro" que "este Gobierno se propone ocupar las instituciones. Hacía tiempo que no había un sectarismo igual". Hacía tiempo, sí: por lo menos, desde los nombramientos de Urdaci, de los fiscales Cardenal y Fungairiño, del presidente Jiménez de Parga y de otros cuantos más.

Con todo, erraría quien creyese que, sumidos en la difícil digestión de la derrota electoral o secuestrados por la obsesión de Aznar en autojustificarse ante la historia, los dirigentes conservadores olvidaron las "viejas virtudes" del PP (la expresión es de Acebes) y, entre ellas, la más acrisolada: la defensa de lo que ellos entienden por España. Durante el primer fin de semana de octubre, España no fue sólo para los populares "la ilusión que nos une" -lema del 15º congreso-, sino también el argumento, el arma y el espantajo por excelencia del aznaro-rajoyismo naciente.

Por descontado, "el PSOE no tiene un proyecto nacional para España", pero lo peor no es eso. Lo peor es que -aseguró Mayor Oreja- "seamos hoy el único país europeo en el que una ofensiva nacionalista protagonizada por una estrategia radical de algunos partidos nacionalistas influya de una manera tan visible en las orientaciones políticas del Gobierno de España", hasta el punto de hipotecarlo. Su colega Zaplana fue aún más explícito: "Semana a semana, votación a votación, vamos comprobando que el Gobierno de España es una reedición del tripartito catalán. Es por tanto un Gobierno radical de izquierdas, incapaz de defender el interés general, y que no puede tomar decisiones sin el visto bueno de un Gobierno autonómico. (...) Un Gobierno que tiene complejo de hablar de España. O peor, que tiene complejo de España". Acebes redondeó la faena: "La minoría socialista está en manos de los nacionalismos excluyentes por una doble vía": por un lado, por el apoyo de ERC a la investidura; por otro, "porque el PSC es un partido ajeno a la disciplina estatal del PSOE. (...) Conviene no olvidar que el tripartito catalán depende de Carod, y que el PSC antepone la estabilidad del tripartito catalán a la estabilidad y solidez del Gobierno de Zapatero y a los intereses de España".

Que, en este contexto de acritud y alarmismo, la Comunicación sobre autonomías presentada por Josep Piqué parezca un dechado de moderación y de finezza es lógico: cada uno viene de donde viene. Pero no cabe llamarse a engaño: el diagnóstico del ex ministro catalán es que existe "un desafío en toda regla al modelo de Estado y, en definitiva, a la unidad de España". Un desafío frente al cual Piqué, tras proclamar que "las reformas, ahora, no son necesarias ni convenientes", aboga por condicionarlas al consenso entre "los dos grandes partidos nacionales", dando así al PP derecho de veto y capacidad de bloqueo sobre cualquier cambio estatutario o constitucional, por encima de la aritmética parlamentaria.

Ni que decir tiene, los herederos de Fraga y Aznar son muy dueños de preservar sus esencias, y Mariano Rajoy fue muy franco al recordar que "la unidad nacional es una especialidad reconocida y casi privativa del PP (...), el único partido que cree en esta España que habitamos; el único, al parecer, que está dispuesto a mantener a España unida a toda costa". Pero, a la luz del 15º congreso popular, resulta cada vez más estrafalario que altos responsables del socialismo catalán (Miquel Iceta, el pasado lunes) persistan en "no ver al PP como una dificultad insalvable para la reforma del Estatut...". ¿Falta mucho para que, en esta materia, empecemos a hablar en serio?

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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