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Columna
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¿Decepción?

Los comentarios de la oposición sobre el nuevo gobierno valenciano ilustran de manera fehaciente el festival de obviedades que se ha apoderado de aquélla ante la solución de la crisis política del PP. Si durante meses mantuvieron una actitud incluso elegante (a veces, irresponsablemente condescendiente) ante el impasse del gobierno fruto del acoso que Camps venía sufriendo desde el interior de su propio partido, manifestando el deseo de que la acción de gobierno no se viese perjudicada ni un día más a manos de avatares orgánicos en el PP, cuando, por fin, no sólo parece que se cierra la crisis interna sino que esa solución lleva a una remodelación del gobierno de cierta entidad, sus declaraciones denotan poquedad, falta de imaginación y adocenamiento en el discurso político; porque utilizar como argumento estelar el de la decepción mueve un poco a la conmiseración y a la risa.

La oposición, en realidad, está decepcionada porque Camps, después de tanto tiempo no habría hecho lo que según parece debía (y ellos hubiesen deseado), es decir: o bien desairar cruentamente y de un plumazo a tres quintos (o quizás a la mitad, o a más de la mitad) de su partido nombrando un gobierno monocolor (¿campsistas?) que provocase de inmediato la crisis de verdad, la definitiva, la que le llevase al precipicio; o bien, no hacer nada -como hasta la semana pasada-, y presentarle una moción de censura después de instarle durante semanas (sin éxito, claro) a que se sometiese a la confianza del parlamento, para allí echarle en cara el desgobierno y forzarle a una negociación in extremis en el partido que le llevase muy debilitado a la sesión donde se hubiera dirimido la censura; o, en fin, que después de resistir en lo anterior dimitiese harto del pressing y dejase a otro la responsabilidad de formar gobierno, lo que hubiera llevado a un auténtico paroxismo a la oposición, y al máximo si media docena de diputados despechados se hubieran abstenido en la investidura del candidato popular entregándole el gobierno a la oposición, con sobresalto inlcuido, que es, a lo que parece, la moda.

Decepción, pues, sólo en lo que espera quien se sabe poco apto todavía para ser alternativa; tomadura de pelo, pues, sólo para los que quieren vivir de regalos políticos gratuitos.

¿Tan poca cosa resultó la novedad, que la oposición está triste, sorprendida y burlada? No, en absoluto. Porque el nuevo gobierno supone a mi entender dos cosas a la vez, y ellos lo saben, y por eso lo lamentan: una, el desenlace positivo de una negociación dentro del núcleo del conflicto para recomponer la capacidad de liderazgo necesaria para dirigir un gobierno (de lo que cuesta llegar a puerto seguro en el mar partidario sabe mucho Pla, y del éxito en el empeño, Zapatero es un auténtico contramaestre de la pastelería política); y, dos, una inteligente composición que, además, da respuestas a problemas de articulación en la gestión del anterior gobierno no necesariamente ligadas al conflicto intra-partidario.

Los desplazamientos de consellers del anterior gobierno hacia el área de la dirección política gubernamental, reforzándola, la ganancia en perfil técnico y previsible mayor eficiencia que con los cambios se opera en el gobierno, el mantenimiento de consellers con gestión muy solvente en sus puestos anteriores y, finalmente, la incorporación de nuevos consellers para puestos ajustados a sus perfiles profesionales o técnicos apuntan a que éste no va a ser un gobierno de circunstancias.

Vicent.franch@eresmas.net

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