Elche y Wenzhou, frente a frente
La crisis del calzado y la quema de negocios chinos en la ciudad alicantina son la metáfora de la dura competencia del mundo global
Rondaban los años ochenta cuando Manuel Martínez Valero, un emblemático empresario del sector del calzado de Elche (Alicante) fallecido hace años y que también fue ex presidente del club de fútbol de esa localidad, decidió ampliar horizontes y viajó a China buscando un centro de producción más económico para ser más competitivo en los mercados. El emprendedor ilicitano, curtido en el mundo del calzado desde su juventud y que poco a poco había conseguido forjar su propio imperio vendiendo como churros sus zapatos "Martínez Valero" en los mercados norteamericanos (llegó a abrir su propia tienda en la Quinta Avenida de Nueva York), fue a parar a la zona de Wenzhou, al este de China.
"No competimos en igualdad de condiciones", aseguran los empresarios
El año pasado, la producción de calzado español bajó un 12% con respecto al anterior
"Los chinos siempre sabemos dónde están los buenos mercados", bromeaba un ejecutivo
Aquel lugar de la costa oriental del país asiático no era un sitio cualquiera. Era "la capital del calzado chino". Una ciudad de millones de habitantes que, aunque histórica y culturalmente no tenía nada que ver con Elche y superaba con creces las decenas de miles de ciudadanos que vivían en la localidad alicantina, tenían una tradición industrial común: el calzado. Y, con los años, Elche y Wenzhou se han situado a un paso.
Martínez Valero estuvo listo. Buscaba producir en un sitio donde la mano de obra fuese más barata (exactamente igual que habían hecho los estadounidenses años antes con sus fábricas y sus trabajadores en España) y donde la gente supiese hacer zapatos o componentes de los mismos.
Él fue el pionero en esa estrategia empresarial de deslocalización y descentralización para abrirse camino en los mercados de calzado asiáticos de gama baja, pero le siguieron otros muchos ilicitanos. Unos para fabricar, otros para importar y reexportar después.
Pero las rentables inversiones han dado paso a fuertes tensiones que, el jueves de la semana pasada, dejaban calcinadas varias naves de calzado asiático en el polígono industrial de Carrús. Este mismo miércoles se congregaron decenas de ilicitanos al grito de "¡chinos no!".
De los años ochenta a aquí la situación ha cambiado mucho. Ahora ya no son sólo los empresarios españoles los que van a China a producir y comprar para luego vender o revender, sino que los empresarios chinos vienen a España a comercializar directamente sus productos y los venden más baratos, con lo que se han hecho con gran parte del mercado.
Y, tras años de prosperidad sin precedentes para esta industria manufacturera, ha empezado el declive. El año pasado la producción de calzado español bajó un 12% con respecto al anterior y se perdieron un 4% de los cerca de 45.000 empleados del sector, según la Federación de Industrias del Calzado Español (FICE). La exportación -absolutamente necesaria para un sector cuya producción triplica la capacidad de consumo del mercado español- cayó un 7,3%. Mientras, la importación creció un 26%, es decir, siete de cada diez pares vendidos en España procedían de fuera. Y Martínez Valero S. L. se declaró en quiebra y cerró una de sus fábricas el pasado mes de mayo, dejando a 147 trabajadores en la calle.
Muchos comerciantes ilicitanos comenzaron hace unos años a vender y a alquilar a casi el triple de su valor original -los alquileres ya han alcanzado los 12.000 euros mensuales- sus naves industriales a empresarios chinos de Wenzhou que, como Mr. Lin, quisieron comercializar sus propios productos en donde vieron que había mercado. "Los chinos siempre sabemos donde están los buenos mercados", bromeaba el ejecutivo esta semana en el hotel de Elche en el que, junto a otros muchos compatriotas, se ha hospedado a la espera de ver cómo se solucionaba la situación.
Ya hay 70 naves asiáticas en el polígono de Carrús, un 10% del total. Y ahora muchos empresarios españoles se quejan de que el encarecimiento de las naves les hace inviable el negocio, porque "las venden y las alquilan a unos precios que nosotros no podemos pagar".
La crisis actual, por tanto, es bastante más complicada que las anteriores vividas por el sector, en la medida en que es la manifestación de un fenómeno global: el libre mercado. En Elche no hay ni más racismo, ni más xenofobia, ni más "competencia desleal", en palabras de los empresarios, que en otros lugares de España o del mundo. Lo que hay es el colapso de la industria del calzado, principal actividad económica de la localidad, provocado por la internacionalización de los mercados y la competencia feroz y poco regularizada que eso conlleva.
"Mientras sigamos queriendo competir en precio no tenemos nada que hacer. Hemos reducido los costes de producción al máximo buscando mano de obra más barata hasta en China, pero ellos siguen vendiendo más barato y ya lo hacen aquí al lado", explica Pedro Méndez, secretario general de la Asociación de Industriales del Calzado de Elche (AICE).
La razón: "Burlan aduanas metiendo más pares de zapatos en cada contenedor, defraudan a Hacienda al no cobrar el IVA a sus compradores -en su mayoría vendedores ambulantes y pequeños comercios, aunque últimamente también países europeos-, mantienen abiertos sus comercios a cualquier hora y cualquier día de la semana, no cumplen las reglas de sanidad establecidas en nuestro país... No competimos en igualdad de condiciones", añade Méndez.
La solución planteada a este conglomerado de problemas, es unánime para empresarios, sindicatos y Administración. Pasa por el incremento de los controles y las inspecciones para que todos jueguen con las mismas reglas y por reconvertir el sector apostando por la calidad, la marca, el diseño, la imagen y el desarrollo tecnológico. "Hay que hacer una campaña para conseguir prestigiar los productos españoles en los mercados, el 'made in Spain', como hicieron los italianos en su día", dice el alcalde de Elche, Diego Macià (PSOE). Pero su realización tiene importantes barreras. "No olvidemos que los empresarios de hoy son los curritos de ayer", dice Pascual Pascual, portavoz de CC OO.
La mayoría de los empresarios ilicitanos del calzado empezaron cosiendo zapatos hace decenas de años y, en un momento determinado, montaron una pequeña empresa que fue creciendo por sí sola ante la ingente demanda de producto. "Algunos como Panama Jack, Kelme o Pikolinos reaccionaron a tiempo y ya venden marca y diseño. Pero a la mayoría les cuesta esta adaptación", explica Pascual.
Según los sindicatos, fueron estos mismos empresarios, desesperados y agobiados ante una total falta de alternativas, los que propiciaron los incidentes del jueves al plantearles a sus trabajadores el posible cierre de las empresas. Y, después, animándoles a ir a la "manifestación" en defensa de sus puestos de trabajo.
Aquello se les fue de las manos. No contaron con que el ambiente estaba muy caldeado. Porque el recuerdo del cierre de Martínez Valero SL en mayo sigue muy vivo en Elche, donde 147 trabajadores como Miguel Orihuela se han quedado en la calle, no pueden pedir el paro porque aún no hay sentencia de despedido y esperan a que el Fondo de Garantía Social (Fogasa) les pague las indemnizaciones que, por declararse la empresa insolvente, no llegarán a los 12.000 euros.
"Si la empresa hubiese asumido su responsabilidad nos corresponderían 45 días trabajados por año, como dice la ley. Pero como se declaró en quiebra, pese a abrir otra con otro nombre y haber contratado a trabajadores eventuales y poco cualificados, pues ahora nos pagan una mierda aún mayor. Y eso después de haberles dedicado 20 años de tu vida", dice Orihuela, indignado, ya que a sus 60 años está empezando a buscar trabajo de nuevo.
Es la otra cara de la realidad. La crisis, al final, tiene rostro, nombre y apellidos. Y el cierre de las empresas siempre se salda con desempleo o con precariedad laboral y engrosamiento de la economía sumergida, que en este pueblo alicantino ha sido un mal endémico, "una respuesta equivocada de los empresarios para subsistir", según algunos. En todo caso, una actividad clandestina (en Elche hablan de "clandestinaje") que aumenta el porcentaje de más del 20% del PIB al que asciende ya la economía sumergida en España.
El desarrollo de dos ciudades con idéntica y centenaria actividad manufacturera las convirtió primero en cómplices de su éxito y ahora en agresivas rivales. Aun separados por más de 10.000 kilómetros de distancia, ilicitanos y wenzhouenses se encuentran frente a frente.
"Made in Spain"
En la manifestación espontánea de empresarios y trabajadores que se produjo el pasado miércoles en el parque industrial de Carrús, entre pancartas que rezaban "Soluciones para el calzado ya" y "No estamos contra la inmigración", un corredor enarbolaba una que decía: "Made in Spain".
Ésa parece ser la consigna que se han dado los empresarios ilicitanos para salir de esta grave crisis y que es apoyada por sindicatos y Administración local.
"Hay que conseguir los apoyos suficientes de la Administración para iniciar una campaña de sensibilización del consumidor y convencerle de que pague calidad porque, a veces, lo barato sale caro", dice Pedro Méndez, secretario general de AICE.
Pero la reconversión y la adaptación a los nuevos mercados para competir en calidad o en marca no pueden eludir las características de los empresarios del sector.
"Hay empresas que ven posibilidades de adaptarse y otras que no pueden o que no quieren. Todavía no ha habido políticas industriales activas que les faciliten instrumentos para adaptarse a la nueva situación", explica el alcalde de Elche, Diego Macià (PSOE).
Ésa era exactamente la cuestión que planteaba el panfleto anónimo de convocatoria que se difundió días antes de los incidentes del jueves de la semana pasada: "Después de oír tantas veces que hay que reciclarse, que hay que hacer un zapato de alto precio, que hay que tener un equipo creativo, y sabiendo qué es cierto me pregunto: ¿qué hacemos con las empresas familiares que son muchísimas?", decía el escrito.
Para fabricar ese producto "made in Spain", el alcalde, los representantes sindicales y los empresarios hablan de cursos de formación, tecnificación y especialización de los trabajadores (en su mayoría con una media de edad de 45 años y con escasa preparación). El futuro de la industria del calzado depende de ello pero la transición se vislumbra lenta y agitada.
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