Precios viscosos
El precio del petróleo se ha convertido en un peligro evidente para el crecimiento económico de los países occidentales. Si bien las situaciones geoeconómicas son distintas -Europa es la zona que peor está saliendo de la fase anterior de estancamiento-, lo cierto es que tanto Estados Unidos como Japón y Alemania tenían esperanzas firmes de recuperar tasas elevadas de crecimiento. Con el petróleo a casi 46 dólares por barril y con muy pocas expectativas de que el precio baje, aumentan las dificultades para que ese crecimiento se consolide. Aunque la situación actual dista de parecerse a un shock energético como en 1973 o 1979, las políticas económicas y presupuestarias deben tener en cuenta el factor petróleo como un riesgo con el que no contaban tan sólo 18 meses atrás.
Un ejemplo casi perfecto de cómo contaminan los precios energéticos la salud de las economías a través del virus de la inflación aparece en la evolución de los precios industriales españoles. En agosto se dispararon hasta situar la subida anual en el 4,4%, en virtud del crecimiento espectacular de los precios de refino de petróleo, de distribución de energía eléctrica y gas y la industria química. Los costes de producción en estas actividades se incorporan finalmente a los productos manufacturados y acaban por alcanzar, al final del proceso, a los precios de los servicios. Un proceso de infiltración de los costes energéticos en los productos finales que se inicia en las actividades que incorporan dosis elevadas de consumo de combustibles (transportes, cementeras) y acaba trasladándose a los precios de las peluquerías o restaurantes.
Sin caer en el alarmismo, lo cierto es que se echa en falta un plan de eficiencia energética. Los anteriores acabaron perdidos en los cajones de los organismos oficiales; y en los últimos ocho años la economía española ha vivido como si fuera tan eficiente en términos energéticos como Francia o Alemania. Un error considerable que ya es hora de subsanar.
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