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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

60 años

Las instituciones nacidas en Bretton Woods, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI), celebran estos días, además de su reunión anual, su 60º aniversario. Como ya ocurriera en la conmemoración de sus cincuenta años, que se celebró en Madrid, a los asuntos ordinarios, propios de esas protocolarias y no siempre eficaces reuniones, se añaden aquellos otros que tratan de revisar la experiencia de este periodo para mejorar la eficacia de ambas instituciones. También ha tenido lugar previamente la habitual reunión del Grupo de los Siete (G 7), cuya mera existencia cuestiona la significación de los órganos de gobierno de esas instituciones, particularmente los del FMI, tradicionalmente subordinado a aquél.

La actual realidad económica y financiera internacional tiene poco que ver con la que presidió la creación de esas instituciones, al término de la Segunda Guerra Mundial, y con el informal nacimiento del G 7, en los ochenta. La amplitud y diversidad de los estados miembros del FMI (184 socios) cuestiona los procedimientos de gobierno establecidos en 1944, que reconocían la hegemonía económica y política de EE UU. Que ese grupo de las economías supuestamente más importantes del mundo, el G 7, reclame hoy a China una mayor flexibilidad de su régimen cambiario es una expresión de las asimetrías presentes en la escena económica global. El mundo depende en una medida mucho mayor de lo que haga esa colosal economía asiática que de las iniciativas de la mayoría de los países que se sientan en ese grupo. Además, su capacidad de decisión en los órganos del FMI no guarda apenas correspondencia con su importancia relativa en la escena global. Situaciones igualmente similares, aunque menos explícitas, pueden encontrarse en otras economías.

Junto con la admonición a China para que aprecie su moneda en unos niveles que se han estimado hasta un 20%, también Estados Unidos ha recibido su lote de críticas por parte del G 7 por su elevado déficit fiscal. Y Argentina se ha llevado también, aunque en su caso no incida en la economía mundial como China y Estados Unidos, su advertencia para que cumpla con sus compromisos en forma y plazo y emprenda las reformas estructurales que necesita su economía.

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La experiencia reciente ha revelado con suficiente contundencia que la estabilidad económica y financiera internacional ya no es cosa de unas cuantas economías industrializadas. Afortunadamente, las instancias multilaterales, y el FMI de forma destacada, agrupan a la práctica totalidad de los países del mundo, pero para que esa reunión implique una verdadera integración y una gestión eficaz de la compleja realidad financiera internacional es preciso que la propia institución lleve a cabo su completa adaptación a ese ecumenismo que reclamaba Keynes en la conferencia de Bretton Woods: en sus funciones, en sus órganos de decisión y en sus procedimientos de gobierno. La ocasión es propicia: al reconocimiento en el seno del propio FMI de la necesidad de reformas se añade el relevo en la gerencia de la institución.

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