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Reportaje:

Un cerebro en casa

Hasta Andalucía, viaja uno de los premios europeos a la excelencia de jóvenes científicos

En la página web de Jordi Bascompte (www.bascompte.org) destaca un gráfico que muestra, de manera sencilla, el tupido entramado de relaciones profesionales que enlazan a este científico con colegas de medio mundo. La mirada de este biólogo necesita las aportaciones de otros investigadores que trabajan en disciplinas aparentemente muy alejadas de la suya.

Bascompte (Gerona, 1967) es un biólogo atípico que abandonó la senda naturalista, donde prima el esfuerzo descriptivo, para enfrascarse en el análisis teórico, territorio poco transitado que requiere de la abstracción. "Tuve la suerte", recuerda, "de ser pervertido por los físicos, al descubrir que llevaban años utilizando herramientas para estudiar la estabilidad, el orden y el caos, en determinados sistemas, y que estas herramientas podían ser muy útiles en Biología". Con ellos, y con especialistas en informática, trabajó durante su doctorado en la Universidad de Barcelona, tratando de diseñar modelos capaces de simular, y predecir, el funcionamiento de los complejos sistemas que hacen posible la vida.

Con estos intereses profesionales recaló en la Universidad de California y, más tarde, sin abandonar EE UU, en el National Center for Ecological Analysis and Synthesis, donde trabajó hasta 1999, año en el que obtuvo una plaza de investigador en la Estación Biológica de Doñana.

Desde Sevilla, ya con su propio grupo de investigación, ha seguido fortaleciendo esa tupida red que lo enlaza con centros de investigación europeos, norteamericanos, japoneses o australianos. El suyo es un buen ejemplo de los cerebros de ida y vuelta, aquellos que, después de fugarse, regresan a su país de origen. Y esta era una condición que encajaba en la filosofía de los premios EURYI (European Young Investigators Awards), convocados por la Fundación Europea para la Ciencia. El objetivo de esta iniciativa es identificar a jóvenes investigadores de primera línea para proporcionarles financiación para sus trabajos, de manera que puedan evitarse las corrientes migratorias que restan recursos y competitividad a la ciencia en Europa.

Bascompte fue uno de los candidatos que presentó el Consejo Superior de Investigaciones Científicas a estos galardones, a los que, en una primera fase, concurrieron cerca de 800 propuestas de investigadores de todo el mundo. Tras un riguroso proceso de selección, se otorgaron 25 galardones. De los seis que recalaron en España, uno fue para Bascompte. Su proyecto de investigación, Redes de Interacción Planta-animal: la Arquitectura de la Biodiversidad, ha recibido, así, un millón de euros.

Bascompte propone una mirada novedosa sobre el concepto de biodiversidad que, a su juicio, "no se asemeja a esa imagen clásica de la caja de museo en la que aparecen multitud de insectos pinchados, dando idea de la riqueza de elementos que componen un determinado sistema, sino que más bien es un móvil en el que hay que estudiar el ensamblaje de las diferentes piezas y su delicado equilibrio". Lo que interesa, razona, "no son tanto los elementos que componen el mecano, sino cómo están ensamblados entre sí".

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A grandes rasgos, su trabajo consiste en analizar multitud de datos para buscar aquellas generalidades que están presentes en diferentes sistemas naturales, de manera que puedan diseñarse modelos capaces de simular su funcionamiento. ¿Hasta qué punto podemos fragmentar una selva tropical antes de provocar su colapso? ¿Qué grado de presión soporta una pesquería sin llegar a agotarse? ¿De qué manera va a reaccionar un determinado ecosistema ante el cambio climático? Estas son algunas de las preguntas que podrían resolverse utilizando sus herramientas.

"No podemos hacer experimentos en sistemas tan complejos como los que nos brinda la naturaleza, y por eso necesitamos la teoría para diseñar modelos que nos permitan jugar con el sistema", explica este científico, que ha regresado a casa.

Una potencia humilde

Los premios EURYI han puesto de manifiesto una de las paradojas a las que nos tiene acostumbrada la ciencia española. Visto el número de candidatos que aspiraban a tan selecta distinción, el país de procedencia, los presupuestos destinados en cada una de estas naciones a la investigación o la reputación internacional de los centros en los que trabajan, cabría pensar que, en el reparto de premios, España ocuparía un lugar discreto. Pero, de los 25 galardones concedidos, seis han correspondido a españoles, cifra no alcanzada por ningún país más.

En esta convocatoria, en la que competían propuestas de 15 países, la ciencia española se ha colocado por delante de Alemania, Holanda y Francia (cuatro premios cada una), o el Reino Unido (dos premios). Hay incluso naciones que, a pesar de su excelencia en estas lides y el respaldo que han prestado a la iniciativa, no han conseguido ni un sólo galardón, como es el caso de Noruega, Bélgica o Finlandia.

A juicio de Bascompte, este fenómeno, que no es casual, debería provocar "una profunda reflexión".

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