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Columna
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Monocultivo

Un amigo mío afirma que lo que necesitamos los valencianos es un estudio exhaustivo del atobón del siete. El atobón es la acepción popular de una atoba o adobe, es decir, un ladrillo que a su vez es el símbolo del sector de la construcción.

La economía valenciana se enfrenta de nuevo a uno de sus problemas cíclicos. No es la primera vez que se concentra en un monocultivo o en una actividad sectorial concreta y descuida otras áreas de negocio fundamentales para garantizar la supervivencia económica de una sociedad moderna a partir de un crecimiento sostenido. A este fenómeno se ha añadido el boom del sector de la construcción que ha protagonizado el salto más vertiginoso en la Comunidad Valenciana, impulsado por el aumento de la demanda interna y externa, a su vez auspiciada por la inseguridad que generan otras inversiones en productos financieros que han acusado serios reveses.

Tiempo atrás, los valencianos presumíamos de una economía equilibrada. En los últimos años, movidos por el espejismo de que el turismo iba a convertirse en la gran industria del país, la inversión se ha volcado en el sector de la construcción y hemos olvidado que una economía sin tejido industrial carece de un puntal básico. Un país sin poder industrial acaba siendo víctima de múltiples dependencias.

Hace dos siglos la industria de la seda concentró la atención de los artesanos y de los empresarios. Después, de la mano de la segunda revolución industrial, el cultivo y el comercio de naranjas se incrementaron en un proceso que, en fruta exportada, ha alcanzado récords seculares. Esta evolución ha llegado hasta nuestros días en cantidad, aunque no se asemeja para nada en lo que respecta a la rentabilidad. El auge de la naranja española en el mundo fue posible por el desarrollo de la máquina de vapor y de su aplicación al transporte ferroviario y marítimo, sin olvidar que la transformación agrícola valenciana se logró con la incorporación de los motores de vapor a las bombas de extracción de agua para riego. El comercio del vino y la proliferación de viñedos -monocultivo de secano- estuvieron también ligados al tirón de la demanda que se produce por la implantación del transporte ferroviario y marítimo.

La inversión, que se concentró en la agricultura, promovió riqueza y progreso, pero frustró un incipiente desarrollo industrial. La industria manufacturera valenciana en los inicios del siglo XXI está en crisis de subsistencia. Y en cambio, se ha incrementado la importancia relativa del sector servicios. Un país de camareros no es la meta deseable para una sociedad avanzada. Los monocultivos pueden llevarnos a la recesión si no se consigue una economía equilibrada y competitiva.

La agricultura es vital, la industria es necesaria y los servicios, mantenidos en su correcta proporción, pueden situarnos en la dimensión del futuro. No es fácil en un mundo donde las fronteras se eliminan y dependemos de factores externos para llevar a cabo este proyecto. El ladrillo es un monocultivo que ha sido muy rentable pero que, a medio plazo, puede arruinar la capacidad productiva diversificada que necesitamos.

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