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Un nuevo rumbo más nacionalista

Hu Jintao no pudo esperar a tener la totalidad de su reino para sentar las nuevas bases que regirán el destino, al menos el más próximo, del país más poblado del planeta. "La sombra de Jiang Zemin", como más de un analista se dio en llamarle, quiso dejar claro que sólo estuvo agazapado el tiempo necesario para que nada ni nadie entorpeciera su voluntad de dirigir China con mano firme hasta devolverla a su posición de Imperio del Centro, usurpada por Occidente en el siglo XIX.

Jiang se vio obligado a ceder el cetro a Hu, que cuatro días antes de que su predecesor descendiese el último peldaño del poder, le abandonó públicamente para poner en marcha su propia agenda política. "Nunca copiaremos de forma ciega el sistema político" de Occidente, dijo Hu en un discurso con lectura tanto interna como externa, por cuanto que se desmarca de Jiang y de sus gestos de democracia pluralista ya implantada en las aldeas, y, sobre todo, de Estados Unidos y de su visión del mundo.

Lo que se impone en esta nueva andadura de China es un nacionalismo moderado que comparten buena parte de las nuevas generaciones, en el que la idea central es que China, al igual que la Unión Europea y Rusia, tiene la misión de frenar el "imperialismo de Estados Unidos" y poner en marcha un "auténtico mundo multilateral".

Éxito económico

Alcanzado un importantísimo éxito económico que la ha convertido en la sexta potencia económica mundial, gracias a la apertura impuesta por Deng Xiaoping, en 1979, buena parte de la juventud china y de sus actuales dirigentes consideran llegado el momento de jugar un papel en la esfera internacional acorde a su peso. Para ello apuestan por una mayor independencia política de Estados Unidos, sobre todo en las decisiones del Consejo de Seguridad de la ONU.

Nacido en 1942, Hu, la "cuarta generación" de dirigentes que encabeza y más de dos tercios de los 1.300 millones de chinos, apenas tienen recuerdos de la China prerrevolucionaria. Por el contrario, crecieron en la plenitud del Oriente Rojo de los revolucionarios -tanto Mao Zedong como Deng- y en un país más aislado que nunca tras el fiasco de la "hermandad comunista" con la Unión Soviética, que finalizó en el enfrentamiento fronterizo de 1962. Esto hace que la mayoría de los chinos, y Hu con ellos, no se sienta incómoda con un régimen de partido único, pero esté cansada de la corrupción que corroe sus filas.

Ahora que China se siente fuerte, Hu no ha dudado en decir que su futuro está en limpiar el partido más que en abrir las puertas a otras formaciones políticas.

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