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Columna
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Duelo de titanes

Carmona, 7 de septiembre. Mesa redonda sobre la transición. Organiza (por cierto, en un limbo mediático incomprensible), la Universidad Pablo de Olavide. Frente a frente, dos históricos de las orillas opuestas: Rodolfo Martín Villa y Armando López Salinas. El uno, acomodaticio personaje de la derecha profunda, gobernador civil con Franco y ministro de Adolfo Suárez. Con el primero, montador del aparato azul. Con el segundo, desmontador del mismo. El otro, miembro destacado del Partido Comunista en la organización clandestina del interior; veterano del dolor, de la represión, de las cárceles; y buen novelista del realismo social -La mina, imprescindible-.Nunca antes se habían visto las caras, pese a que sus destinos se habían cruzado innumerables veces. Por fin, en Carmona, a través de la buena mesa circular de un restaurante, midieron sus distancias al milímetro, y en algún momento, casi a los postres, se miraron al fondo de los ojos. Luego, en la mesa del salón de actos, cada cual fue a su extremo. El público, joven en su mayor parte, no pudo entender bien la melodía amarga y misteriosa de aquel duelo, pasado ya por la sonrisa del tiempo, por el ungüento de las libertades.

Todo el interés se concentraba en un punto: ¿cuándo y cómo se forjó el pacto entre falangistas y comunistas para hacer posible la transición? Amparo Rubiales, participante en la mesa, aseguró que un 28 de febrero de 1977, cuando Carrillo y Suárez, por fin también cara a cara, acordaron: el Gobierno transitorio legalizaría al PCE, y éste aceptaría el sistema democrático que se pergeñaba, además de la monarquía parlamentaria y la bandera bicolor. No habría más represión, por parte del Gobierno, y no habría más presión en la calle y en las fábricas por parte de los comunistas, que ya habían sufrido bastante. Acababa de sellarse el pacto por la libertad, con víctimas colaterales varias, entre ellas, el propio López Salinas, que perdió en el Comité Central su apuesta por seguir presionando para una verdadera ruptura. Así nos lo contó, con su voz ya algo quebrada, el hijo de aquel anarquista, que vio a su padre en la cárcel de Franco y a su madre limpiando escaleras por el Madrid tenebroso de los años cincuenta.

Por su parte, Martín Villa, el hombre que seguramente ya no recuerda cuándo fue la última vez que cogió un taxi, contó también cosas interesantes. Suárez habría engañado a los capitanes generales reunidos en Játiva, a primeros de septiembre de 1976, prometiéndoles que no legalizaría al PCE. Luego los pilló desprevenidos, aquel Sábado Santo de 1977, cuando ya sólo pudieron leer por la prensa el notición: los comunistas eran legales, y además no tenían rabos ni cuernos.

Claro que había otra pregunta más al fondo: ¿por qué los aperturistas del franquismo fueron también hacia la reforma pactada? López Salinas apuntó: ellos mismos desmontaron el Régimen, pero fue para heredar el Sistema, el capitalismo liberal. Puede que tenga razón. Puede que esa sea la verdadera causa por la que el PP no acaba de aceptar su última derrota. Porque consideran que les han robado, no ya unas elecciones, sino lo que era suyo desde siempre, por la Gracia de Dios y de la Historia.

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