Vivir la vida al revés
Dicen quienes frecuentan las bambalinas del mercadeo literario que la aparición de esta novela en Estados Unidos causó un considerable revuelo entre editores y agentes. La razón de tan unánime interés residió en la coincidencia de tres factores: la juventud del autor (San Francisco, 1970), una trama sin complicaciones y unas críticas muy elogiosas, entre ellas una encendida del novelista John Updike en The New Yorker.
Las confesiones de Max Tivoli es una novela de entretenimiento, escrita con una prosa de acabado preciosista que a veces, en algunas inflexiones de su narrador, se diría que roza la cursilería. Transcurre entre 1871 y 1930 en San Francisco, y Greer dedica gran parte de su esfuerzo narrativo al retrato de ambiente. El terremoto que asoló la ciudad tiene su lugar en la novela, como también lo tienen la aparición del automóvil o la Primera Guerra Mundial. La ropa, el mobiliario y los usos sociales, detalladamente descritos, irradian una atmósfera entre melancólica y lúgubre y contribuyen al desarrollo de la acción arropándola en vaporosas vestiduras de tonos sepia que resultarán del gusto de todos aquellos que prefieren la evasión a mundos pasados o inexistentes antes que enfrentarse a realidades más acuciantes.
LAS CONFESIONES DE MAX TIVOLI
Andrew Sean Greer
Traducción de Bianca Southwood
Destino. Barcelona, 2004
287 páginas. 18 euros
Pero, además, Greer trata en Las confesiones de Max Tivoli de cuestiones hondas, ligadas a la condición humana, como son el amor, el extrañamiento de uno mismo o el paso del tiempo, y lo hace sirviéndose de una invención tan buena que a todo el mundo se le ha ocurrido en alguna ocasión. ¿Qué pasaría si viviéramos nuestra vida al revés, si naciéramos viejos y fuésemos rejuveneciendo paulatinamente? Eso es lo que le sucede a Max Tivoli, narrador y héroe principal de la novela, al igual que le ocurría a un personaje de un cuento de Scott Fitzgerald, de su colección Historias de la era del jazz. A diferencia del de Fitzgerald, que nacía sabio y moría con la mente de un niño, el de Greer sólo tiene su crecimiento alterado físicamente, es decir, cuando su cuerpo representa el de un adulto de cincuenta años, su cabeza es la de un adolescente. Esta diferencia, que podría parecer irrelevante, no lo es en absoluto, pues convierte el caso de Max Tivoli en más lacerante y extremo al otorgarle una conciencia más aguda de su anomalía, haciendo así más fértiles para el propósito literario de Greer las contradicciones, nada jocosas, a que da lugar su discordante evolución interior y exterior. Las consecuencias para Tivoli son muchas. Basta mencionar algunas para percibir que lo que Greer consigue con su hallazgo es poner una lente de aumento sobre conflictos eternos. Tivoli conoce con certeza los años que vivirá, ya que su edad real y la que aparenta siempre suman setenta, y solamente durante un año una y otra coincidirán. ¿Qué experiencias le reserva la vida a alguien que está permanentemente obligado a simular lo que no es, que cuando tiene 17 años en lugar de despertar el interés de su vecina de 14, de la que está enamorado, despierta el de la madre de ésta? ¿A qué relaciones duraderas puede aspirar quien acabará por parecer menor que su propio hijo?
En el fondo, Greer nos habla de la brevedad de la vida, de la soledad del ser humano, de la irrevocabilidad de su destino, de la ilusión del consuelo amoroso... Con todo, no es en este tuétano existencial donde reside el mayor acierto de Las confesiones de Max Tivoli. Tampoco, ni siquiera, en el perfecto ensamblaje de su estructura. Lo que convierte a la novela de Andrew Sean Greer en una obra verdaderamente notable es la construcción de la voz rota de Max Tivoli, sentimental y afectada en ocasiones pero quizá por eso más auténtica al plasmar el abismo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.