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EDUCACIÓN

Media Lab, 25 años construyendo el futuro

"¡Eureka, Eureka, un prototipo con espejos y humo!". Con esa mala baba que caracteriza al periodismo, una publicación ironizaba hace años sobre el último estrambote del Media Lab del Massachusetts Institute of Technology (MIT).

La locura de Stephen A. Benton era un sistema de vídeo holográfico. Suyo era también el holograma de arco iris, algo tan bonito como, aparentemente, inútil. Hoy no hay tarjeta de crédito sin el holograma de Benton. Así es el Media Lab del MIT, que va a cumplir un cuarto de siglo construyendo el futuro.

En la sala de lenguajes físicos, el colombiano Carlos Rocha gira un volante conectado a un panel de pantallas. En otra planta, Larissa, la bailarina, hace equilibrios sobre una tabla. En los pasillos, unas lamparitas cambian -¿caprichosamente?- de color. El peruano Andrew camina con un hierro atado a sus vaqueros. Va fatal, pero contento.

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En el grupo automovilístico, unos chicos colocan chips en los asientos para saber el peso de cada ocupante. Otros le enseñan a su ordenador que el agua moja y el fuego quema.

Son 300 estudiantes dando rienda suelta a su imaginación, libremente, sin límite de dinero, sin límite de horario. Aquí los estudiantes no estudian, experimentan. Sus horas de esfuerzo no acaban en una tesis en papel, sino en un prototipo de plástico. Aquí los estudiantes no pagan, y el cum laude honrífico lo otorga una empresa y no un catedrático de la teórica. Es el Media Lab, un lugar donde los estudiantes convierten sus ideas en objetos, aparentemente, inútiles. ¿Aparentemente?.

Aparentemente, la pierna de hierro de Valiente sólo sirve para ayudar a caminar rápido a los ancianos. La iniciativa es elogiable, pero no hay un gran mercado de ancianos ricos que puedan comprar la muleta.

Dos veces al año, los patrocinadores visitan el Media Lab para ver qué han hecho los estudiantes. Cuando Valiente y sus compañeros enseñaron la muleta mecánica, al visitante se le puso los ojos de chirivitas. No era el representante de una fábrica de ortopedia, sino del Pentágono. Si el aparato se adhiriera a la pierna de un soldado, pensó el militar, podría avanzar muchos más kilómetros y con menos esfuerzo.

Ese departamento de ortopedia recibe una fuerte financiación del Pentágono. Casi un centenar de empresas, instituciones y universidades patrocinan el Media Lab. Las ayudas van desde los 75.000 dólares, pero sólo a partir de los 200.000 se tiene derecho a llevarse prototipos, libres de derechos de reproducción.

Al Media Lab se entra sin llamar. Nadie impide al visitante tomar un ascensor, pasear por todas las plantas o entrar en los departamentos donde los estudiantes parece que hacen cosas raras. A media mañana no hay muchos. "Aquí cada uno se hace su horario. La mayor actividad es casi por la noche", dice Welli-Santos, que hoy el Media Lab le ha adjudicado el papel de anfitriona con los periodistas españoles. Como se ve Media Lab no gasta en ordenanzas, pero tampoco en guías o secretarias. Tampoco en carpinteros. El bricolaje electrónico es asignatura obligatoria. El estudiante tiene que hacer de carpintero, chapista o electricista, o de todo a la vez. Nadie le va a ayudar a convertir sus ideas en un prototipo.

Un total de 40 profesores se encargan de encauzar la imaginación de los 300 estudiantes. La aparente tontería de un chip que adivina el peso del ocupante de un coche, se convierte en una sencilla aplicación para evitar que, como ya había ocurrido, el disparo del airbag del coche asfixiara a un niño. Este mecanismo, ya incorporado por la industria automovilística, permite que el globo se hinche en función del peso del ocupante.

En la sala Lego, donde se inventaron los Mindstorm, dedicada a las nuevas formas de aprendizaje en los niños, cuelga un precioso avión de un par de metros de ancho. "Es un proyecto con cierta polémica", explica cándidamente Larissa. "Se trata de enviar el avión a Nueva York un 11 de septiembre y estrellarlo donde estaban las torres. Y ver la reacción".

De aquí salieron los ordenadores vestibles, computadoras en gafas, joyas o impermeables. O las computadoras comestibles, píldoras con chip que se tragan y permiten detectar enfermedades o estar pemanentemente localizada una persona. Útil para los enfermos e Alzheimer o para evitar el fuego amigo de los soldados norteamericanos.

La lamparita que a primera hora de la mañana era roja ahora es verde, y no por capricho. Su color indica que la bolsa de Nueva York ha remontado. El cambiante color de la lámpara podría servir para simbolizar la intensidad del tráfico, el tiempo o si hay alguien en casa.

Casi 25 años después de aquella visión de Negroponte y Wiesner, el Media Lab sigue en pie, con más salud que nunca, tan iconoclasta como siempre dedicado, como dice su texto fundacional "al uso creativo de la tecnología digital para mejorar el modo en que la gente comunica sus ideas y explorar nuevas fronteras científicas".

La sala de Legolandia, en el edificio el Media Lab, diseñado por el arquitecto I.M.Pei en 1995
La sala de Legolandia, en el edificio el Media Lab, diseñado por el arquitecto I.M.Pei en 1995JOAN SÁNCHEZ

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