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Columna
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Deslocalizaciones y otros peligros

Eduardo Madina

Mientras en Euskadi seguimos atrapados en la telaraña electoral de las propuestas con las que se nos presentan los dirigentes nacionalistas -territorialidad, derechos históricos y sujeto político vasco- van sucediendo cosas más allá de las fronteras vascas que perfectamente pudieran constituirse como otro buen ejemplo de todos esos debates que nos faltan. Nos cuesta verlas y pensar en ellas porque una especie de niebla de identidad y nación pura impide la visión de una realidad global que ya se cuela y seguirá colándose entre las enormes fisuras y enormes vacíos que dejó la teórica política de "aislacionismo, patria vasca y pureza racial" de Sabino Arana y que sus herederos actuales no han sabido corregir.

El fantasma del ajuste recorre Europa y aquí el debate central que se plantea es sobre los derechos históricos
Una especie de niebla de identidad y 'nación pura' nos impide en Euskadi la visión de una realidad global

Un buen ejemplo de lo que hablamos puede ser Alemania, donde ocurren cosas que ya nos suceden a nosotros en Euskadi y que sucederán con más fuerza si no ponemos remedio pronto, afectando directamente al bolsillo del ciudadano. No a las abstracciones nacionales de unos y otros, ni a las melancólicas interpretaciones que algunos hacen de lo vasco, sino a las cosas reales donde todos nos encontramos; tener o no tener empleo, llegar o no llegar a fin de mes, mantener o no mantener la calidad de nuestra educación, de nuestra sanidad o de nuestras infraestructuras.

Lo ocurrido en Alemania, la gran locomotora económica europea que lleva atravesando una fuerte crisis económica desde hace algunos años, es un buen ejemplo a tener en cuenta. Ahora, que empezaba a salir de su particular bache, afronta un nuevo reto que resulta muy aleccionador para el resto de los países de la Unión Europea. Alemania asume, al igual que otros países, los problemas derivados de la deslocalización; esto es, empresas que se trasladan a países donde los impuestos y los salarios son más bajos y donde los derechos de los trabajadores son mínimos. Aumentan así sus beneficios, a veces de forma espectacular, sin que parezca importarles todo lo que dejan atrás.

El mercado laboral alemán se resiente; los pactos bilaterales patronal-sindicatos en cada empresa están empezando a cuestionar la negociación de los convenios colectivos, toda una institución en el país. Parece la hora del sálvese quien pueda, de la reducción del tiempo de vacaciones, de la eliminación de algunas pagas extra, de los horarios ajustados a las coyunturas productivas de cada empresa, del aumento de la jornada laboral sin que eso suponga aumentos de sueldo, en un país que, no muchos años atrás, se presentó como el referente de la reducción del tiempo del trabajo y las 35 horas.

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La última reforma laboral del canciller Schröder, aprobada hace tan solo unos meses es un auténtico recorte al subsidio de desempleo que, en otro tiempo, trataba de incentivar al parado para que buscara empleo. El resultado, más horas trabajadas, menos subsidio de desempleo, menos empleo público y menos "stado de bienestar. Todo para que las grandes firmas no sigan el camino de esas empresas del sector automovilístico que ya han trasladado sus plantas de ensamblaje a Polonia, República Checa o China, dejando en su casa a miles de desempleados y sacándoles a la calle en grandes manifestaciones de protesta y de descontento por las principales ciudades alemanas del Este y el Oeste.

Un ejemplo muy clarificador de todo esto lo encontramos en junio de este mismo año cuando el mayor sindicato alemán, IG Metall, pactó con la multinacional Siemens la ampliación de la jornada laboral de 35 a 40 horas, sin aumento de sueldo, en dos de sus principales fábricas de teléfonos móviles. A cambio, la multinacional aceptó, simplemente, retrasar dos años su traslado a Hungría. Otro buen ejemplo lo constituye el caso del comité de empresa de Daimler-Chrysler cuando renunció a un aumento salarial del 2,79% acordado en convenio, a cambio de no tocar, por el momento, los cien mil puestos de trabajo que Mercedes Benz tiene en Alemania. Todo para que las empresas no se vayan a países donde los costes sociales son más bajos y para evitar que miles de trabajadores vayan a la calle y entre en una profunda crisis la economía que, históricamente, ha sido la más potente de Europa.

Y es que el fantasma del ajuste recorre Europa y ningún país se salva. Gran Bretaña, por ejemplo, recortará durante los próximos cuatro años 104.150 empleos de funcionariado, según cifras del propio Gobierno, con el fin de reducir el gasto de personal. En este mercado globalizado no hay ninguna zona de Europa que esté a salvo de esta amenaza y, por ello, en muchos países el debate está en la calle y en los Parlamentos. En Euskadi, que a pesar de su modelo fiscal tampoco está a salvo de esta amenaza, el debate en la escena política y en el Parlamento es el Plan Ibarretxe. La iniciativa central del jefe del Gobierno autonómico es la reivindicación de los derechos históricos del territorio y la construcción de un muro entre nacionalistas y no nacionalistas.

No hay nada más preocupante que un lehendakari cuyo proyecto central de gobierno se nos presenta alejado de la realidad europea, con la arrogante y ojerosa propuesta de lo superfluo.

Eduardo Madina es secretario general Juventudes Socialistas de Euskadi y portavoz del PSOE de cooperación internacional al desarrollo en el Congreso de los Diputados.

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