Deshielo en el Ártico
Primera expedición ruso-estadounidense para estudiar el calentamiento
El barco se arrastraba entre la niebla como en un lento recorrido de ruinas congeladas, intentando evitar bloques de hielo de todos los tamaños y formas frente a la costa del extremo nororiental de Rusia. Los gráficos mostraban buenas condiciones de navegación al norte del mar de Chukchi, donde los científicos a bordo del buque científico ruso Profesor Jromov se disponían a tomar docenas de muestras de agua como parte de la investigación sobre los efectos del calentamiento del planeta en esa área poco estudiada. Pero el hielo estaba ahí, independientemente de lo que dijeran los gráficos.
El verano se acercaba a su fin y a la expedición conjunta ruso-estadounidense en el Ártico le quedaba poco tiempo. Ocasionalmente, el Jromov, un barco de 65 metros de la época soviética, embestía contra una gran masa de hielo y las sacudidas hacían que se moviera todo lo que hay a bordo. "Sin un helicóptero que te comunique observaciones cercanas sobre el hielo, tienes que confiar en el instinto y tener un poco de suerte", explicaba Terry Whitledge, científico jefe de la misión. Éra el extremo norte de una travesía que comenzó en Nome, Alaska, hace 10 días, con el objetivo de recorrer 6.000 kilómetros y llegar a latitudes muy superiores al Círculo Ártico. El buque, con 36 científicos y 28 tripulantes, zigzagueaba por la línea fronteriza entre EE UU y Rusia, pasando ante costas rocosas, aldeas de nativos, ballenas jorobadas, osos polares y frailecillos.
El hielo perpetuo del mar Ártico se derrite a un ritmo de casi el 10% cada década
La Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA) estadounidense y la Academia de las Ciencias rusa han reunido a biólogos, físicos y químicos para estudiar durante 16 días la única entrada de agua del Pacífico que fluye al Ártico. Ha habido otras expediciones conjuntas, pero ninguna con un abanico de expertos tan variado. Los científicos esperan comprender mejor el aumento de las temperaturas y las corrientes cálidas que están fundiendo la masa de hielo polar. Recientes estudios de fotografías de satélites financiados por la NASA han demostrado que el hielo perpetuo del mar Ártico se derrite a un ritmo de casi el 10% cada década.
Primero la guerra fría y después la resistencia gubernamental a los estudios conjuntos habían obstaculizado los esfuerzos científicos para construir una imagen sólida de este importante ecosistema que abarca la frontera entre EE UU y Rusia. "La exploración de este área ha estado atascada en una ciénaga política", afirma Kathleen Crane, coordinadora de la NOAA. "Uno de los objetivos es recoger información de referencia sobre la vida marina. Se trata simplemente de oceanografía básica". La expedición se llama Rusalca, siglas en inglés de Censo Ruso-Estadounidense del Ártico, y a la vez la palabra sirena en ruso. Durante un año de preparación, los científicos planearon 118 paradas para tomar muestras de zooplancton, peces, crustáceos y agua.
Pero Whitledge, de 61 años, oceanógrafo de la Universidad de Alaska y veterano de más de 100 expediciones, tuvo que revisar los planes sobre la marcha. El hielo entorpecía el avance del Jromov en algunos lugares e impedía trabajar en otros. El barco debía estar de vuelta en Nome, a más de 40 horas de navegación, seis días después. El equipo conocía los riesgos. Un poco más al sur de donde se encontraba, 111 personas a bordo de otro buque científico, el Chelyuskin, fueron evacuadas después de que el barco quedara atrapado en el hielo en la década de 1930. Luego se hundió.
Whitledge tuvo que retrasar el comienzo por un temporal, y después por una disputa burocrática con el ministro de Defensa ruso, a quien no le gustaba la idea de que un estadounidense anduviera merodeando por aguas rusas. El ritmo de la toma de muestras -con redes, dragas e instrumentos avanzados que miden la temperatura del agua, la salinidad, la clorofila y las corrientes- ha sido agotador. Una buena izada de la red dejaba la cubierta llena de vida marina y fango.
Los investigadores se ponían guantes y botas de goma para revolver entre esa masa y escoger lo que necesitaban. Con una fría llovizna o bajo el sol de media noche, Katrin Iken y Bodil Bluhm, de la Universidad de Alaska, medían y pesaban cuidadosamente miles de estrellas de mar, cangrejos y otros ejemplares marinos.
Es crucial aprovechar esta rara oportunidad, comentaba Iken, de 39 años. Los investigadores dormían, esporádicamente, en camarotes que huelen a años de humo de tabaco, sudor y cebollas fritas. Cualquier diferencia cultural se fundía con ayuda de un ocasional trago de vodka. Las antiguas tensiones políticas rara vez han salido a la luz en las charlas de comedor. "Creo que entre los científicos nunca hubo una [Guerra Fría]", comentó la bióloga Ksenia Kosobokova.
El barco ha escapado del hielo y el equipo ha realizado rápidamente numerosas pruebas en el agua sobre un valle oceánico al noreste de la isla de Wrangel, el primer trabajo de ese tipo allí. A Whitledge esto le parece un gran éxito, pero el retraso ha significado menos paradas de las planeadas. En total, el Jromov ha tomado muestras de 77 estaciones. Dados la política y el tiempo, el resultado entusiasma a los organizadores.
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