Contra el tiempo
"El tiempo nos devora", dice Tavier, el personaje protagonista de La mujer rusa. Tavier es escritor y un hombre moderadamente pesimista. No del todo desesperanzado pues tiene una edad (48 años) donde todavía está permitido imaginar armas para combatir al monstruo del tiempo. Dice Tavier: "Aún soy dueño de un pequeño plan cotidiano". Por eso escribe y de esa decisión se nutre la curiosidad por un cónsul inglés que siendo muy joven fue víctima de un naufragio y arrojado a Ciudad Blanca, un lugar donde "no prevalecen los prejuicios pero sí las buenas maneras". Era 1875. Morgan Benson, cónsul británico, enamorado de Solange, una joven rusa. No, pero no es ella quien da título a la novela, o no es la única que se lo da. Está Mila Gorenko, con quien Tavier mantendrá un romance apasionado que durará 17 días. Dos mujeres rusas, pues. No. Dos, no. Tres mujeres. Si Solange y Mila se describen reales para la ficción en una distancia de cien años, la voz de una tercera acompañará a Tavier y a sus relatos. Nombro ahora a Anna Ajmátova y a su existencia real de mujer que enamoró con su escritura y su belleza. Tavier recobra sus poemas pero también el encuentro (amoroso, tal vez) que en 1945 y en Leningrado tuvo la poeta con el joven diplomático Isaiah Berlin. Estuvieron juntos desde la noche hasta el atardecer del día siguiente. Se despidieron para siempre guardándose la singularidad de esa visita. Por esas horas ella fue condenada al silencio. No publicó nunca más. Él regresó a Inglaterra con la memoria de ella y la copia original de Doctor Zhivago que le dio su autor, Boris Pasternak.
LA MUJER RUSA
Rodolfo Rabanal
Adriana Hidalgo (editora)
Ediciones Deva's
Buenos Aires, Argentina, 2004
318 páginas. 10,95 euros
Rodolfo Rabanal (Buenos Aires, 1940) es el autor de La mujer rusa y ha escrito, además de ensayos y cuentos, otra novelas como En otra parte, El factor sentimental o Encuentro en Marruecos. La letra de Rabanal es elegante y se escucha limpia y llena de matices. Rabanal es un seductor en la manera de tejer la desmemoria y sorprende lo minucioso del detalle en las cosas que se olvidan. Rabanal también es excesivo, como casi todos los seductores, pero al autor hay que reconocerle la ardua tarea en la que se embarca, ésa de conjurar al tiempo. Rabanal enreda bien las historias, deja clara la necesidad de los sueños y certifica el pobre recuerdo del amor cuando éste se apoya en "la vehemencia de la imaginación más que en la fidelidad de la memoria". La mujer rusa, la novela de Rodolfo Rabanal, se lee bien. A veces, muy bien.
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