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Crítica:ESTRENO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Desolado panorama

L.I.E. (Long Island Expressway: las iniciales se refieren a la autopista alrededor de la cual discurre la vida de los personajes de esta descarnada peripecia) tiene todas las características de las películas que han servido para construir la fama de Larry Clark: adolescentes sin especiales intereses en la vida, quinceañeros que vagan sin valores sólidos y que se dedican tanto al robo para pasar el tiempo como, en algún caso, a la venta de su cuerpo; familias desestructuradas por la pérdida de un progenitor, o por la patética carencia de dotes para criar y educar a un ser humano en formación, un panorama vital tan desolador como expresivo de unos tiempos, éstos nuestros, de bruscos cambios en los sistemas de valores, de virtualidad y de ausencia de certezas.

L.I.E.

Dirección: Michael Cuesta. Intérpretes: Paul Dano, Billy Kane, Brian Cox, Bruce Altman, James Costa, Tatiana Burgos. Género: drama, EE UU, 2001. Duración: 97 minutos.

Y, sin embargo, si algo llama la atención en este debú en la realización de Michael Cuesta (la película nos llega con ligero retraso: es de hace tres años) es justamente todo lo contrario de lo que ha hecho de las películas de Clark un escandaloso éxito de público: su coherencia ética, el deseo de no hacer sensacionalismo barato, su interés por mostrar que cualquier situación, por difícil y deplorable que resulte, siempre se la puede ver de otra forma. Y su interés por mostrar sin cargar las tintas: ahí es nada proponer un personaje tan siniestro como Big John (Brian Cox), antiguo espía y hombre bien relacionado con el poder local del pueblo en el que la acción transcurre, pedófilo confeso, como un ser con sentimientos, capaz incluso de no ceder por piedad frente a su aparentemente irrefrenable deseo.

La historia que cuenta L.I.E. se centra en dos adolescentes (Paul Dano y Billy Kane). Uno, Howie (Dano), es rico aunque huérfano de una madre que ha muerto en accidente en la misma carretera del título, y con un padre que ejerce más bien poco y que, a pesar de su fortuna, vive acosado por la justicia por haber utilizado en su negocio de construcción ingredientes no aptos. El otro, Gary (Kane), es pobre de solemnidad, amoral y desperjuiciado, algo así como un ejemplo en negativo de todo lo que alguien jamás desearía un padre como amigo de su hijo.

Con estos personajes y en un ambiente de absoluta carencia de ideales sólidos, Cuesta se las ingenia para contar la historia de un difícil aprendizaje, el de Howie, un chico sensible, con especiales dotes para la poesía, un acendrado sentido del ridículo y una cierta indefinición sexual. No es un mundo especialmente excitante el que el director muestra. Pero su mirada humaniza a sus personajes, los hace comprensibles y no oculta, antes bien, deja claro para quien quiera verlo, sus toques de atención hacia un tipo de orfandad afectiva que puede llegar a propiciar lo peor. Es dura, inclemente y nada fácil de observar sin implicarse. Es una película tan adusta y paradójica como raros de encontrar así retratados resultan sus personajes.

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