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Columna
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Debate

Miquel Alberola

A pesar de su nulo impacto social (casi la mitad de los valencianos no lo ha seguido, según un sondeo a medida para Presidencia), el debate de política general ha supuesto un éxito orgánico para el PP y el PSPV. Y de eso se trataba. Francisco Camps ya había intentado sellar las grietas internas a finales de agosto con una remodelación del Consell que si no contentaba a todos, tampoco agraviaba a nadie, protegiendo así sus flancos interno y externo de cara al debate. Y se empleó a fondo en su discurso para, a través de los datos de gestión, enjabonar a los consejeros de obediencia zaplanista y suturar el desgarro interno producido en los últimos meses, en los que muchas relaciones personales se han deteriorado. Asimismo, el propio transcurso del proceloso debate, y el tono en el que se desarrolló, le suministró frecuentes atolones para hacer pie y dirigir guiños unitarios a su grupo, el mismo que a finales de julio le había asestado el plante de una veintena de diputados en un pleno. El debate fue, en casi todo, un acto de exclusivo consumo interno dirigido a forzar la cohesión de los dos principales grupos de la Cámara mediante el enfrentamiento con el adversario. Las frígidas ovaciones del inicio de los diputados del PP a Camps se volvieron tan incandescentes como las que el grupo socialista dispensó a Joan Ignasi Pla desde que trepó a la tarima. A cualquiera que no hubiese perdido la perspectiva sobre el proceso de orfebrería orgánica que ha sufrido el socialismo valenciano desde 1995, y los resultados obtenidos por la formación en las tres últimas convocatorias electorales, le podía parecer un espectáculo impostado (incluso preparado y ensayado) que Pla fuese aclamado por los suyos como si fuera David Bisbal. Uno y otro, Camps y Pla, perseguían el mismo objetivo orgánico y lo lograron. Sin embargo, debajo del entusiasmo en el que flotan fluyen todavía sus grandes inquietudes. En Camps, el aplastante complejo respecto a su antecesor. Y en Pla, el vértigo de quien no desconoce que su última oportunidad expira con la legislatura y que la descoordinación con el Gobierno de Madrid le pone a los pies de los caballos a cada dos por tres.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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