EE UU: polarización, pero menos
En la política y la sociedad de Estados Unidos hay mucho consenso. Pero el sistema de selección del presidente mediante un colegio elegido por Estados concentra la competencia en los pocos temas en los que hay disenso y empate y en los que unos pocos Estados pueden decantar la victoria. La aparente polarización es, pues, más inducida por las estrategias políticas y las instituciones que por las divisiones sociales.
El amplio consenso es evidente si se observa una trayectoria a largo plazo. Algunos temas que unos decenios atrás fueron extremadamente divisivos han sido zanjados y han desaparecido de la agenda política y electoral. En algunos de estos temas triunfó la posición demócrata, a la que se adaptaron los republicanos, como en la cuestión racial y de los derechos civiles, así como en la protección de los recursos naturales y el ambientalismo; en otros, fueron los demócratas los que se adaptaron a las políticas republicanas, como en la seguridad y la persecución del crimen, así como en la limitación de impuestos y de ciertos gastos de protección social. De estos temas ya apenas se habla. En otros importantes temas hay un consenso básico cubierto por diferencias tácticas o de ejecución y, sobre todo, por una diferente fiabilidad de cada uno de los dos partidos para llevar a cabo la política hoy mayoritariamente preferida. Así, los demócratas intentan hablar de la asistencia sanitaria y la seguridad social, en las que cuentan con mayor credibilidad, mientras que los republicanos no paran de hablar del terrorismo y la política exterior, en los que tienen una ventaja muy notoria. Los desacuerdos siguen siendo muy vivos, en cambio, en temas de familia y sexo, por lo que han ido adquiriendo relieve las llamadas guerras culturales. De estos últimos temas todos hablan mucho, aunque nadie sabe exactamente en beneficio de quién.
Precisamente porque, a largo plazo, han disminuido las grandes diferencias entre los programas de los dos partidos, las campañas electorales exageran las pequeñas diferencias supervivientes, mientras amplían y calientan los pocos conflictos en los que la sociedad en su conjunto está realmente dividida; asimismo, la fiabilidad y capacidad de liderazgo de los candidatos adquiere mayor relieve. Paralelamente, la reciente dispersión de los mensajes en los medios de comunicación (debido a la multiplicación de las tertulias radiofónicas, las cadenas de televisión por cable y los sitios de Internet) ha aumentado el volumen de opinión, propaganda y demagogia mucho más que el de información. El resultado de todo ello es que las agendas políticas de los partidos y los candidatos interesan intensamente sólo a algunas minorías, lo cual induce alienación en muchos ciudadanos.
Como es sabido, el sistema de elección del presidente adjudica todos los electores de un Estado al candidato que obtiene un mayor número de votos, aunque la ventaja sea muy escasa. Esto induce a los candidatos presidenciales a ignorar aquellos Estados en los que hay una mayoría suficientemente clara, ya que el número de votos obtenidos no cuenta, y a centrar las campañas en la docena escasa de Estados en los que el ganador es dudoso. La competencia electoral se concentra, pues, en unos pocos temas y en unas minorías en unos pocos Estados. Ahí la polarización es enorme, tal como se ve en los medios, aunque detrás haya un inmenso acuerdo, aquiescencia e indiferencia nacional.
En este marco, la estrategia de George W. Bush se ha centrado en el combate al terrorismo, tratando de mostrar un balance globalmente positivo de las guerras de Afganistán y de Irak y, sobre todo, enfatizando -como ha hecho en su discurso a la convención republicana en Nueva York- que, gracias a su política exterior y de seguridad, durante tres años no ha habido nuevos atentados en Estados Unidos. Si durante las próximas semanas Bush consigue mantener este tema en la primera línea de la campaña y consolida su aparente ventaja en Florida, Misuri, Ohio y Wisconsin, desde luego tiene muchas probabilidades de ganar.
John Kerry es más un candidato anti-Bush que una clara alternativa. Tras la inusual victoria del partido del presidente en la elección del Congreso en 2002, no hubo una gran concurrencia de buenos candidatos demócratas en las primarias presidenciales. Kerry fue pronto promovido por el aparato del partido como el candidato más "elegible" por su supuesta capacidad de atraer votos moderados. Pero cuando trata de fundamentar su capacidad de liderazgo en su experiencia en la guerra de Vietnam -como hizo en la convención demócrata-, el resultado no puede ser más que ambiguo, ya que Kerry fue tanto condecorado como pacifista. De hecho, cuanto más habla de su experiencia en la guerra y su potencial capacidad de liderazgo en política exterior y de defensa, más relieve da al tema en el que Bush cuenta con una clara ventaja. En otros temas, las posiciones del candidato demócrata, más que centristas parecen poco definidas o contradictorias. Por todo ello, la candidatura crítica y testimonial de Ralph Nader no sólo no ha muerto, pese al desprestigio que ha ido acumulando tras su papel de aguafiestas en la elección de 2000, sino que aparece de nuevo como una amenaza potencialmente letal para la candidatura demócrata. Pero, como bien sabemos en España, en dos meses de campaña todavía pueden pasar muchas cosas.
Josep M. Colomer es autor del libro Cómo votamos (Gedisa) y premio Leo Weaver 2004 sobre representación y sistemas electorales de la Asociación Americana de Ciencia Política.
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